CARTA
A LOS INTERNOS DE LA PRISIÓN DE BADAJOZ
EN
EL DÍA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
DE LA MERCED
24
de Septiembre de 2009
Mis queridos internos del Centro Penitenciario de Badajoz:
Cada año, cuando comienza un nuevo curso, suelo dirigirme a los
diferentes grupos que integran la Iglesia presente en el territorio de Badajoz.
Para ellos he sido enviado por el Señor como Padre y Pastor espiritual. En las
cartas que les dirijo, tengo presentes, también, a todos los que quieran leer o
escuchar mis palabras, aunque no
profesen la fe católica, ni conozcan el Evangelio de Jesucristo. He sido
enviado para todos, y no tengo derecho a excluir a nadie al ofrecer un camino
de esperanza y de salvación en el Nombre del Señor. En ello está mi gozo y el
camino de mi fidelidad como Obispo.
1.- ABRID EL CORAZÓN A LA ESPERANZA
A vosotros, queridos jóvenes y adultos, que pasáis un difícil tiempo de
vuestra vida en esa institución penitenciaria, también os tengo muy presentes.
Cada año os escribo una carta con motivo de la fiesta de vuestra Patrona la
Santísima Virgen de la Merced, redentora de cautivos. Algunos sois testigos de
ello porque la habéis recibido en alguno
o en algunos años anteriores.
No soy quien para conocer los motivos, acertados o desacertados, que han
motivado el duro trance que atravesáis, lleno de dolor, de privaciones, de
disgustos, del sinsabor de la monotonía, de esa enervante rebeldía interior que
se vuelve contra vosotros mismos o contra otros etc,. Nadie me da autoridad
para condenaros ni para absolveros de las acusaciones que os retienen aquí. La
misión que me ha sido encomendada, también a vuestro servicio, es de orden
espiritual y sobrenatural. Yo debo ayudaros a que abráis el corazón a la
esperanza confiando en la fuerza salvadora de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando pienso en vosotros, además de hacerme cargo de la dureza de
vuestra situación, pienso también en el sufrimiento añadido que causan la
oscuridad y la inseguridad acerca de vuestro futuro cuando alcancéis la
libertad. Y no me pasa desapercibido el dolor de vuestros familiares, que
aumenta vuestro dolor ya de por sí intenso y constante.
2.- ¿QUÉ MÁS QUIERO DECIROS AHORA?
Teniendo presente todo esto, ¿qué quiero deciros ahora?
No me está permitido en conciencia jugar con vuestros sentimientos
dirigiéndoos palabras agradables que no pasarían de ser un consuelo momentáneo.
Algunos podríais interpretarlas como un engaño fácil para quedar bien con
vosotros desde fuera de la prisión y aparentemente ajeno a vuestra real
situación.
Quiero deciros, sencillamente, que estoy a vuestro lado, y que me hago
cargo de vuestros sufrimientos y de vuestros explicables deseos de vivir en
libertad.
Teniendo todo esto presente, elevo mi oración al Señor, que es Padre de
las misericordias y Dios de todo consuelo, para que Él os consuele
verdaderamente en vuestra tribulación; y
que consuele también a los que sufren con vosotros y por vosotros.
Estoy convencido de que Dios me escucha. Y os puedo asegurar que también
a vosotros os escucha, si os dirigís a Él con humilde confianza y con la
decisión de poner lo que esté de vuestra parte para resolver, de verdad y en la
medida de lo posible, los problemas que os afligen y las causas que los
han ocasionado.
3.- ¿TIENE SENTIDO LO QUE OS DIGO EN ESTOS TIEMPOS Y EN VUESTRA
SITUACIÓN?
Comprendo que, a algunos, os parezca muy poco útil, o incluso carente de
sentido, lo que os he dicho. Pero puedo aseguraros, mirándoos de frente y con
la verdad por delante, que lo más importante no es satisfacer los deseos
terrenos que bullen dentro del alma, por muy legítimos que sean. Lo más
importante es encontrar el sentido de todo lo bueno y de todo lo malo que nos
ocurre y que acontece a nuestro alrededor: a las alegrías y a las penas, a la
salud y a la enfermedad, a la justicia que anhelamos y a la injusticia que
sufrimos, a la libertad y a la cautividad, etc.
Pues bien, desde la fe en Dios nuestro Señor, que ha dado su vida para
librarnos del peor mal que es el pecado, y para ofrecernos el mayor bien que es
la paz del alma y la salvación eterna, quiero manifestaros lo siguiente: Dios
nuestro Señor es capaz de ayudaros a descubrir la luz que abre caminos, aun
estando sumidos en la más densa oscuridad.
