miércoles, 10 de marzo de 2010

Evangelio del IV Domingo de Cuaresma

Lectura de la  Buena Noticia según san Lucas
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: - «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: - «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna." El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: "Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado." El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."»

CÓMO IMAGINA JESÚS A DIOS J.A. Pagola
      


No quería Jesús que las gentes de Galilea sintieran a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo experimentaba como un padre increíblemente bueno. En la parábola del «padre bueno» les hizo ver cómo imaginaba él a Dios.
Dios es como un padre que no piensa en su propia herencia. Respeta las decisiones de sus hijos. No se ofende cuando uno de ellos le da por «muerto» y le pide su parte de la herencia.
Lo ve partir de casa con tristeza, pero nunca lo olvida. Aquel hijo siempre podrá volver a casa sin temor alguno. Cuando un día lo ve venir hambriento y humillado, el padre «se con­mueve», pierde el control y corre al encuentro de su hijo.
Se olvida de su dignidad de «señor» de la familia, y lo abraza y besa efusivamente como una madre. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones. Ya ha sufrido bastante. No necesita explicaciones para acogerlo como hijo.
No le impone castigo alguno. No le exige un ritual de purificación. No parece sentir siquiera la necesidad de manifestarle su perdón. No hace falta. Nunca ha dejado de amarlo. Siempre ha buscado su felicidad.
Él mismo se preocupa de que su hijo se sienta de nuevo bien. Le regala el anillo de la casa y el mejor vestido. Ofrece una fiesta a todo el pueblo. Habrá banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que buscaba entre prostitutas paganas.
Así le sentía Jesús a Dios y así lo repetiría también hoy a quienes olvidados de él, se sienten lejos o comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.
Cualquier teología, predicación o catequesis que olvida esta parábola central de Jesús e impide experimentar a Dios como un Padre respetuoso y bueno, que acoge a sus hijos perdidos ofreciéndoles su perdón gratuito e incondicional, no proviene de Jesús ni transmite su Buena Noticia de Dios.

DISCERNIMIENTO, DIÁLOGO Y ORACION    “koinonía”

 Para la revisión de vida

ü     ¿Qué hay en mi corazón de hijo pródigo huidizo respecto al Padre, dilapidador de la herencia gratuitamente recibida?
ü     ¿Qué hay en mí de hijo mayor que se cree mejor, con más derechos, irreprochable, despectivo hacia los demás hermanos?
ü     ¿Qué hay en mí que evoque la misericordia paciente y misericordiosa del Padre

Para la reunión de grupo

ü     Ver quiénes son los actores de la parábola y ordenarlos de mayor a menor protagonismo.
ü     Esta parábola del evangelio de hoy era conocida hasta hace poco como "del hijo pródigo"; nuestro comentario la llama de otra manera. ¿Qué pensar de ese cambio?
ü     Calificar el significado de cada personaje, incluidos los de segundo orden.
ü     ¿Qué actitudes actuales podrían representar estos personajes?

Para la oración de los fieles

v Por todos los que padecen hambre en este mundo en el que sin embargo el problema no es de producción sino de distribución; para que seamos capaces de llevar a la práctica la confesión teórica de que somos hermanos, por ser hijos de Dios, roguemos al Señor.
v Por las relaciones familiares entre padres e hijos, para que estén presididas por las “entrañas de misericordia” que Dios tiene para con todos nosotros.
v Para que caigamos en la cuenta de que Dios es tanto Padre como Madre; para que poco a poco vaya calando en nuestra iglesia una conciencia crítica respecto a la masculinización que hemos proyectado sobre la imagen de Dios.
v Para que tengamos un corazón amplio que se alegra por el bien de los demás y nunca tiene celos de las alegrías ajenas.
v Para que “nos dejemos reconciliar con Dios”, que de tantas y tan suaves maneras nos llama a la conversión en este tiempo cuaresmal.

Oración comunitaria

Dios nuestro, a quien podemos llamar verdaderamente Padre y Madre, lleno de entrañas de misericordia, dispuesto siempre a la acogida y al perdón, a pesar de nuestra ingratitud o infidelidad; danos imitarte en ese tu amor, para que podamos llamarnos honradamente y ser en verdad “hijos tuyos” y “hermanos unos de otros”. Te lo pedimos en el nombre de Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
EL OTRO HIJO
Texto alternativo (J.A. Pagola)

         Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del "padre bueno", mal llamada "parábola del hijo pródigo". Precisamente este "hijo menor" ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
        Sin embargo, la parábola habla también del "hijo mayor", un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
        El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
        Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
        Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
        El "hijo mayor" es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?


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