martes, 22 de septiembre de 2009

CARTA A LOS INTERNOS DE LAS PRISIONES EN EL DÍA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA MERCED POR EL ARZOBISPO DE MERIDA-BADAJOZ

 CARTA A LOS INTERNOS DE LA PRISIÓN DE BADAJOZ
EN EL DÍA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA MERCED
24 de Septiembre de 2009

Mis queridos internos del Centro Penitenciario de Badajoz:


Cada año, cuando comienza un nuevo curso, suelo dirigirme a los diferentes grupos que integran la Iglesia presente en el territorio de Badajoz. Para ellos he sido enviado por el Señor como Padre y Pastor espiritual. En las cartas que les dirijo, tengo presentes, también, a todos los que quieran leer o escuchar  mis palabras, aunque no profesen la fe católica, ni conozcan el Evangelio de Jesucristo. He sido enviado para todos, y no tengo derecho a excluir a nadie al ofrecer un camino de esperanza y de salvación en el Nombre del Señor. En ello está mi gozo y el camino de  mi fidelidad  como Obispo.


1.- ABRID EL CORAZÓN A LA ESPERANZA
A vosotros, queridos jóvenes y adultos, que pasáis un difícil tiempo de vuestra vida en esa institución penitenciaria, también os tengo muy presentes. Cada año os escribo una carta con motivo de la fiesta de vuestra Patrona la Santísima Virgen de la Merced, redentora de cautivos. Algunos sois testigos de ello porque la habéis recibido  en alguno o en algunos años anteriores.
No soy quien para conocer los motivos, acertados o desacertados, que han motivado el duro trance que atravesáis, lleno de dolor, de privaciones, de disgustos, del sinsabor de la monotonía, de esa enervante rebeldía interior que se vuelve contra vosotros mismos o contra otros etc,. Nadie me da autoridad para condenaros ni para absolveros de las acusaciones que os retienen aquí. La misión que me ha sido encomendada, también a vuestro servicio, es de orden espiritual y sobrenatural. Yo debo ayudaros a que abráis el corazón a la esperanza confiando en la fuerza salvadora de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando pienso en vosotros, además de hacerme cargo de la dureza de vuestra situación, pienso también en el sufrimiento añadido que causan la oscuridad y la inseguridad acerca de vuestro futuro cuando alcancéis la libertad. Y no me pasa desapercibido el dolor de vuestros familiares, que aumenta vuestro dolor ya de por sí intenso y constante.


2.-  ¿QUÉ MÁS QUIERO DECIROS AHORA?
Teniendo presente todo esto, ¿qué quiero deciros ahora?
No me está permitido en conciencia jugar con vuestros sentimientos dirigiéndoos palabras agradables que no pasarían de ser un consuelo momentáneo. Algunos podríais interpretarlas como un engaño fácil para quedar bien con vosotros desde fuera de la prisión y aparentemente ajeno a vuestra real situación.
Quiero deciros, sencillamente, que estoy a vuestro lado, y que me hago cargo de vuestros sufrimientos y de vuestros explicables deseos de vivir en libertad.
Teniendo todo esto presente, elevo mi oración al Señor, que es Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, para que Él os consuele verdaderamente en vuestra tribulación;  y que consuele también a los que sufren con vosotros y por vosotros.
Estoy convencido de que Dios me escucha. Y os puedo asegurar que también a vosotros os escucha, si os dirigís a Él con humilde confianza y con la decisión de poner lo que esté de vuestra parte para resolver, de verdad y en la medida de lo posible, los problemas que os afligen y las causas que los han  ocasionado.


