domingo, 12 de septiembre de 2010

Pastoral Penitenciaria

Madrid, 10 - 12 septiembre 2010
DERECHOS HUMANOS Y COLECTIVOS VULNERABLES: UN RETO PARA LA IGLESIA +VICENTE JIMÉNEZ ZAMORA Obispo de Santander y Responsable de la Pastoral Penitenciaria 

I.- SALUDO 
Queridos hermanos obispos, estimadas autoridades, hermanos todos: Permitidme, antes de iniciar mi ponencia, que os salude afectuosamente de nuevo. Es para mí, como Obispo Responsable del Departamento de Pastoral Penitenciaria de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, un motivo de gran alegría participar en este VIII Congreso Nacional que versa sobre “Iglesia. Colectivos vulnerables y Justicia restaurativa”. En los últimos tiempos, cada cinco años, la Fundación Pablo VI nos acoge para celebrar este Encuentro. A esta digna Fundación, a las Instituciones convocantes, a las Instituciones colaboradoras, a la Comisión organizadora, a la Secretaría técnica y a cuantas personas colaboran en el desarrollo del Congreso, nuestra gratitud sincera y nuestra felicitación. El Congreso, al que acudís generosamente los capellanes, muchos voluntarios venidos de todos los puntos de la geografía nacional y no pocos trabajadores penitenciarios y profesionales de la justicia y de la intervención social, constituye un motivo de gran gozo. Es un espacio para la convivencia, la reflexión, el teatro, la oración y la Eucaristía. En el Congreso, a la luz de un tema de actualidad del máximo interés en nuestro trabajo pastoral y profesional, tratamos de confirmarnos en la fe, hacer crecer la esperanza de nuestros hermanos y hermanas encarcelados y ser testigos de Dios, que es caridad, nos amó primero (1Jn 4,19) y es nuestro definitivo liberador (Cfr. Lc 4,18ss.). La Pastoral Penitenciaria, tratando de escrutar los signos de los tiempos, en el ejercicio de un ministerio eclesial que trata de humanizar los sistemas penal y penitenciario, ha escogido este año como motivo principal de este Congreso el tema de la Iglesia, sujeto de la evangelización; la cuestión candente de los colectivos vulnerables, hondo motivo de preocupación para nosotros; y un novedoso modelo de justicia -la llamada “restaurativa”-, tan alejado del “ojo por ojo y diente por diente” como de la impunidad que deja en situación de indefensión a las víctimas. Voces cualificadas irán exponiendo estos días con detalle todas estas cuestiones en las ponencias y en el trabajo que se va a desarrollar en las diferentes áreas. Estoy seguro, como hemos empezado a disfrutar desde esta mañana, de que estos días aprenderemos mucho y saldremos alentados para nuestro ministerio liberador. Doy gracias a Dios con vosotros, que tenéis el don y la tarea de hacer presente a Jesucristo libertador a través de la acción de la Iglesia en favor de las personas que viven, han vivido o se hallan en riesgo de vivir privados legalmente de la libertad y de sus víctimas. No sería sincero si no dijera que los Obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y el personal del Departamento de Pastoral Penitenciaria nos sentimos orgullosos de vuestro trabajo apostólico entre los presos, de vuestro cariño hacia las personas privadas de libertad y del anhelo de justicia que os mueve. No es casualidad que recientes estudios sociológicos valoren de manera muy significativa el trabajo de la Iglesia en las prisiones. Este trabajo discreto y sencillo de la Iglesia, personalizado en cada uno de vosotros, constituye sin ninguna duda un signo de credibilidad evangélica y un pequeño grano de mostaza que visibiliza que el buen Dios no se desentiende de la humanidad y sigue amando con misericordia entrañable a los más pequeños y vulnerables. Gracias a todos de corazón. Dios, que es el mejor remunerador, os lo recompensará con creces. 
II.- LA IGLESIA Y LOS DERECHOS HUMANOS 
Entrando ya en materia, al hilo del título de mi ponencia, comparto con vosotros unas sencillas reflexiones que articulan los tres ejes vertebradores del Congreso (la Iglesia, los colectivos vulnerables y la Justicia restaurativa), con la cuestión no menor de los derechos humanos como reto para la Iglesia. Al tema de los derechos humanos hemos dedicado ya de manera monográfica algún Congreso Nacional y, de una u otra manera, siempre ha estado presente en nuestras reflexiones. No en vano, representan, en palabras del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI), uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana (152). Os anticipo que mis palabras son las consideraciones de un Obispo ilusionado con el quehacer de la Iglesia en estas “fábricas del llanto”, como llamaba Miguel Hernández a las cárceles, y partícipe en primera persona de esa pasión que nos mueve y nos conmueve para transmitir buenas noticias de parte de Dios a quienes las reciben malas de la vida, de sus injusticias y también de serios errores personales. Desde luego, no quieren ser una aportación científica, sino más bien un aliento pastoral, que nos abra a la esperanza.. La Iglesia participa de la fuerza del Espíritu Santo que es fuente de libertad: “para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1). Fiel a su misión, el mayor servicio que la Iglesia ofrece a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares es el servicio de la evangelización. Ésta se dirige a un ser humano en su total y compleja realidad desde el dinamismo de la encarnación. De ahí nuestra apuesta por diversificar esta acción pastoral en una pluralidad de ministerios que, organizados en áreas, respondan a las necesidades religiosas, jurídicas y sociales de las personas privadas de libertad. Se han dado pasos muy importantes, pero es preciso seguir avanzado en esta concepción integral de la Pastoral Penitenciaria en la que tienen cabida diferentes ministerios, carismas y conocimientos técnicos y profesionales. El ámbito de la Pastoral Penitenciaria es, por consiguiente, amplio. “La Pastoral Penitenciaria, que, en razón de su concreta localización y la exclusividad de sus destinatarios, comenzó a denominarse Pastoral Carcelaria, encuentra ya estrecha esa denominación y se halla en búsqueda