sábado, 22 de marzo de 2014

¿Donde estás Dios? Siempre que te necesito..... parece que no estás.

1. ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? La samaritana se extrañó de que un hombre judío se dirigiera a ella, pidiéndole agua. En el mundo judío no era algo habitual que una persona judía hablara con una persona samaritana, y menos que un hombre judío hablara con una mujer samaritana. Evidentemente, en este caso Jesús rompió esquemas y prejuicios sociales y religiosos de su tiempo. Le importaba más el bien espiritual de una persona, que el ser fiel a costumbres y prejuicios sociales. Este comportamiento de Jesús puede y debe ser para nosotros un ejemplo a seguir: en nuestro encuentro casual o habitual con personas socialmente marginadas, o religiosamente diferentes a nosotros, debemos ser nosotros los que nos adelantemos a hablar amablemente con ellas. Debemos hacerlo, no para quedar bien, o resultar simpáticos, sino para ofrecerles nuestra disposición a ayudarles en lo que podamos. En nuestra relación con los demás, nuestra prioridad siempre debe ser buscar el bien de las personas, sobre todo si se trata de personas social o religiosamente necesitadas de nuestra ayuda. Jesús, al adelantarse a hablar con la mujer samaritana lo único que buscaba era el bien espiritual de esta persona. Y para conseguir esto no le importó romper moldes y tabúes sociales.
2.- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva... El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. ¿Qué clase de agua viva es esta que Jesús le ofrece a la mujer samaritana y que quita la sed para siempre? El agua viva que Jesús ofrece a la samaritana es su espíritu, su gracia, es el mismo Jesús, su Espíritu, la Gracia de Dios. La persona que tiene este espíritu, esta gracia, “tiene dentro de sí un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Nosotros, que somos pobres mortales, bebemos todos los días agua y volvemos a tener sed, sed de más y más agua. Es nuestra sed de cosas materiales, siempre pasajeras y caducas. Sólo el agua viva del Espíritu puede saciar la verdadera sed del alma, la sed de Dios, es decir, la paz interior, la alegría profunda de nuestro espíritu. Los santos que bebieron esta agua viva vivieron en paz consigo mismo, con el prójimo y con Dios, porque comprendieron que “quien a Dios tiene nada le falta; sólo Dios basta”.
3.- Se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Los samaritanos despreciaban la importancia del templo de Jerusalén como lugar de oración y consideraban que su lugar predilecto de culto y adoración a Dios era el templo sobre el monte Garizím. Jesús le dice a la samaritana que lo importante es adorar al Padre en espíritu y en verdad, lo menos importante es el lugar donde se le adora. Jesús se retiraba frecuentemente al monte, para orar o solas con su padre Dios. La oración siempre es un acto de comunión espiritual con Dios; las circunstancias externas de tiempos y lugares pueden y deben ayudar al encuentro con Dios, pero si no hay encuentro espiritual con Dios, no hay oración. Nosotros debemos procurar que nuestra oración termine siendo siempre religación con Dios, comunión espiritual con nuestro Padre Dios. Donde no hay comunión con Dios, no hay verdadera oración.
4.- El pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés… diciendo: ¿está o no está el Señor en medio de nosotros? Si uno tiene sed física, sed de agua, lo primero que pide es que alguien le ayude a saciar su sed. El pueblo de Israel en el desierto se moría de sed y le piden a Moisés agua para saciar su sed y la sed de sus ganados. Moisés entiende a su pueblo y le pide a Dios ayuda; el Señor le manda golpear la roca, en Horeb, y de la roca salió agua suficiente para saciar la sed. Actualmente, en este siglo XXI, hay pueblos que se mueren de sed, las personas y los ganados; si los que pueden saciar su sed no lo hacen, ellos no podrán creer en ellos, ni en el Dios de bondad que les predican. Dediquemos, en la medida en que cada uno de nosotros podamos, todos nuestros esfuerzos, materiales y espirituales, para que nadie en nuestro mundo se muera de sed. Si no lo hacemos, no podrán creer en nosotros, ni en el Dios que nosotros les predicamos.