martes, 30 de octubre de 2012


TRIBUTOS

Toda demasía es peligrosa, así los tributos han de ser moderados. Todo lo sobrado es dañoso y siempre reprensible todo exceso, Por ello solo se toma del panal de la miel lo que basta con un dedo, no con las manos, en procura que la su dulzura no sea causa a su vez de amarguras; recordemos que quien todo lo quiere todo lo pierde. No importa que salga alguna vez la Luna de día, pues el Sol le quita su jurisdicción no impidiendo la primera que salga la luz, con lo cual se describe que se tiene que contentar con reinar la una la noche y el otro durante el día.

Lo mismo ocurre con el dueño de un árbol, el cual se debe conformar con su fruto, que si además quiere el árbol lo perderá todo. Todo lo sobrado cuesta sobrados peligros, y trabajos a los hombres.


No existe cable que a sobrada violencia no se rompa, ni arco tan flexible que no encorve y lo quiebre, que el más cordero, suele pasar irritado a más león; porque se irrita la paciencia, y esta de diamante suele sacar sangre y sentimientos al golpearla porfiadamente, de modo que una prolija molestia suele convertir en hiel el corazón de la más dulce paloma.

La codicia y la crueldad que impone el avariento de enormes tributos, y aun siendo despiadado al cobrarlos, es dos veces tirano, ya que se lleva con el pelo la piel, y con la piel la carne, exprimiendo de los huesos el meollo, queriendo hasta de las piedras sacar sangre, y aun se podría jactar de ser piadoso, porque no pone tributos al respirar. Quienes así procediesen no traería más que altercados, de modo que cada uno defiende lo suyo con más coraje, que el ladrón acomete lo ajeno; no bastando el castigo en estos casos debido a que la obediencia suele fundarse en la utilidad, o en la necesidad, y ninguno está más cerca de querer perderse, que aquel que ya tiene menos que perder. Debe ser la cortesía en quien cobra y una nueva obligación en quien paga, todo ello con moderación.

Claro tenemos que no se puede conservar en obediencia a un pueblo, sin el freno del tributo que le rija; pero cuidado que no se desboque con él, como también es verdad que la pública quietud depende de las armas del sueldo, y éste de los tributos, y que es el dinero el nervio de la discordia. Pero fuera de lo preciso más seguro está el oro en manos de pueblo que en el erario.

Ningún gobernante alcanzó más gloria que aquel que a sabiendas de que el pueblo tenía muchas deudas, pagó de su dinero a los acreedores; o mandó vender alhajas antes de imponer un nuevo tributo. Lo más estimable es la dádiva que se da uno, es la que no haya sido martirio de muchos, por decirlo así, y que el don que enriquece al que le recibe no haga pobre sino al mandatario, aunque a éste tampoco, porque el que es dueño de lo que todos tienen, no puede dejar de tener lo de todos.

Fernando Cabanas López