de una nueva que exprese mejor su naturaleza y misión en los Sectores de Prevención, Prisión e Inserción, realizadas por las Áreas Religiosa, Social y Jurídica. Frecuentemente se la denomina ya Pastoral de la Justicia y Libertad, incluyendo esta denominación a todos los destinatarios de dicha Pastoral: delincuentes y víctimas”. El Papa Juan Pablo II, en su luminoso Mensaje para el Jubileo en las Cárceles (Ciudad del Vaticano, 24 de junio de 2000) concibe la Pastoral Penitenciaria como la acción evangelizadora de la Iglesia que pretende tres objetivos: Llevar a los hombres y mujeres privados de libertad la paz y la serenidad de Cristo resucitado (MJ 1-b); ofrecer a quien delinque un camino de rehabilitación y reinserción positiva en la sociedad (MJ 5-b); y hacer todo lo posible para prevenir la delincuencia (MJ 5-b). La identidad eclesial de la Pastoral Penitenciaria se realiza y actualiza, por consiguiente, a través de la triple función de la Iglesia: el anuncio de la Palabra porque “la Palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2, 8); la celebración de los sacramentos que continúan haciendo presente la acción redentora y liberadora del mismo Cristo; y el ejercicio de la diaconía del amor y de la justicia, que supone en nuestro caso la lucha por la justicia, la reivindicación incansable de los derechos humanos y la dignificación de las personas presas en todas sus dimensiones materiales y espirituales desde el amor que “disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites y aguanta sin límites” (1 Cor 13, 7). Llevar la Buena Nueva de Dios a quienes sufren la privación de libertad constituye el núcleo esencial de nuestra Pastoral Penitenciaria. Supone también el ejercicio de un derecho humano, el primero en ser reconocido en el tiempo: el de la libertad religiosa. Consagrado en el art. 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, aparece, como no podía ser de otro modo, con similar redacción en el art. 10 de la más reciente y actualizada Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea aprobada este mismo año. La Pastoral Penitenciaria a través de su sencillo actuar al servicio de la persona, asumida en su totalidad, pone ya en acto el espíritu de los Derechos Humanos, no sólo el de la libertad religiosa. Como bien sabemos, tristemente el ejercicio legítimo de este derecho que ejercemos en nuestro ministerio pastoral aún no es suficientemente reconocido en otras partes del mundo. Las posibilidades que, junto con el resto de confesiones religiosas, tenemos en nuestro país son lamentablemente ignoradas en otros. Se olvida que la atención religiosa es expresión de un doble derecho: por una parte, el derecho fundamental de la persona privada de libertad a ser atendido en sus necesidades religiosas por miembros de su confesión; de otra, el derecho de las religiones a hacerse presentes en el foro público, también en el ámbito de las prisiones, como forma de normalizar este medio y de facilitar el retorno a la sociedad libre. La libertad religiosa, por tanto, conlleva una doble dimensión privada y pública. Cercenar cualquiera de las dos constituye una flagrante violación de los derechos humanos y la eliminación de una dimensión esencial de la Iglesia. Para la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, la evangelización constituye para la Iglesia su “dicha y vocación propia […] su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar”. “¡Ay, de mí si no evangelizo!” llegó a exclamar San Pablo (1 Cor 9,16). Pero obviamente la Iglesia no se identifica sólo con el derecho a la libertad religiosa. También forma parte esencial de la evangelización la lucha por la justicia y los derechos humanos (Cfr. Sínodo de 1971 n.6, Evangelii nuntiandi 31 et passim). Su ministerio pastoral tiene como destinatario al ser humano en su totalidad, en todas sus dimensiones. Es “todo el hombre y todos los hombres” (PT 42, PP 14 y 42, SS 31, CV 18) lo que es causa de su solicitud pastoral. Como afirma el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Deus Caritas est, “el amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, también el tiempo”. Por eso, el “tiempo de condena es también un tiempo de Dios”. De ahí que la Pastoral Penitenciaria, como toda acción pastoral de la Iglesia, considera que el “hombre es el camino de la Iglesia” pues su rostro evoca el rostro mismo de Cristo (cfr. Mt 25, 36). La dignidad inalienable del ser humano, fundamento de los derechos humanos, tiene su fuente en Dios Creador, del que el hombre es “imagen y semejanza” (Gn 1, 26). Incluso privado de libertad, por las razones que sean, nada puede ensombrecer esta imagen. Son presupuestos bien conocidos de nuestra Pastoral que las personas no se reducen a su comportamiento y que, a pesar de los errores cometidos, por graves que sean, nadie está definitivamente encadenado a su pasado y tiene derecho a construir un futuro personal diferente. Este derecho a “nacer de nuevo” y el “derecho a la esperanza” forman parte del contenido de la dignidad de la persona. Así, al menos, lo entendemos desde nuestra Pastoral de Justicia y Libertad que apuesta por la perfectibilidad humana, desde una antropología realista y optimista. Para Dios y para la Iglesia nadie hay definitivamente perdido. La persona que yerra gravemente supone un reto para su acción evangelizadora, que sabe que, siempre y hasta el final, Dios regala una oportunidad a cada ser humano para abrir su corazón a un amor siempre más grande que su comportamiento: “la dignidad del preso es siempre mayor que su culpa”. Para la Iglesia los derechos humanos constituyen, como bien dijo Juan Pablo II, “una piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad” y “una de las más altas expresiones de la conciencia humana”. Dicho en palabras del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, constituyen “uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana”. En efecto, el reconocimiento de los derechos, su traducción en normas y, sobre todo su efectiva vigencia, aún incierta en muchos campos y ámbitos del mundo, los convierte en