sábado, 16 de noviembre de 2013

CAMPAÑA DE NAVIDAD 

RECOGIDA DE ALIMENTOS PARA LA COCINA ECONOMICA DE A CORUÑA






ALIMENTOS NO PERECEDEROS

DESDE EL 15 DE NOVIEMBRE
HASTA EL 15 DE DICIEMBRE

NAVIDAD CRISIS CARIDAD

lunes, 4 de noviembre de 2013

CONSAGRACION DE LA IGLESIA DE SANTAIA POR SAN PEDRO MEZONZO

CONSAGRACION DE LA NUEVA IGLESIA DE SANTAYA, CONSTRUIDA POR PEDRO DE MEZONZO SOBRE LAS RUINAS DEL EDIFICIO

Fuente: Francisca Pardo Nuñez, feligresa de Texeiro, que dice haber copiado el siguiente texto de una especie de tesis doctoral realizada por Manuel Ruben García Alvarez, en donde se hace mención a San Pedro Mezonzo (el origen y el autor de la Salve Regina)

Copio el texto:
                Obedeciendo a una cita, en la mañana del 1 de Julio de 995 un gran concurso de religiosos acude a Curtis. Va a celebrarse el solemne acto de la consagración de la nueva iglesia de Santaya, construida por Pedro de Mezonzo sobre las ruinas del edificio provisionalmente reedificado después de la invasión normanda. Se comenta, incluso, que tiene anunciada sus asistencia el propio rey Vermudo, y hasta hay quien dice que desde la tarde anterior se hallaba ya reunido con el obispo Pedro, en Santiago. De las vilas y vilares próximos se ha desplazado a Curtis una gran muchedumbre de curiosos, que desde el amanecer se extruja en los alrrededores de la nueva iglesia, ávida de poder contemplar de cerca tan impresionante cortejo  y sobre todo la figura de aquel insigne convecino, famoso en todo el reino por su sabiduría y santidad. El atrio y los terrenos circundantes no llegan para albergar aquel hormiguero humano que aguarda impaciente desde hace muchas horas.
Cuando el cansancio iba apoderándose de los cuerpos y la fina lluvia bastante fría, aún siendo verano, dejaba sentir sus molestos efectos, sonaron en Curtis las primeras campanas y poco después empiezan  a llegar los obispos que, acompañados de sus clérigos habían salido de Compostela, algo antes que el Rey. Ya se divisan vestidos con túnicas abotonadas o adorras y cubiertos con los mantos ferucíes o barraganes. Viliulfo, el anciano obispo de Tuy, que a pesar de sus años no quería faltar a la ceremonia; Armenterio, de Mondoñedo y Pelayo de Lugo. Llevan algupas mobatanas forradas de pieles de conejo y de comadreja.  Gudesteo, obispo de Oviedo; Jimeno de Astorga y Froilán de León. Todos se tocan con la capucha picuda que llevan de ordinario. A medida que van llegando, montados en recias mulas, enjaezadas con soberbias sillas jinetas de altos borrenes, recubiertas de plata, los prelados, tras descabalgar, ayudados por los escuderos de su séquito, aguardan al rey y a al obispo de Compostela, que ya no pueden tardar mucho, en el interior del templo, mientras diáconos  y clérigos esperan en el atrio.
Al fin aparece Vermudo  y Pedro  de Mezonzo con su séquito. La multitud se apiña en las alturas próximas, en los caminos y en las escaleras para admirar a su santo convecino, aunque sea de lejos, pues la clerecía ocupaba totalmente el atrio de la Iglesía y los madrugadores se habían adueñado de los lugares más próximos. Muchos no le habían visto desde la muerte de su padre Martín, le  encuentran algo aviejado, más blanco el cabello, más seria la mirada. No obstante conserva el andar firme y cuerpo erguido, a pesar de sus sesenta y cinco años. Viste túnica pintella y un ropón llamado feirache de las tierras del Miño y se toca, como los otros obispos, con la capucha picuda. A su derecha camina el rey Vermudo con las regias vestiduras de viaje.
