Ya estamos convencidos de que la crisis económica que estamos
padeciendo es un pequeño reflejo de la crisis moral y cultural en la
que nos hemos ido enredando desde hace tiempo. Desde todas partes
surge la pregunta por la solución. Todos buscamos una salida
decorosa: una salvación para la persona y para la sociedad.
¿Dónde se encuentra la salvación? Unos la buscan en unas reformas
económicas que al fin terminan por aplastar más a las víctimas.
Otros apelan a una revolución pendiente que trata de hacernos
olvidar su propio fracaso. Otros miran a los poderosos de la tierra y
a las nuevas economías emergentes esperando que nos compren como
esclavos.
Pero nos cuesta entender que la salvación no es solo obra nuestra.
En el texto del profeta Baruc que hoy se proclama, se insiste en
recordar la iniciativa de Dios. Es Dios quien elige a Jerusalén. Es
Dios quien la reviste de un manto de justicia. Es Dios quien trae a
sus hijos del destierro. Es Dios quien les allana los senderos del
desierto (Bar 5, 1-9).
LA CONVERSIÓN DEL HOMBRE
El desierto es también el ambiente en el que se mueve Juan el
Bautista. No deberíamos olvidar que había nacido en el seno de una
familia y de una tradición sacerdotal. Habría podido disfrutar de
una situación de privilegio. Sin embargo, Juan había roto con aquel
sistema para retirarse al desierto. De allí viene la salvación.
El evangelio de Lucas evoca con fuertes rasgos la situación social
que estaba viviendo el pueblo de Israel (Lc 3,1-6). En lo político,
estaba dominado por los tentáculos poderosos del Imperio Romano. En
lo religioso, se recordaba que, habiendo sido sumo sacerdote durante
nueve años, Anás seguía controlando el templo por medio de sus
hijos y de su yerno Caifás.
Cualquiera había pensado que había que comenzar por cambiar de un
golpe las estructuras del poder. Pero Juan descubre que las
dificultades para que amanezca el día de la salvación no están
sólo en la situación política o eclesiástica. Están sobre todo
en el interior de cada persona. Juan se retira al desierto para poder
invitar a todo hombre a la conversión.
Haciéndose eco de las palabras de Baruc y de Isaías (2, 12-18),
Juan insiste en la necesidad de allanar barrancos y precipicios para
facilitar el camino de la salvación. Hay que rebajar los montones de
nuestro orgullo. Y hay que rellenar los socavones de nuestros
desalientos. A la esperanza se oponen tanto la presunción como la
desesperación.
EL ANUNCIO DE DIOS
“Que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale, y todos verán
la salvación de Dios”. El mensaje de Juan Bautista no era sólo
moral. Era profundamente religioso. No sólo invitaba a los hombres a
la conversión. Anunciaba la intervención de Dios.
• “Todos verán la salvación de Dios”. Bien sabemos que si es
preciso observar la Ley de Dios, es más necesario aún descubrir y
amar al Dios de la Ley. A los que esperar la salvación de Dios es
hora de anunciarles con humildad y valentía el verdadero rostro del
Dios de la salvación.
• “Todos verán la salvación de Dios”. Se dice que para la fe
de Israel era importante el verbo “escuchar” la voz de Dios. Pero
los peregrinos que subían al templo de Jerusalén deseaban también
“ver” el rostro de Dios. Los creyentes de hoy están llamados a
dar un testimonio que haga visible a Dios en este mundo.
• “Todos verán la salvación de Dios”. El pregón del Bautista
va dirigido a “todos”: los de cerca y los de lejos. La salvación
tiene una dimensión universal. Dios quiere la salvación de todos.
Los que sólo en él encuentran consuelo y apoyo. Y los que hacen
alarde de su autosuficiencia.
- Señor Jesús, tu nombre significa que “Dios es salvación”. En
las palabras de Juan el Bautista hemos descubierto que en ti podemos
ver el camino por el que Dios llega a salvar a nuestra pobre
humanidad. Bendito seas por siempre, Señor.
José-Román Flecha Andrés