auténtico hito en camino de avance de la humanidad. Desde luego queda mucho camino por recorrer, pero no dejaremos de destacar que el art. 1 de la Declaración Universal de 1948 constituye la expresión más lograda del ideal de sociedad planetaria: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, tienen el deber de comportarse fraternalmente los unos para con los otros”. Es claro que se trata de un enunciado no descriptivo (lamentablemente no todos nacemos libres, ni mucho menos iguales, es más, algunos no llegan a nacer), sino prescriptivo. Contiene una obligación: el deber de comportarnos fraternalmente provocará la efectividad de la libertad y de la igualdad y, al mismo tiempo, será su modulador para no caer ni en un liberalismo salvaje individualista, ni en un absurdo igualitarismo que ignore el derecho a la singularidad y a la diferencia. Los derechos humanos constituyen la respuesta más justa a las necesidades humanas básicas. En efecto, todos los seres humanos, más allá de nuestras diferencias individuales, de la diversidad cultural, de nuestra procedencia geográfica, incluso del periodo de la historia en que se desarrolla nuestra biografía, tenemos necesidades. Éstas, además de ser universales, intemporales y de fácil identificación, resultan ser finitas. Si no quedan cubiertas, se compromete nuestra dignidad y hay una tacha de iniquidad sobre quien omite el deber de ampararlas. Este es un deber incondicionado que afecta a todos los sujetos individualmente considerados -“todos somos responsables de todos”- y a las estructuras políticas que nos hemos dado. En efecto, la categoría “necesidad” es previa al Derecho y constituye su fundamento de legitimidad. La circunstancia de que esto sea una obviedad facilita un acuerdo transcultural. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia n.154 es rotundamente claro: “los derechos corresponden a las exigencias de la dignidad humana y comportan, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades esenciales —materiales y espirituales— de la persona: “Tales derechos se refieren a todas las fases de la vida y en cualquier contexto político, social, económico o cultural. Son un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de cada uno de los aspectos del bien de la persona y de la sociedad (…). La promoción integral de todas las categorías de los derechos humanos es la verdadera garantía del pleno respeto por cada uno de los derechos”. A satisfacer estas necesidades están llamados los DDHH. Sabido es que se trata de derechos naturales (brotan de la misma naturaleza humana), inviolables (a nadie le es lícito vulnerarlos), inalienables (porque no son autodisponibles), universales (pues afectan a todos sin excepción), imprescriptibles (porque se proyectan indefinidamente en el tiempo), indivisibles e interdependientes (ya que beben de la unicidad de la persona y deben ponerse en mutua relación). Los DDHH representan una de las más altas cotas de derecho universalmente legislado. Son expresión de varias luchas y el resultado de la participación de diferentes actores: la lucha por la libertad religiosa y la tolerancia (siglos XVI y XVII); la reacción frente al poder absoluto de los monarcas que “dirigen a su pueblo como a un caballo” (Bodin); el esfuerzo por humanizar el derecho penal y dignificar a los castigados (el marqués de Beccaria); la lucha por los derechos de los trabajadores (el socialismo y nuestra DSI); los movimientos por la igualdad de derechos de la mujeres desde el XVIII; el Constitucionalismo, el Estado liberal de Derecho; y la reivindicación de los nuevos movimientos sociales (p.e., para la eliminación de las minas anti-personales o para abolición de la pena de muerte). Cuando los DDHH se vuelcan en algún texto normativo de rango constitucional los solemos llamar Derechos Fundamentales. La ampliación de su campo de acción y la universalización de su vigencia son dos indicadores de avance por la senda de la humanización. Por el contrario, si restringimos o seleccionamos a quiénes van a disfrutar de ellos en función de la raza, la nacionalidad, la religión, etc., nos precipitaremos en caída libre hacia la sinrazón. No en vano, los derechos humanos, auténtico “triunfo de la dignidad frente a la barbarie”, están -como siempre- “en el alero”. Hoy este mínimum moral universal, exigible jurídicamente, haría impensable que se repita lo acontecido en el año 1933, cuando ante la Sociedad de Naciones que atendía la reclamación de un judío, el representante de la Alemania nazi, Goebbels, llegó a afirmar sin inmutarse: “Somos un Estado soberano y lo que ha dicho este individuo no nos concierne. Hacemos lo que queremos de nuestros socialistas, de nuestros pacifistas y de nuestros judíos, y no tenemos que soportar control alguno ni de la Humanidad ni de la Sociedad de Naciones”. En nuestros días, ningún gobernante de ningún país, por totalitario que fuera, se atrevería a hacer afirmación semejante. Ciertamente parece haberse avanzado en conciencia colectiva acerca de la validez universal ética de los DDHH. A ello ha ayudado la quiebra del principio de que el Estado pueda tratar a sus súbditos a su arbitrio, y se ha sustituido por uno nuevo: el principio de que la protección de los derechos humanos y las libertades fundamentales constituyen una cuestión esencialmente internacional. Es más: el concepto de soberanía nacional, como marco jurídico internacional, ha sido felizmente diluido por nociones más modernas como las del derecho de injerencia humanitaria, el de asistencia humanitaria o el deber de proteger, que no sólo permiten, sino que obligan moralmente a una intervención de la comunidad internacional cuando se produce una violación masiva y grave de los DDHH. Desde luego queda mucho por recorrer y aún más para asegurar la vigencia y la persecución efectiva de todas las violaciones de los derechos humanos. La aparición de tribunales internacionales (como el Tribunal Penal Internacional) o la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad constituyen una excelente noticia para evitar la impunidad de los tiranos en