El repicar de las campanas anuncia la llegada del monarca al atrio de la iglesia de Santaya. Un escudero tiene las brindas del caballo castaño que monta, mientras otro sujeta las de la mula la que cabalga Pedro de Mezonzo. Apeánse Vermudo y el prelado; rodeánles diáconos  y clérigos, y precedidos de la cruz alzada, entran todos en el interior de la iglesia. Algunos clérigos y a su frente los prelados venidos para asistir a la solemne ceremonia, saludan al principe y al obispo compostelano.
El templo presenta todo el explendor de los grandes días. Han sido recogidas o retiradas las ahalagaras palleas, es decir, las cortinas de tapiz que a veces ocultaban las naves de los absides cuadrados, donde estaban las aras, vense al fondo las mesas sagradas, adornadas con frontales palleos o greciscos, con figuras de águilas y cruces bordadas con hilos de oro. Colgadas encima de los altares se ven cruces de esmalte u olivitreas, y al lado bellas coronas argénteas y doradas, urnas de plata y marfil que guardan los vasos litúrgicos, y una gran almenara o lámpara de plata que tiene quince brazos o lucernas de vidrio. Al fondo, las cátedras episcopales y cerca del solio, enriquecido con incrustaciones de hueso y de metal que ocupará el rey.
El santo obispo Viliufo, decano de los prelados del reino, ocupa su sitial con la mitra en la cabeza, y sobre los hombros una capa tejida bordada en oro y adornada de margaritas. Delante tiene un analogio o atríl, sobre el cual está el gran códice litúrgico, cuyas hojas rebeldes de pergamino sujeta un clérigo joven, vestido con estola color de amianto  y balteo rojo. Otros clérigos y monjes sostienen candelas, y algunos encargados de la música llevan cítaras y vihuelas. Perfuma el aire el olor de incienso, se oye el chisporrotear de las lucernas, el bisbeo de las plegarias y el murmullo de los diálogos, y en diversos instantes llega hasta los atentos oídos de algunos el ruido de la calle. Inmediatamente se procede a la consagración del templo, en medio de un profundo silencio. Después dice una oración el santo prelado compostelano, y terminada la solemnidad religiosa, casi llegada la hora del yantar, abandonan la iglesia los asistentes al acto, para dar tiempo a la comida y al descanso y el que escriba extienda la carta de dotación al nuevo templo prometida por Pedro de Mezonzo. Poco después de la hora nona, se congregan de nuevo los asistentes para escuchar la lectura del documento. La sesión tiene lugar ahora en el atrio de la Iglesia de Santaya, pués, al fin la lluia y el frio habían sido vencidos por el sol de julio y el calor invita a reunirse al aire libre. Todos hacen conjeturas sobre la generosidad de Pedro de Mezonzo, pués ninguno ignoraba que como consecuencia de la invasión normanda, se habían perdido las escrituras que acreditaban las pertenencias de la iglesia de Curtis. Despúes de ocupar su asiento los que lo tienen  y colocarse donde han podido, clérigos y demás asistentes; Vermudo ordena se de a conocer públicamente la voluntad de su amigo. El santo obispo de Compostela se ha mostrado liberal en verdad. Trás el relato de lo ocurrido con la iglesia de Curtis, desde los ya muy lejanos días de su fundación por los bisabuelos de Pedro de Mezonzo, figuran en el documento, dictados por éste, los bienes donados: la vila de Chacente, con sus términos  y producciones, tal como la habían tenido sus antepasados; la iglesia de Santaya ahora reedificada, con todas sus pertenencias entre las que se cuentan las campanas de metal, los vasos sagrados, alhajas, libros y ornamentos, así como el ajuar necesario para el mantenimiento del culto  y de sus ministros. Añade también allí veinte yeguas con su