14-SEPTIEMBRE-2014
Siempre
nos asalta la objeción: ¡Es que no puedo perdonar! ¿Cómo hacer
para perdonar? ¿Cómo perdonar, si nuestra tendencia natural nos
lleva al resentimiento, al desquite, a la retaliación e inclusive a
la venganza?
Cuando
nos sea difícil perdonar una ofensa, perdonar a una persona en
particular, ayuda mucho pedir a Dios la gracia del perdón, pensando
en esa ofensa o en esa persona cada vez que rezamos esa frase en el
Padre Nuestro. En el verdadero Padre Nuestro, ¡claro!
De
allí que Jesús haga alusión a esta Ley del Talión durante el
Sermón de la Montaña, que se iniciaba con las Bienaventuranzas:
“Ustedes han oído que se dijo: ‘Ojo
por ojo y diente por diente’. Pero Yo les digo: No resistan al
malvado. Antes bien, si alguien te golpea en la mejilla derecha,
ofrécela también la otra”. (Mt.
5, 38-39).
¿Qué
significa eso de poner la otra mejilla? No significa dejarse
destruir, pues Jesús mismo reclamó al ser abofeteado: “Jesús
dijo: ‘Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero
si he hablado correctamente, ¿por qué me has golpeado así?’”
(Jn. 18, 22-23).
“Poner
la otra mejilla” significa devolver bien por mal: “No
te dejes vencer por el mal, más bien derrota el mal con el bien”
(Rom. 12, 20-21). “Poner la otra
mejilla” significa lo que Jesús dice un poco más adelante en el
Sermón de la Montaña: “Amen a sus
enemigos y recen por sus perseguidores” (Mt. 5, 44).
Así
que el cristiano que perdona no es un tonto, no se hace ilusiones
acerca del mundo que lo rodea, tal como Jesús lo demuestra en el
insólito y sumario juicio que lo llevó a su condenación a muerte,
cuando reclama la injusta bofeteada.
El
cristiano que perdona está sencillamente siguiendo las instrucciones
de Cristo: perdonar y orar por los que nos hacen daño. El sabrá
qué hacer con ellos. A nosotros no nos corresponde la venganza. La
venganza le corresponde a Dios: “Hermanos:
no se tomen la justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien
castigue, como dice la Escritura: ‘Mía es la venganza, Yo daré lo
que se merece, dice el Señor’” (Rom. 12, 19).
Pero
todos los hombres, mientras estén vivos, pueden potencialmente
volverse amigos. Y esto sucede cuando ellos, libremente, aceptan las
gracias que Dios siempre proporciona a todos, tanto a los buenos,
como a los malos: “Porque El hace
brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos
y pecadores” (Mt.
5, 45).