cualquier parte del planeta. Por otra parte, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 supone de algún modo la pervivencia del llamado derecho natural, que desde la modernidad pretende ser un derecho racional, asumible por cualquier persona que haga uso de la recta razón. Sin duda alguna, el horizonte cristiano y su vocación universalista han constituido un horizonte inspirador de la Declaración de los Derechos Humanos. Es verdad también que no siempre lo hemos sabido integrar adecuadamente. Sin embargo, hoy el reto primero y elemental de asumir la cultura de los derechos humanos está felizmente logrado en la Iglesia. La reconciliación entre la Iglesia y los Derechos Humanos se realiza por el Papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris y se consagra en el Concilio Vaticano II. En la encíclica de Juan XIII se desarrolla toda una relectura creyente de la Declaración de 1948 desde el horizonte del reto de la paz y de la justicia para el mundo. Así se consagran definitivamente los DDHH como traducción laica de lo que Juan Pablo II posteriormente identificaría como una parte significativa del Reinado de Dios. Hoy en día el reto para la Iglesia es mantenerse continuamente vigilante para la lograr la efectiva y universal vigencia de “todos” los derechos humanos. Es cuestión que nos atañe como Iglesia. Todos los derechos deben igualmente preocuparnos: los de primera generación (derechos individuales de la persona; p.e., la libertad de expresión), los de segunda (derechos de la persona a ser garantizados por el Estado; p.e., el derecho a la vivienda), los de tercera generación (derechos de titularidad colectiva; p.e. el derecho al desarrollo de los pueblos), incluso los derechos humanos de cuarta generación (derechos de los futuros habitantes del planeta a disfrutar de un medio ambiente sano y recursos suficientes para satisfacer sus necesidades). Como vemos, el campo de los derechos y, no lo olvidemos, de los deberes -como recordó Juan XXIII y ha vuelto a poner sobre el tapete Benedicto XVI en Caritas in veritate- se va expandiendo. Por eso, es necesario vincular la moral social, económica y política con la bioética. En el fondo, cualquier campo de la actividad humana descolgada de los principios éticos acaba volviéndose contra el ser humano. Así lo estamos padeciendo con la actual crisis económica y social, que tiene raíces antropológicas y morales. También hemos de tener claro que entre democracia y derechos humanos debe haber una continua y natural relación de circularidad y mutua retro-alimentación. Lo democrático juega como principio procedimental esencial que vehicula la necesidad humana de participación y, por su parte, los derechos humanos constituyen el núcleo duro intangible que no puede ser, ni siquiera “democráticamente”, violentado; forma parte de “lo innegociable”, de aquello que no puede ser sometido a ningún tipo de votación y cuya transgresión, por pequeña que fuere, coloca automáticamente en situación de indignidad ética y de ilegitimidad política. Como venimos repitiendo, lo jurídico sólo encuentra su legitimación última en lo ético; y esto puede realizarse a través de la categoría, perfectamente inteligible por cualquiera, de “necesidades”. Por consiguiente, es justo lo que satisface necesidades humanas básicas y es ilegítimo aquello que las sofoca. Con todo, virtudes morales connaturales a la especie humana como la compasión, el cuidado del frágil, la hospitalidad hacia el forastero, el respeto al diferente, el cuidado diligente del prisionero, el respeto a la dignidad incondicionada de toda persona (auténtico “fin en sí mismo”, en términos kantianos) que han marcado hitos en el avance ético de la humanidad, se hallan permanentemente en riesgo y reclaman una continua y extremada vigilancia. Esta compete, desde luego, a los poderes públicos y a sus instituciones (nacionales e internacionales), pero también es tarea de la sociedad civil, de su tejido social y, por supuesto, de la Iglesia. Este cuidado diligente de los derechos humanos se torna una exigencia mayor en contextos de mayor precariedad personal y vulnerabilidad social. En ellos, los DDHH deben ponerse en continua y estrecha relación con otra virtud clásica, fundamental en nuestra DSI: la Justicia, y de manera muy especial en nuestro ámbito, la Justicia Social. Ésta debe ser repensada desde los “injusticiados”, desde aquellos que no tienen cubiertas las “necesidades” básicas (y, por tanto, tienen humillados sus derechos), y no desde los “intereses” de los poderosos o, no menos peligroso, los simples “deseos” de las mayorías. Se tratará, en definitiva, de llevar a la práctica la afirmación del Catecismo de la Iglesia Católica: “los hermanos tienen las mismas necesidades y los mismos derechos” (CIC 2186). Esta vinculación del Derecho a las necesidades es la mejor garantía de su eticidad. El fundamento fuerte de los derechos propio de nuestra tradición los ancla en Dios mismo y en su reflejo en la dignidad de cada persona y de toda persona humana. Ello implica la responsabilidad igualmente fuerte de los deberes frente al prójimo, especialmente si es vulnerable. Por eso podemos decir con Lévinas que los DDHH, “son derechos más legítimos que cualquier legislación, y más justos que cualquier justificación… Son la medida de todo Derecho y, sin duda, de su ética”, pues “expresan de cada hombre la alteridad o el absoluto”, pues “antes de toda teología… la original venida de Dios a la idea del hombre está en el respeto mismo de los derechos del hombre”. O en palabras sublimes de Paul Valadier de plena aplicación a los colectivos vulnerables: “De manera sorprendente tanto las grandes tradiciones morales como la tradición evangélica convergen en un punto central concerniente al respeto a la dignidad del hombre. Este no es respetable en primer lugar por sus cualidades eminentes, por sus rasgos nobles y elevados, sino ahí justamente donde pierde los rasgos de esa sublimidad. Allí donde, habiendo perdido forma humana, está enteramente entregado a la solicitud de sus hermanos y hermanas de humanidad”. 