garañón, cincuenta bueyes y vacas, quinientas ovejas, cabras y lechones, etc; más todo el ajuar completo de casa. Le da, así mismo, una vila que el santo había comprado a doña Guntina y sus hijos, otra que le había donado el presbítero Placencio y que estaba, como la anterior, cerca de Curtis. También lo que le pertenecía en la iglesia de Santa María de Ciudadela; la de San Jorge en la villa de Gorxá, con todos sus hombres, la de Santa María de Teixeiro que fue filial de Santaya; la vila de Mera, que fue de Buisano y su mujer, y de Sonilde, su hia, y que le había arrebatado al venerable obispo de modo indecente el conde Suario Gundemáriz; la heredad de don Aldoieitro, junto a Teixeiro. En el territorio de Nendos, la vila que llaman de Maials, dada a Pedro de Mezonzo por Menendo Visterlaz y por doña Goncia; la iglesia de San Julian de Soñeiro, y el pequeño monasterio de San Martin a orillas del rio Mendo, que le habian donado el confeso Sigeredo y su hermana Flauma; y también en Nendos, donde llaman Ois, cerca del rio Jore, otra vila que le habían concedido Hermenegildo y Clementina. En el territorio de Pruzos, en la vila de Churio, la quinta parte de las tierras que pertenecian a su padre Martín, y las porciones que a sus hermanos Adelfio y Vimarano y al el mismo le correspondían en las citadas tierras y lugares, así como las iglesias de Santa María de Berines, san Martin de Churio, Santa María de Mántaras y San Vicente de Narmaia junto al castillo de Aranga. Por último, invita a sus hermanos y hermanas y a sus demás parientes consánguineos a habitar en el monasterio familiar de Santaya, haciendo vida santa y disfrutando de todos los bienes reseñados, y encomienda el gobierno del cenobio a su sobrino el sacerdote Vimara, prohibiéndole, sin embargo, toda suerte de enajenación.
Acabada la lectura, después de la clásula final, en que se amenaza con castigos espirituales y temporales a los presuntos infractores, con esta oración en la que Pedro de Mezonzo nos descubre su profunda humildad:  "Santos del Señor, yo miserable Pedro, obispo, no en las obras, si no en el nombre, os ruego, os suplico, que éste vilísimo hecho mío, sea estable ante vuestros ojos, para que cuando fuere interrogado en el tribunal del Señor, aparezca entre los coros angélicos, y por vuestra intercesión merezca la bienaventuranza el día de la resurrección, y que jamás la muerte tenga poder sobre mi".
A continuación, la escritura es signada por el otorgante, ocasión por este aprovechada para hacer oración no menos sentida y fervorosa: "Bajo el sacrosanto amparo de Cristo y su vivificador poder, yo, Pedro, obispo de Iria y de la apostólica sede, dicté, dispuse y signé con mi propia mano, para mayor fuerza, esta escritura y quiero ofrecerla a mi Dios para evitar los suplicios del infierno, y después de sacado juntamente con mis padres, hermanos y padrinos, de aquellos abismos, merecer , ver mi nombre escrito entre los de los santos, en el Libro de la Vida y tener parte con los elegidos". Firman después los demás asistentes: el rey Vermudo, obispos, abades, los prepósitos de los monasterios de Antealtares, Soñeiro, Mezonzo, Brates, Sobrado y muchos presbíeros y clérigos.
La asamblea ha terminado, en medio del júbilo general. Lentamente van saliendo de la nueva iglesia los reunidos, que se disponen a marchar inmediatamene, cada uno a su destino, aprovechando las horas que aún quedan de día y dispuestos a caminar, si es preciso de noche, pues Curtis es insuficiente para albergar a tamaña muchedumbre.

Fdo: Manuel Garcia Souto, parroco de Santa Eulalia de Curtis, 28 de Octubre de 2013.