3.- ¿TIENE SENTIDO LO QUE OS DIGO EN ESTOS TIEMPOS Y EN VUESTRA SITUACIÓN?
Comprendo que, a algunos, os parezca muy poco útil, o incluso carente de sentido, lo que os he dicho. Pero puedo aseguraros, mirándoos de frente y con la verdad por delante, que lo más importante no es satisfacer los deseos terrenos que bullen dentro del alma, por muy legítimos que sean. Lo más importante es encontrar el sentido de todo lo bueno y de todo lo malo que nos ocurre y que acontece a nuestro alrededor: a las alegrías y a las penas, a la salud y a la enfermedad, a la justicia que anhelamos y a la injusticia que sufrimos, a la libertad y a la cautividad, etc.
Pues bien, desde la fe en Dios nuestro Señor, que ha dado su vida para librarnos del peor mal que es el pecado, y para ofrecernos el mayor bien que es la paz del alma y la salvación eterna, quiero manifestaros lo siguiente: Dios nuestro Señor es capaz de ayudaros a descubrir la luz que abre caminos, aun estando sumidos en la más densa oscuridad.
El Señor mira a cada uno con ojos de verdadero amor y de infinita misericordia. Es nuestro Creador, nuestro Padre y nuestro Redentor. Quiere que la vida de todos esté llena de alegría interior y de auténtica esperanza.
Yo, como cristiano y obispo, he sido enviado para proclamar a todos, sin distinción de lengua, nación, raza, edad y condición personal, esa esperanza de vida y de salvación que nos ofrece Jesucristo en el Evangelio. Y debo hablar de ello aún arriesgándome a que algunos, o muchos,  no crean mis palabras; o a que, incluso se rían de lo que digo y hasta de mí mismo. Ofreceré al Señor como sacrificio ese disgusto, pero no cesaré de hablar de Jesucristo en cualquier ocasión que tenga.


4.- RAZONES PARA HABLAR ASÍ
Hay muchas razones para que yo actúe de esta manera.
La primera es que yo he experimentado personalmente los beneficios que lleva consigo la fe en Jesucristo y el camino de vida que nos enseña. Todo eso lo he recibido sin buscarlo, absolutamente gratis y sin méritos propios. Debo cumplir, pues, lo que dice Jesucristo a sus discípulos: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis”.
La segunda es que, lo que os transmito, es lo que predicó el Señor; y Él ha garantizado la veracidad de sus palabras muriendo por nosotros en la Cruz, y resucitando de entre los muertos, como prueba de que verdaderamente era el Hijo de Dios y, Dios verdadero, único poseedor de la verdad. Él mismo dijo de sí: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
La tercera es que Jesucristo, siendo hombre nacido de las entrañas virginales de la Santísima Virgen María, pasó por los trances más difíciles que podamos atravesar nosotros. Recibió insultos; tuvo que afrontar constantemente desconfianzas y asedios de quienes querían matarle por envidia y por odio; pasó por la cautividad; fue juzgado injustamente, e injustamente condenado a la pena capital; fue clavado en la cruz y levantado a la vista de todos, herido, coronado de espinas y desnudo, que era el modo más humillante de morir; y, estando en la cruz, tuvo que soportar las burlas de quienes le creían loco o visionario.
Cuando ya no podía hacer más por nosotros, se dirigió a Dios Padre y, refiriéndose a todos los que le hicieron sufrir y le ajusticiaron (ahí estábamos representados nosotros porque hemos contribuido a su crucifixión con nuestros pecados personales), dijo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Como si dijera: si supieran de verdad el mal que están haciendo, no lo habrían hecho.
            ¿No os parece que, si este mismo Señor Jesucristo nos habla de la verdadera libertad y de la paz interior en la tierra, y nos promete la salvación y la felicidad plena en la vida eterna, merece ser escuchado, creído y seguido por todos, sea cual sea su situación y el momento de la vida que atraviese ?


5.- VERDADEROS MOTIVOS DE ESPERANZA
Sea cual sea la historia de cada uno, debemos saber que la misericordia infinita de Dios es más grande que todos nuestros pecados. ¿No es esto un verdadero motivo de esperanza para todos? Por eso me dirijo a vosotros con esta carta. Y quiero añadir que también entre vosotros, y viviendo vuestras circunstancias, hay personas que creen lo que os digo, lo han experimentado y gozan, por ello, de paz interior en medio de las adversidades. 
            Yo comprendo que todo esto no es fácil de creer y, mucho menos, de entender, al menos de buenas a primeras. Pero creo firmemente que es verdad, y que, cuando se llega a entenderlo con la ayuda de la fe, hace brotar en el alma una nueva forma de ver las cosas, un estilo nuevo de vida, y una esperanza muy superior a toda otra esperanza terrena. Esa esperanza abre horizontes insospechados que renuevan constantemente la ilusión de vivir.


6.- ME DESPIDO
Todo eso es lo mejor que yo tengo, y pienso que es un deber mío ofrecéroslo. Ahí lo tenéis.
            No os canso más. Perdonad que me haya extendido un poco. Os agradezco la atención que me habéis prestado.
            Solo quiero añadir que, en la medida de mis limitaciones y de mis escasas posibilidades, y sabiendo que no tengo ningún  poder social, estoy a vuestra disposición.
            Os bendigo en el Nombre del Señor nuestro Dios y salvador.

                                               Santiago. Arzobispo de Mérida-Badajoz

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