III.- JUSTICIA RESTAURATIVA Y DERECHOS HUMANOS. 
  Hemos afirmado que los DDHH necesitan ser leídos desde la clave de la Justicia y singularmente de la Justicia social. La justicia es la virtud de “dar a cada uno lo suyo”, esto es, lo que es necesario para vivir con dignidad, para estar “ajustado” consigo mismo y con los demás. En este camino ético hacia la satisfacción de las necesidades humanas, propio de los derechos humanos, la llamada justicia restaurativa o restauradora, constituye en la actualidad una importante cuestión de reflexión en el ámbito penal y penitenciario. Al mismo tiempo, existe una creciente demanda ciudadana que propone la necesidad de reconocer de manera más rotunda los intereses y necesidades de las personas que se han visto afectadas por una conducta infractora: tanto de las víctimas como de los delincuentes. La justicia restaurativa, por la que optamos, supera el antiguo modelo de justicia punitiva centrada exclusivamente en el castigo y persigue el doble objetivo de responsabilizar al agresor y de reparar a la víctima por el daño causado. Para ello les devuelve el protagonismo personal que el sistema penal les hurtó cuando sustituyó el diálogo entre las partes y sus necesidades por el interrogatorio y las necesarias garantías. Ahora se trata de reconocer los hechos, reparar el daño causado y, cuando sea posible, reconciliar al agresor con la víctima y con el entorno pacificando la convivencia para evitar nuevos delitos en el futuro. Se trata, como vemos, de una justicia que reconstruye relaciones rotas, que protege vulnerabilidades, que cura heridas y que repara brechas; de una justicia que responsabiliza, que repara a las víctimas, tan frecuentemente ignoradas y olvidadas por el vigente sistema penal, y que implica a la propia comunidad en la protección de sus víctimas y en la facilitación del proceso de rehabilitación y normalización social del infractor. Supone, en el fondo, un modo de comprender al ser humano; éste se concibe como un ser de posibilidades, capaz de encuentro con otros, de abrirse a lo inédito y susceptible de enfrentarse a los conflictos de manera pacífica, responsable, reparadora y dialogal. En la obra colectiva editada por la Fundación Ágape que se os ha entregado, se define acertadamente a este modelo de justicia como “la filosofía y el método de resolver los conflictos que atienden prioritariamente a la protección de la víctima y al restablecimiento de la paz social, mediante el diálogo comunitario y el encuentro personal entre los directamente afectados, con el objeto de satisfacer de modo efectivo las necesidades puestas de manifiesto por los mismos, devolviéndoles una parte significativa de la disponibilidad sobre el proceso y sus eventuales soluciones, procurando la responsabilización del infractor y la reparación de las heridas personales y sociales provocadas por el delito”. No es algo tan novedoso como pareciera a primera vista. Ya en la Biblia encontramos formas restaurativas de evitar “la muerte del delincuente y de procurar que se corrija y viva”. En los Evangelios aparecen citas explícitas: “busca un arreglo con el que te pone pleito mientras vais de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel”. En el continente africano es digno de mención el ubuntu (recomposición comunitaria de heridas sociales). También surgieron voces que invitaban a superar la ineficacia de los modelos de justicia excesivamente verticalizados que se olvidaban de la comunidad y que acaban por generar una insana disociación entre el delito, el infractor, la víctima, la sociedad y la consecuencia jurídica impuesta, ahondando con el distanciamiento espacial y, sobre todo, vital de un problema relacional que acaba formalizado y, las más de las veces, despersonalizado. Tanto los planteamientos reformistas como los más radicalmente abolicionistas ponían de manifiesto las sinrazones del modelo vindicativo vigente y, sobre todo, la necesidad de poner límites al sufrimiento evitable que provocaba el funcionamiento ordinario de la Justicia convencional. También, entre otros factores que han impulsado este modelo restaurativo, no pueden dejar de mencionarse los movimientos pro justicia y paz. Han sido significativas Las Comisiones de la Verdad constituidas con el objeto de investigar objetiva y críticamente el pasado en sociedades que han padecido situaciones trágicas de violencia interior, con el fin de restañar las heridas producidas y evitar que tales hechos vuelvan a repetirse en el futuro. A tal efecto, fueron constituyéndose foros, unas veces desde instancias oficiales (“Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas” en Argentina o "Comisión de Verdad y Reconciliación" en Chile y Suráfrica; "Comisión de la Verdad" en El Salvador), y otras creados desde el propio tejido social (Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia). El componente cristiano en su génesis y desarrollo no puede ser olvidado. También deben significarse como instancias favorecedoras de dicha justicia restaurativa instituciones supra-estatales como Naciones Unidas o entidades cívico-religiosas como la Comunidad de San Egidio con su participación especial en la resolución de importantes conflictos africanos. Si, como señalábamos en otro momento, los DDHH encuentran su razón de ser en la cobertura de las necesidades esenciales de las personas, ¿cómo no descubrir en este modelo de Justicia restaurativa un dinamismo más capaz de responder a las necesidades reales de las partes incursas en la causa penal que el modelo puramente punitivo que acaba dejando