Lectura del Evangelio según san
Marcos
Enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las
calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en
los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Estos recibirán un castigo
muy riguroso”. En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo,
mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco
valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que
esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su
pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.
LO QUE NOS SOBRA
La escena es conmovedora.
Una pobre viuda se acerca calladamente a uno de los trece cepillos colocados en
el recinto del templo, no lejos del patio de las mujeres. Muchos ricos están
depositando cantidades importantes. Casi avergonzada, ella echa sus dos
moneditas de cobre, las más pequeñas que circulan en Jerusalén.
Su gesto no ha sido
observado por nadie. Pero, en frente de los cepillos, está Jesús viéndolo todo.
Conmovido, llama a sus discípulos. Quiere enseñarles algo que sólo se puede
aprender de la gente pobre y sencilla. De nadie más.
La viuda ha dado una
cantidad insignificante y miserable, como es ella misma. Su sacrificio no se
notará en ninguna parte; no transformará la historia. La economía del
templo se sostiene con la contribución de los ricos y poderosos. El gesto de
esta mujer no servirá prácticamente para nada.
Jesús lo ve de otra manera:
«Esta pobre viuda ha echado más que nadie». Su generosidad es más grande
y auténtica. «Los demás han echado lo que les sobra», pero esta mujer
que pasa necesidad, «ha echado todo lo que tiene para vivir».
Si es así, esta viuda vive,
probablemente, mendigando a la entrada del templo. No tiene marido. No posee
nada. Sólo un corazón grande y una confianza total en Dios. Si sabe dar todo lo
que tiene, es porque «pasa necesidad» y puede comprender las necesidades
de otros pobres a los que se ayuda desde el templo.
En las sociedades del
bienestar se nos está olvidando lo que es la «compasión». No sabemos lo que es
«padecer con» el que sufre. Cada uno se preocupa de sus cosas. Los demás
quedan fuera de nuestro horizonte. Cuando uno se ha instalado en su cómodo
mundo de bienestar, es difícil «sentir» el sufrimiento de los otros. Cada vez
se entienden menos los problemas de los demás.
Sin embargo, como
necesitamos alimentar dentro de nosotros la ilusión de que todavía somos
humanos y tenemos corazón, damos «lo que nos sobra». No es por
solidaridad. Sencillamente ya no lo necesitamos para seguir disfrutando de
nuestro bienestar. Sólo los pobres son capaces de hacer lo que la mayoría
estamos olvidando: dar algo más que las sobras.
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