¿A QUIEN SERVIMOS?
Por José María Martín OSA
1.- Nadie puede tener dos amos al mismo tiempo. No podemos “servir a Dios y al dinero”. Jesús anuncia el peligro y riesgo de las riquezas. Aquí la palabra de Jesús no se anda con rodeos. La idolatría del dinero es mala porque aparta de Dios y aparta del hermano. La preocupación por la riqueza casi inevitablemente ahoga la palabra de Dios. La crítica de Jesús al abuso de la riqueza se basa en el poder totalizador y absorbente de ésta. La riqueza quiere ser señora absoluta de aquél a quien posee. Nadie puede tener dos amos al mismo tiempo porque terminará por cumplir con uno solo o no cumplir con ninguno, de la misma forma y con más razón es incompatible el servicio a Dios con el servicio a las riquezas. Sólo queda, por tanto, elegir entre uno y otro: o el Reino de Dios y su justicia, o el reino del dinero y sus injusticias. Jesús, como fino conocedor de la intimidad del hombre, sabe que su corazón está llamado a amar y entregarse; y siempre amará algo o a alguien, siempre buscará en el encuentro con las cosas o las personas esa corriente de dar y recibir, de vaciarse y de ser llenado.
2.- Evitar el agobio de los bienes materiales.: Buscad "primero" el Reino de Dios, dice Jesús. Sólo se busca lo que se valora como necesario. Jesús propone, en definitiva, una inversión en el orden de los valores, un ordenamiento distinto, una justicia distinta. El ordenamiento de la vida basado en el dinero genera en la persona un estado angustioso de agobio que termina por aniquilarla. ¿Y no vale más la persona que todos los dineros juntos? Contempla los pájaros: no hay en ellos el más leve asomo de angustia. Propone Jesús la confianza absoluta en Dios. Nos lo recuerda también Isaías: igual que una buena madre nunca se olvida de su criatura, de la misma manera Dios nunca se olvida de nosotros. Sólo en Dios descansa nuestra alma, proclamamos en el Salmo 61. La propuesta de Jesús es una apuesta por la libertad y la alegría de todos y cada uno de nosotros. Las palabras de Jesús nacen de su descubrimiento de una persona, de su descubrimiento del Padre. Esta experiencia de fe genera serenidad y evita el sufrimiento de la inseguridad por el futuro: "El mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos". El evangelio de hoy nos invita a la confianza en Dios y a evitar el agobio de los bienes materiales.
3.-El Reino de Dios y su justicia. La injusticia social se opone a la construcción del Reino. Jesús no critica la riqueza en sí misma, sino la valoración de la riqueza como bien supremo y motor de las actividades del hombre. Jesús reclama la atención sobre el poder destructivo del afán de posesión, el verdadero anti-evangelio del Reino. Una sociedad fundamentada sobre el ideal de poseer más y más lleva necesariamente a la destrucción de todo ideal de comunidad auténticamente humana. El amor a las riquezas es un pecado netamente social y, por eso mismo, mucho más destructor que otro tipo de pecados, porque genera un pecado institucional, un sistema social injusto en el que la persona humana termina por ser considerada como un simple valor de intercambio comercial. La fe en Cristo postula un orden social en el cual la posesión de bienes y riquezas se someta a los postulados del Reino de Dios y su justicia.