insatisfechos a todos? ¿Cómo no asumirlo cordialmente desde nuestra Pastoral de Justicia y Libertad? Aunque no se nombre explícitamente, late por debajo del Mensaje Jubilar del año 2000 del Papa Juan Pablo II la idea de una Pastoral Penitenciaria que promueva la justicia restaurativa o reconciliadora. En otro contexto, el Santo Padre afirmó: “La justicia restaura, no destruye; reconcilia en vez de incitar a la venganza”, (Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, 1998, nº 1). “Bien mirado, su raíz última se encuentra en el amor, cuya expresión más significativa es la misericordia. Por tanto, separada del amor misericordioso, la justicia se hace fría e hiriente”. Esto mismo destaca Benedicto XVI en Deus Caritas est. Desarrollando más explícitamente esta idea restaurativa, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI 403, 1) habla del sentido de las penas. “La finalidad a la que tiende (la pena) es doble: por una parte, favorecer la reinserción de las personas condenadas; por otra parte, promover una justicia reconciliadora, capaz de restaurar las relaciones de convivencia armoniosa rotas por el acto criminal”. En ese sentido, “la Iglesia debe convertirse, dentro de la sociedad, en promotora de una cultura a favor de los derechos humanos y del respeto y promoción de la dignidad humana. Esto debe hacerse incluso para aquellos que han cometido un error o cometido delitos o crímenes. Una cultura de los derechos humanos que, sin negar las demandas de la justicia, sepa y sea capaz de señalar caminos de verdad y de esperanza”. La Pastoral Penitenciaria de la Iglesia está llamada a aunar justicia y caridad, responsabilidad y misericordia, derechos humanos y justicia restaurativa. Todo ello en mutua y constante interrelación. “Es una relación que necesita ser alimentada con pasión, devoción y amor, incluso si el contexto cultural no es fácil y favorable. Esto es especialmente cierto si uno considera la necesidad de juntar las demandas de la justicia por un lado y aquellas de la caridad y la esperanza por otro, las demandas del realismo jurídico y las de la profecía. El realismo cristiano ve el abismo del pecado, pero lo ve a la luz de la esperanza, que es más grande que cualquier mal y es dada a través del acto redentor de Jesucristo, que destruyó el pecado y la muerte”. Para concluir estas breves reflexiones del apartado sobre la Justicia restaurativa, me gustaría recordar las palabras del Santo Padre Benedicto XVI a los miembros de la Comisión Internacional de la Pastoral Penitenciaria Católica. Son toda una invitación a la esperanza y a la reconciliación: “Los detenidos fácilmente pueden sentirse abrumados por sentimientos de aislamiento, vergüenza y rechazo que amenazan con frustrar sus esperanzas y aspiraciones para el futuro. En este contexto, los capellanes y sus colaboradores están llamados a ser heraldos de la misericordia infinita y del perdón de Dios. En colaboración con las autoridades civiles, tienen la ardua tarea de ayudar a los detenidos a redescubrir el sentido de un objetivo, de forma que, con la gracia de Dios, puedan reformar su vida, reconciliarse con sus familias y sus amigos y, en la medida de lo posible, asumir las responsabilidades y deberes que les permitirán llevar una vida recta y honrada en el seno de la sociedad”. 
IV.- COLECTIVOS VULNERABLES EN LA REALIDAD PENITENCIARIA 
Me gustaría ahora ofrecer unas cuantas ideas sobre el segundo término del lema de nuestro Congreso: los colectivos vulnerables. Bajo este epígrafe se viene incluyendo una realidad vasta y compleja que abarca distintas realidades. Sin pretensión de exhaustividad comprendería a los enfermos mentales, a los discapacitados físicos, a los ancianos, a las mujeres con cargas familiares, a los extranjeros y, en general, a cualquier persona que a la privación de libertad suma otro factor de vulnerabilidad personal o social de importancia. Cuando se instituyó la privación de libertad como pena, se hizo por razones humanitarias. Se pretendía abolir el castigo corporal y se sustituyó la crueldad del castigo físico por castigar una de las dimensiones más sensibles del alma humana: la libertad. Esto se hizo hace más de dos siglos en los que la libertad era ensalzada y su privación constituía el más horrendo castigo. La cárcel se pensó en un contexto y para unos destinatarios bien distintos de los actuales. En nuestros días, los forzados habitantes de nuestros centros penitenciarios son en no pequeña medida enfermos físicos o mentales, discapacitados, extranjeros y personas cuya edad media tiende a subir, no siendo infrecuente la realidad de personas de más de 70 años; existen incluso casos de tetrapléjicos. Es evidente que las cárceles no se construyeron pensando en ellos, ni están diseñadas para ellos. Igualmente es claro que hoy ya disponemos de medidas restrictivas de la libertad y de los derechos de la persona que cumplen perfectamente la finalidad retributiva de la pena y las exigencias de seguridad ciudadana que la sociedad reclama sin que ello suponga necesariamente la privación absoluta de la libertad ambulatoria. En este sentido, íntimamente vinculado a la realidad de los colectivos vulnerables –y más allá de ellos- se hace preciso apelar a nuestra creatividad para impulsar medidas alternativas a la prisión con más audacia que la ejercida hasta la fecha. No podemos ignorar la disonancia entre el altísimo número de presos, a la vanguardia de Europa occidental, y una moderada cifra de delitos por habitantes. Pero tampoco podemos obviar las justas peticiones de las víctimas de los