sábado, 25 de octubre de 2014

para reflexionar un poquito ...

Las lecturas de este domingo nos hablan del amor... del amor en sus dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo.  En estos dos mandamientos se encierra la voluntad de Dios
Veamos el primero de los dos mandamientos: amar a Dios.  Nos dice Jesús en el Evangelio que éste es “el más grande y el primero de los mandamientos”  (Mt. 22, 34-40).   Pero... ¿en qué consiste?  ¿Qué significa amar a Dios?  El mismo Jesús nos lo dice: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn. 14, 15).   Amar a Dios, entonces, es complacer a Dios.  Quien ama complace al ser amado.  Amar a Dios es tratar de agradar a Dios en todo, en hacer su Voluntad, en cumplir sus mandamientos, en guardar su Palabra.  Amar a Dios es también, amarlo a El primero que nadie y primero que todo. Y amarlo con todo el corazón y con toda el alma significa estar dispuestos a cumplir sus deseos y a entregarnos a El sin condiciones.
Sabemos también que Dios es la fuente de todo amor... y no sólo eso, sino que Dios es el Amor mismo (cfr. 1 Jn. 4, 8).  Esto significa que no podemos amar por nosotros mismos.  El ser humano no puede amar si no fuera por Dios.  Lo que sucede es que Dios nos ama y con ese Amor con que Dios nos ama, podemos nosotros amar: amarle a El y amar también a los demás.  Porque Dios nos ama es que podemos nosotros amar.
Esto significa también que ambos mandamientos -el amor a Dios y el amor al prójimo- están unidos.  Uno es consecuencia del otro.  No podemos amar al prójimo sin amar a Dios.  Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, pues el amor a Dios necesariamente se traduce en amor al prójimo.
 “La característica de la civilización cristiana es la Caridad: el Amor de Dios que se traduce en amor al prójimo… el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables” (Benedicto XVI, 19-10-2008).
Como el Señor nos manda a “amar al prójimo como a nosotros mismos”, debemos ver qué significa eso y cómo se ama así.  ¿Qué es amarse a uno mismo? 
Amarse a uno mismo es otra cosa: es buscar el propio bien y la propia complacencia.  Y ésa fue la medida mínima que Dios nos puso para amar a los demás.
  ¿Qué nos quiere decir el Señor, entonces, cuando nos pide amar al prójimo como a uno mismo?  Nos quiere decir que desea que tratemos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos.  Si nos fijamos bien, somos muy complacientes con nosotros mismos: ¡cómo respetamos nuestra forma de ser y de pensar!  ¡Cómo excusamos nuestros defectos!

¡Decíamos que Jesús nos dio una medida mínima para nuestro amor al prójimo: amarlo como nos amamos a nosotros mismos.  Pero también nos dio una medida máxima, que El nos mostró con su ejemplo: “Ámense unos a otros como Yo los he amado” (Jn. 15, 12).   Y El nos amó mucho más que a sí mismo.  ¿No dio su vida por nosotros?