El Señor mira a cada uno con ojos de verdadero amor y de infinita
misericordia. Es nuestro Creador, nuestro Padre y nuestro Redentor. Quiere que
la vida de todos esté llena de alegría interior y de auténtica esperanza.
Yo, como cristiano y obispo, he sido enviado para proclamar a todos, sin
distinción de lengua, nación, raza, edad y condición personal, esa esperanza de
vida y de salvación que nos ofrece Jesucristo en el Evangelio. Y debo hablar de
ello aún arriesgándome a que algunos, o muchos,
no crean mis palabras; o a que, incluso se rían de lo que digo y hasta
de mí mismo. Ofreceré al Señor como sacrificio ese disgusto, pero no cesaré de
hablar de Jesucristo en cualquier ocasión que tenga.
4.- RAZONES PARA HABLAR ASÍ
Hay muchas razones para que yo actúe de esta manera.
La primera es que yo he experimentado personalmente los beneficios que
lleva consigo la fe en Jesucristo y el camino de vida que nos enseña. Todo eso
lo he recibido sin buscarlo, absolutamente gratis y sin méritos propios. Debo
cumplir, pues, lo que dice Jesucristo a sus discípulos: “Gratis lo recibisteis,
dadlo gratis”.
La segunda es que, lo que os transmito, es lo que predicó el Señor; y Él
ha garantizado la veracidad de sus palabras muriendo por nosotros en la Cruz, y
resucitando de entre los muertos, como prueba de que verdaderamente era el Hijo
de Dios y, Dios verdadero, único poseedor de la verdad. Él mismo dijo de sí:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
La tercera es que Jesucristo, siendo hombre nacido de las entrañas
virginales de la Santísima Virgen María, pasó por los trances más difíciles que
podamos atravesar nosotros. Recibió insultos; tuvo que afrontar constantemente
desconfianzas y asedios de quienes querían matarle por envidia y por odio; pasó
por la cautividad; fue juzgado injustamente, e injustamente condenado a la pena
capital; fue clavado en la cruz y levantado a la vista de todos, herido,
coronado de espinas y desnudo, que era el modo más humillante de morir; y,
estando en la cruz, tuvo que soportar las burlas de quienes le creían loco o
visionario.
Cuando ya no podía hacer más por nosotros, se dirigió a Dios Padre y,
refiriéndose a todos los que le hicieron sufrir y le ajusticiaron (ahí
estábamos representados nosotros porque hemos contribuido a su crucifixión con
nuestros pecados personales), dijo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
Como si dijera: si supieran de verdad el mal que están haciendo, no lo habrían
hecho.
¿No os parece que, si este mismo
Señor Jesucristo nos habla de la verdadera libertad y de la paz interior en la
tierra, y nos promete la salvación y la felicidad plena en la vida eterna,
merece ser escuchado, creído y seguido por todos, sea cual sea su situación y
el momento de la vida que atraviese ?
5.- VERDADEROS MOTIVOS DE ESPERANZA
Sea cual sea la historia de cada uno, debemos saber que la misericordia
infinita de Dios es más grande que todos nuestros pecados. ¿No es esto un
verdadero motivo de esperanza para todos? Por eso me dirijo a vosotros con esta
carta. Y quiero añadir que también entre vosotros, y viviendo vuestras
circunstancias, hay personas que creen lo que os digo, lo han experimentado y
gozan, por ello, de paz interior en medio de las adversidades.
Yo comprendo que todo esto no es
fácil de creer y, mucho menos, de entender, al menos de buenas a primeras. Pero
creo firmemente que es verdad, y que, cuando se llega a entenderlo con la ayuda
de la fe, hace brotar en el alma una nueva forma de ver las cosas, un estilo
nuevo de vida, y una esperanza muy superior a toda otra esperanza terrena. Esa
esperanza abre horizontes insospechados que renuevan constantemente la ilusión
de vivir.
6.- ME DESPIDO
Todo eso es lo mejor que yo tengo, y pienso que es un deber mío
ofrecéroslo. Ahí lo tenéis.
No os canso más. Perdonad que me
haya extendido un poco. Os agradezco la atención que me habéis prestado.
Solo quiero añadir que, en la medida
de mis limitaciones y de mis escasas posibilidades, y sabiendo que no tengo
ningún poder social, estoy a vuestra
disposición.
Os bendigo en el Nombre del Señor
nuestro Dios y salvador.
Santiago.
Arzobispo de Mérida-Badajoz
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