delitos, frecuentemente ninguneadas por el sistema penal. De cómo aunar el derecho primordial de las víctimas a la seguridad y a la reparación del daño y el de los infractores a ser insertados socialmente, especialmente cuando la asimetría social o patologías no diagnosticadas o tratadas estaban en el origen del delito, bastante sabe la Justicia restaurativa como acabamos de apuntar. Baste ahora señalar que el rigor excesivo del sistema penal español, no percibido socialmente quizá por un insuficiente esfuerzo de pedagogía social de nuestras autoridades, o por la falta de una atención personalizada a las víctimas por parte del sistema penal, amén de errores institucionales o del cultivo mediático del morbo y el cultivo emotivista del miedo, puede haber ayudado a esa distorsión entre la objetividad de los datos y la percepción subjetiva del ciudadano. Cuando centramos nuestra atención en los colectivos vulnerables, pronto detectamos, desde la perspectiva que nos ocupa, que buena parte de ellos estaban privados de derechos humanos antes de ingresar en el sistema penal. En buena medida esto mismo acontece con la mayor parte de la población penitenciaria. Con frecuencia la intervención del sistema penal no es sino la expresión de un profundo fracaso social y de la falta de intervención por otras agencias públicas. Esta es sin duda, nuestra principal reivindicación: el compromiso con los derechos humanos, especialmente de segunda generación (económicos y sociales, fundamentalmente) es la mejor garantía de que no se continúe en una peligrosa espiral que lacera la dignidad humana. La mayoría de los internos han vivido ya con sus derechos humanos conculcados antes de su ingreso en prisión: salud, trabajo, familia, vivienda, igualdad de oportunidades, etc. Los enfermos mentales. Me centraré en uno de los colectivos de los que se hablará in extenso estos días: los enfermos mentales. Por otra parte, de este tema ya se trató con gran éxito de participantes y altura científica en los ponentes en el VII Encuentro Nacional sobre Enfermos Mentales y Prisión, celebrado en Valencia, los días 18-19 de septiembre de 2009, enmarcado en el Año de la Solidaridad(“Padre Jofré: 600 años de solidaridad”). El incremento de personas con este cuadro constituye todo un reto para las autoridades, la sociedad y la Iglesia como parte de ella. Sin duda, revela la escasa atención que todavía se presta a la salud mental por parte de los sistemas de salud y la insuficiencia de recursos para el diagnóstico precoz y el tratamiento. ¿Cómo es posible que un buen número de ellos haya ingresado en prisión sin haber sido nunca diagnosticado ni tratado previamente de su enfermedad mental? Además del derecho a la salud (concepto totalizador que abarca en definición de la OMS lo bio-psico-social), se afectan otros no menos importantes, como el derecho a la defensa (¿cómo se podía alegar una posible circunstancia atenuante o eximente si no se conocía?), a la tutela judicial efectiva (¿qué tutela es esa que ignora la causa, en muchos casos, fundamental del delito?) y otros muchos más. Pero, desde el punto de vista de la sociedad libre, en este caso se ve con claridad meridiana cómo la defensa de los derechos del otro siempre es la mejor garantía de los propios. En efecto, sin duda alguna, si todos los enfermos mentales fuesen convenientemente diagnosticados, tratados y tuviesen todas las prestaciones sociales a que su situación da derecho, ello redundaría en mayor seguridad ciudadana, menores costes sociales y mayor calidad de vida para todos. Y todo ello sin dejar de advertir que, como señalan los expertos, la prevalencia de delitos graves en este colectivo, injustamente estigmatizado, es notoriamente menor que entre la población sana. Sin duda, considerar la verdadera naturaleza de la causa de los delitos que afectan a los colectivos vulnerables en general permitiría reducir el daño provocado por los mismos, prevenir la comisión de otros y minimizar el uso de la prisión a favor de medidas terapéuticas no sólo más adecuadas sino también más seguras. Se hace, por tanto, necesario un particular esfuerzo de recursos y de creatividad para hacer frente a este desafío. En el caso de los colectivos vulnerables se visibiliza como en ningún otro la continuidad que debe darse entre el ámbito penitenciario y el mundo libre. Si, como acabamos de ver, una parte significativa de los delitos podrían haberse evitado de contar con medios sociales y económicos, no es menos verdad que aquellos que ya han ingresado en prisión y que han de retornar inevitablemente a la vida libre precisan medidas de apoyo a su reinserción social. Sin duda la cobertura de todas estas necesidades es responsabilidad directa de la Administración, pero nosotros, como Iglesia, disponiendo de una auténtica red celular que llega a todo el entramado social, no podemos desentenderos de esta auténtica función de puente entre el mundo entre rejas y el mundo libre. En este sentido, es preciso, como venimos insistiendo en los últimos años, superar cierta miopía penitenciaria que nos impide ir más allá de lo estrictamente carcelario. Sin dejar de atender a nuestros hermanos y hermanas presos, mejor dicho, para mejor atenderlos, hemos de coordinarnos con instancias de prevención y de manera inexcusable, con las de reinserción social tanto dentro como, cada vez más, fuera de la prisión. En este sentido, la afortunada multiplicación de Centros de Inserción Social (CIS) y la progresiva apuesta por medidas alternativas a la prisión, nos obligan a plantearnos como Pastoral Penitenciaria