viernes, 16 de enero de 2015

PARROQUIA DE SANTA MARIA DE RODEIRO

FALLECIDOS DURANTE EL AÑO 2014
1.- Jose Fernandez Figueiras (Belén)
2.- Dolores Couceiro Sanchez (Rodeiro)
3.- María Josefa Fiaño Seoane (Rodeiro)
4.- Jesus Rendal Perez (Belén)
5.- Jose Luis Sanchez Naveira  (Belén)
6.- Manuela Rodriguez Pérez (Rodeiro)
7.- Eduardo Rico Mirás (Belén)
8.- María Josefa Mahía Fernández (Belén)


BAUTIZADOS EN EL AÑO 2014
1.- Sara Castro Vazquez (Belén)
2.- Marina Rodriguez Ares (Belén)
3.- Martín Diaz Diaz (Belen)

 HONOR Y RESPETO A LOS DIFUNTOS
         La Iglesia Católica, ya desde  la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre se les ha tributado permiten hablar de un culto a los difuntos, entendido éste, como amplio honor y respeto sagrado hacia los difuntos por parte de quienes tenemos fe en la resurrección.
El cristianismo, ya en sus primeros siglos, no rechazó el culto para los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección. Nuestra fe nos dice que durante la vida, el cuerpo es "templo del Espiritu Santo" y "miembro de Cristo" (1Cor 6,9 y 6,15) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección.
Este respeto se ha manifestado también en el modo de enterrar a los cadáveres y así a imitación de lo que hicieron con el Señor, -recordando lo que dice el Evangelio- José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, cogieron el cadaver de Jesús, lo lavaron, lo envolvieron en vendas impregnadas de perfume y lo colocaron cuidadosamente en el sepulcro. Así lo fueron haciendo también los primeros cristianos; en las actas del martirio de San Pancracio, se puede leer que el martir fue enterrado después de ser ungido con perfumes y envuelto en sabanas de lienzo.
Pero no solo esta esmerada preparación del cadaver es un signo de la piedad y culto profesado por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde  la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcian flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos.
FUNERALES Y ENTIERRO
         Pero esto en nada afecto al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos. De ahí que, a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos. Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo.
Esta práctica, ya casi común hacia finales del siglo IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días.
San Agustín también explicaba a los cristianos de sus época, como los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos, si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: "sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas, el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar , de la plegaria o de la limosna" (De Cura pro mortius gerenda 3-4).
Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales, y aplicó los méritos redentores de Cristo a sus difuntos, tomando como práctica, ofrecer en determinados días y sobre sus tumbas, lo que tan hermosamente llamó San Agustín: el sacrificium pretii nostri (el sacrificio de nuestro rescate).
Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquía y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición; pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo; así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los martires; y ya desde el siglo III fue cosa común celebrar en las iglesias liturgias de memoria de difuntos (misas por los difuntos). Este mismo espírtu y ternura, alienta a todas las oraciones y ceremonias que conforman hoy día, el rito de exequias.
Por otro lado, la Iglesia, hoy en día, recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de Noviembre, en el que destacan la "La Memoria de Todos los Fieles Difuntos el día 2 de Noviembre", especialmente dedicada a su recuerdo y sufragio por sus almas; y también "La Festividad de Todos los Santos, el dia 1 de Noviembre", en el que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos difuntos que vivieron en este mundo de una forma santa y que llegaron a alcanzar el premio eterno; aunque no se encuentren sus imágenes en ningún altar de ninguna iglesia, se podría decir, que son "santos anónimos", por otro lado, suponen la gran mayoría de la Iglesia Celestial, ya que siendo verdad que la Iglesia celebra a lo largo del año varios santos concretos y que así fueron promulgados por la Iglesia, y sus imágenes se encuentran en las iglesias, no quiere decir, que sean los únicos santos, la gran mayoria de los santos de la Iglesia no son los canonizados en este mundo, sino los miles y miles de fieles cristianos que han pasado por el mundo haciendo el bien y cumpliendo con los sacramentos y mandamientos que todos conocemos por ser miembros fieles de la Iglesia.



 REFLEXIONES SOBRE LA MUERTE  Y LAS EXEQUIAS CRISTIANAS
         El momento de la muerte es para todo ser humano el acontecimiento que determina el último acto que le perfecciona, que lo acaba como persona e incide completamente en su ser y en su relación interpersonal. El ser humano se situa ante la muerte con una doble actitud: por una parte, la muerte es una realidad que cierra y concluye la vida; por otra parte, es una realidad que abre otra dimensión, en la cual nuestro "futuro" dependerá "mucho" de como haya sido nuestra vida anterior a la muerte; ya que la muerte del cristiano tiene una "extensión" purificadora y penal. Aquí es donde  tiene aplicación la muerte de Cristo, "El muere por salvarnos a nosotros", por tanto, nuestra vida en este mundo, será o no, merecedora de los méritos de Cristo, en función de como hayamos usado nuestra vida terrenal, y nuestra fe en Cristo, la existencia en la otra dimensión, será de "Victoria" o "Derrota". A esta "victoria" le llamamos Gloria Eterna (la felicidad de la Pascua del Señor).
Por esta razón, en las exequias cristianas se hace siempre mención al misterio pascual, es decir, que los que un día hemos sido bautizados en Cristo, pasemos también con El - en el momento de la muerte- a esa otra "dimension" que es en la que se" encuentra" Dios y a la que solemos llamar "Gloria Eterna", "Vida Eterna", "Paraíso" ó "Resurrección". Primero lo haremos con nuestra alma, la cual tendrá que purificarse de los efectos de nuestros pecados, los cuales fueron perdonados en el sacramento de la confesión en nuestra vida terrenal, pero la existencia de alguno sin confesar o los efectos negativos que pudieron tener sobre nuestra alma (una cosa es hacer una acción y otra distinta los efectos que ha tenido esa acción) hacen que el alma necesite "limpiarse" hasta que sea capaz de poder contemplar a "Dios cara a cara".
 Y por último, nuestro cuerpo también resucitará, al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva de nuevo.
La celebración exequial es uno de los momentos privilegiados del cristianismo, porque se juntan la muerte y la resurrección; se anuncia la victoria sobre la derrota, así el cirio pascual encendido, quiere expresar esto: la esperanza en que la vida no termina junto al sepulcro ... Cristo venció la muerte.