CÓMO SER SAL
Y LUZ EN NUESTRA SOCIEDAD
Por Gabriel González del Estal
1.- Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se
vuelve sosa, ¿con qué la salarán? La sal era un elemento tan importe en la
sociedad romana que, hasta la palabra se derivaba de la
costumbre romana de pagar a los soldados con una ración determinada de sal. La
sal era necesaria para evitar la corrupción de los alimentos y para darles
sabor. Ya en el capítulo 2 del Levítico estaba mandado “sazonar con sal toda
oblación que se ofreciera a Yahvé” y en los primeros siglos del cristianismo,
cuando era costumbre retrasar el bautismo hasta la edad adulta, las familias
cristianas frotaban los labios del recién nacido con sal. San Agustín, que se
quejaba de que su madre no le hubiera bautizado cuando, de niño, estuvo él muy
enfermo, nos dice que lo que sí hizo santa Mónica fue “darle a gustar la sal
bendita” nada más nacer. Pues bien, cuando en el evangelio de hoy Jesús les
dice a sus discípulos que deben ser la sal de la tierra, lo que les está
diciendo es que no sean corruptos y que luchen siempre contra la corrupción, y
que, además, den sabor cristiano a todo lo que hacen y dicen. Para no ser
corruptos es necesario tener el alma blindada con la sal del evangelio, porque
es facilísimo dejarse contaminar de la corrupción generalizada que habita en
nuestra sociedad. Corrupción en las palabras y corrupción en las obras, corrupción
en la vida privada y corrupción en la vida pública. A veces da la impresión de
que únicamente no son corruptos los que o no pueden y no saben serlo. Sin
generalizar demasiado, claro, pero sí reconociendo que la corrupción es un
fenómeno bastante generalizado en nuestra sociedad. Si los cristianos queremos
ser sal de la tierra, deberemos luchar denodadamente contra el fenómeno de la
corrupción. Y rociar con sal bendita, dar sabor cristiano, a todo lo que
pensemos, digamos y hagamos.
2.- Vosotros sois la luz del mundo… Tampoco se enciende una
vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que
alumbre a todos los de la casa. La metáfora de la luz, referida a Dios y a
Cristo, es muy frecuente en la Biblia, sobre todo en el evangelio de san Juan:
Dios es la luz, nosotros somos hijos de la luz, la luz de Cristo debe iluminar
nuestro caminar hacia el Padre. La luz de Cristo no sólo debe iluminarnos a
nosotros, los cristianos, sino que nosotros, los cristianos debemos iluminar
con nuestra vida a la sociedad en la que vivimos. Vivir iluminados por la luz
de Cristo es vivir en continua y constante lucha contra la mentira; contra la
mentira que habita fácilmente en nosotros mismos y contra las múltiples
mentiras con las que nos desayunamos cada mañana cuando escuchamos y leemos los
medios de comunicación social. Como de la corrupción, también de la mentira
podemos decir que se ha instalado poderosamente en nuestra sociedad: las
mentiras de los políticos, las mentiras de los empresarios, las grandes
mentiras de los que están arriba y las pequeñas mentiras de los que viven a ras
social. Luchar contra la mentira, en cristiano, es ser auténtico, sincero y
responsable uno mismo y proclamar las verdad del evangelio en voz alta y
crítica frente a las voces mentirosas e interesadas de la sociedad en la que
vivimos. En definitiva, vivir en la luz de Dios, en la luz de Cristo, es vivir
convertido a la verdad de Cristo.
3.- Esto dice el Señor: parte tu pan con el hambriento,
hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu
propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora. En este precioso texto
del profeta Isaías se nos dice que la compasión y la justicia misericordiosa,
la caridad cristiana, es condición indispensable para vivir en la luz del
Señor. Dios está, les dice el profeta, donde hay un hombre y una mujer que
sufre, Dios ha hecho una clara opción preferencial por el pobre y el abatido.
La luz de los verdaderos cristianos, su práctica de una justicia generosa y
misericordiosa, debe iluminar a la sociedad en la que vivimos. ¿Nos
distinguimos precisamente los cristianos, dentro de nuestra sociedad, por ser
personas especialmente generosas, misericordiosas y justas, tal como nos
recomienda hoy el profeta Isaías y tal como practicó y vivió nuestro Señor
Jesucristo? ¿También nuestra sociedad de hoy puede decir, como en los primeros
tiempos del cristianismo, que a los cristianos se nos nota enseguida nuestra
condición cristiana, por el amor generoso y desinteresado que tenemos y
mostramos en nuestro comportamiento diario? Porque una Iglesia que no muestre y
demuestre su amor hacia los más pobres, nos dice hoy el Papa Francisco, no es
la Iglesia de Cristo