martes, 19 de julio de 2011

¿SUFREN LOS POLÍTICOS POR RAZONES DE CONCIENCIA?

¿SUFREN LOS POLÍTICOS POR RAZONES DE CONCIENCIA?
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Manuel Cruz
Afirma la superalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, que su buen amigo y presidente de la Comunidad de Valencia, Francisco Camps, es un hombre que sufre. Se supone que sufre por las muchas críticas que está recibiendo desde hace tiempo –y sobre todo ahora- por el enredo de los trajes de “Gurtel”, que lo van a sentar en el banquillo. Pero la afirmación de Rita Barberá merece alguna consideración que nos puede llevar muy lejos. 
Veamos. Si una persona sufre moralmente es porque tiene conciencia de sí mismo, de lo que ha hecho y de lo que no ha hecho. Y pueden darse dos situaciones al menos: que se sienta inocente de las acusaciones de que es objeto o, al contrario, que se sienta culpable, lo cual implica un sentimiento de culpa. Conviene recordar, antes de seguir adelante, que la conciencia es ese juicio de la razón por la cual una persona reconoce si ha actuado bien o mal, lo cual implica un conocimiento previo para discernir el bien del mal, es decir, para hallarse a sí mismo culpable o inocente, no solo según las leyes civiles dictadas por un Gobierno en función de su mayoría sino de su propia conciencia.
En este contexto, se puede sufrir porque se tienen remordimientos… o porque no se tienen y se consideran injustas las acusaciones y críticas que se reciben. Y como ese conocimiento es de tipo moral, habría que afirmar que si el señor Camps sufre es porque tiene una conciencia muy clara de lo que significa para sí mismo, para su partido, para la Generalidad y para su familia, el embrollo en que lo han metido o se ha metido por unos trajes de más. Pero la cuestión a la que quiero llegar vaya mucho más allá del sufrimiento personal del presidente valenciano y de si son ciertas o interesadas las acusaciones de que está siendo objeto. Quiero hablar de la conciencia de los políticos.
Una de las consecuencias de la “modernidad”, del relativismo y de la galopante secularización de la sociedad, reside, precisamente, en la desaparición de ese sentimiento de culpa achacado a la educación religiosa, que nos hace tener muy en cuenta la denostada ley natural. Si el hombre, la persona, no tiene que rendir cuentas de sus actos a Dios porque Dios no existe, tampoco hay que dar demasiadas cuentas a la sociedad y mucho menos a la oposición –hablando en términos políticos- porque todo el secreto de la vida consiste en ser lo suficientemente hábil para burlar la ley y, por lo tanto, para mentir. En el momento que mentir no se considera “pecado”, porque la ley natural es una invención de los curas, la mentira desaparece de la conciencia que, a su vez, tiende también a desvanecerse.
Las leyes que nos ha impuesto desde su mayoría el partido socialista bajo la dirección de Rodríguez Zapatero, tienen una objetivo muy concreto: reemplazar la conciencia moral basada en las ley natural –digámoslo sin ambages, en los preceptos que hemos recibido directamente de Dios y que nos hace discernir el bien del mal- por una “conciencia civil” donde la única norma ética es la ley. Así, pues, de acuerdo con la ideología de género, que ha reemplazado los principios socialistas emanados de la doctrina marxista, hay que “deconstruir” todo el sistema moral basado en la doctrina cristiana en la cual se ha fundamentado la civilización occidental. Las nuevas leyes sociales se han basado así en un sistema de mentiras que tratan de imponerse como verdades: la vida puede suprimirse en determinadas circunstancias –aborto, eutanasia…-; se puede manipular la justicia para adecuarla a una situación política determinada como nos enseña el “caso Bildu”; se puede incluso burlar la Constitución  y, por supuesto, se puede organizar el sistema educativo para que todo el mundo acepte como verdad fundamental la nueva ideología.
Por supuesto, todas estas leyes .que se han dado en llamar genéricamente “ingeniería social”- tienen un pilar común: prescinden de la ley natural y, por supuesto, de la civilización cristiana; en otras palabras, “matan” la conciencia individual y social. En consecuencia, Zapatero no “sufre” por las críticas de que ha sido objeto sino, al contrario, está muy orgulloso de haber cambiado la “moral” de los españoles… en nombre del progreso y la modernidad. Y de esta manera, pretende que la verdad sobre lo que es el ser humano desaparezca de nuestras conciencias. Más aún: la aspiración máxima de este relativismo es que desaparezca la propia conciencia. No hay sentido del bien y el mal y, por tanto, de culpa. ¿Quién se arrepiente, por ejemplo, de los “eres” fraudulentos de Andalucía o de las arcas vacías de los ayuntamientos dejados por los socialistas…?
En este contexto ¿por qué sufre el señor Camps, si al fin y al cabo, es un político? Acaso porque en algunas personas, como él, la conciencia no le ha desaparecido por completo. Y me atrevería a preguntar a este propósito si ese senador socialista por La Gomera, que se ha metido en ese berenjenal de insultos, alcohol, sexo y escándalo y cuyo nombre prefiero olvidar, siente algún arrepentimiento por lo que ha hecho. Supongo, por lo que ha explicado, que no le queda la menor sensación de culpa: ha actuado como lo que es, decir, una persona que considera el bien como lo que le apetece. Los malos fueron los otros, los que lo llevaron a la comisaría por su escandalera. Yo creo que el PSOE debiera levantarle un monumento “al perfecto socialista” aunque también hemos visto como la directora de la campaña de Rubalcaba, señora Valenciano, le ha afeado su conducta… Por cierto ¿se arrepiente Rubalcaba de que Bildu esté en las instituciones como consecuencia de la negociación con ETA en la que se incluye el “chivatazo” del Faisán? Pero ¿quién habla de conciencia a estas alturas

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