nuevas formas de actuación, que pasan cada vez más por el acompañamiento en libertad. Lo exigen los derechos de las personas incursas en el sistema penal. De ahí que en nuestra actuación hayamos de dar cada vez más importancia al trabajo en libertad y al acompañamiento solidario de los colectivos vulnerables (enfermos psíquicos y físicos, discapacitados, extranjeros, etc.) como expresión de nuestra particular opción preferencial por los pobres. Ello nos urge a retomar con más ahínco el Plan Marco que se formuló a raíz del Jubileo para las prisiones y el importantísimo Mensaje elaborado a tal fin por el Papa Juan Pablo II. Me refiero con insistencia a no limitar nuestro universo a la intervención pastoral en el marco de los muros de hormigón. Las nuevas modalidades de ejecución penitenciaria, en régimen de semi-libertad, nos apremian para actualizar nuestra concepción de que la Pastoral Penitenciaria tiene un antes (prevención), un durante (actuación pastoral en las prisiones) y un después (reinserción social). Esta última etapa, institucionalmente cada vez más diversificada, nos recuerda la necesidad de constituir un auténtico puente entre la persona penada y la sociedad a la que ha de volver, de involucrar a nuestras comunidades parroquiales, religiosas, movimientos, etc. en el acompañamiento de estos itinerarios de inserción social. Es bueno recordar las palabras del querido y recordado Papa Juan Pablo II: “El mundo no necesita muros sino puentes” (Juan Pablo II, 16 de noviembre de 2003).La misma organización de la Iglesia presente geográficamente en todos los ámbitos y sectores de la realidad constituye un facilitador de primer orden para estos procesos de normalización social. No poner en acto todo este potencial constituiría un grave pecado de omisión que no nos podemos permitir. Mayores, madres con hijos, discapacitados físicos. No ignoramos los esfuerzos de la Administración para responder a las necesidades de perfiles complejos como el de la tercera edad, las madres con hijos a cargo, o los discapacitados. Pensamos, sin embargo, que no es un problema penitenciario. Estas personas en buena parte de los casos, sobre todo en los supuestos menos graves, no deberían estar en prisión. Existen métodos de control y de limitación de la libertad que les posibilitarían una mayor calidad de vida y que asegurarían también el derecho de la sociedad a convivir pacíficamente. Todavía no hemos agotado la creatividad y la audacia para buscar otras modalidades seguras de ejecución de las penas. La idea de que la única forma de ejecutar las penas sea la prisión debe ser superada. Hoy son posibles modalidades diversas de ejecución y de limitación de la libertad ambulatoria que no pasen necesariamente por el internamiento penitenciario. Los emigrantes. En otro orden, estamos convencidos de que en los albores del siglo XXI los desplazamientos geográficos de población y sus consecuencias sobre la comprensión del ser humano y el replanteamiento cultural, económico, político y religioso que suponen, van a ser una auténtica “bandera discutida”. Tenemos por cierto que el elemento discriminador del nivel ético de las personas y el exponente de la calidad y congruencia de su experiencia religiosa va a venir marcada por su respuesta ante el reto de los flujos migratorios. La situación de los migrantes que buscan una mejora de oportunidades vitales, que sólo faltando a la ética puede criminalizarse, nada tiene que ver con los delitos cometidos por grupos extranjeros organizados que actúan coyunturalmente en nuestro país. No es justo ni sociológicamente correcto vincular inmigración con delincuencia. Más bien la criminalidad parece correlacionar con desigualdad, descohesión social y falta de valores personales y comunitarios. Nos preocupa la cifra creciente de extranjeros en prisión. A la privación de libertad se añade la vulnerabilidad de encontrarse lejos de su entorno y de sus familias y, con frecuencia, el desconocimiento del idioma que hace que sus garantías jurídicas, incluso el normal desenvolvimiento de su vida, se vean seriamente limitados. En un mundo globalizado habrá que procurar los acuerdos internacionales que permitan agilizar el cumplimiento de las penas en los países de origen cuando ésta fuese la voluntad de los reos. También habrá que procurar formación específica a los funcionarios que trabajan en unos centros cada vez más pluriculturales, o aumentar los traductores-interpretes cualificados en todas las fases procesales (incluida la ejecución penitenciaria) de modo que se aseguren las garantías y derechos penales, procesales y penitenciarios. Habrá que procurar aliviar el alejamiento con la facilitación de vías de comunicación fluidas con sus familiares. En todo caso, habrá que proscribir por todos los medios esa continua amenaza que sobrevuela la consideración del diferente: el racismo, la xenofobia o cualquier forma de discriminación. Por otra parte, hay que recordar que el Derecho de extranjería en modo alguno puede quedar por encima de la realidad familiar ya que ésta es superior a cualquier otra realidad institucional o jurídica, incluido el Estado (CDSI 254). Por consiguiente, también es aplicable a la regulación de la inmigración la crítica a la lógica burocrática que sustituye a la preocupación de cubrir las necesidades de las personas (CDSI 354). Por eso se entiende que los emigrantes no son un factor de producción más y “deben ser recibidos en cuanto personas” (no es una obviedad), por lo que se habrá “de respetar y promover el derecho a la reunión de sus familias”. Esa cohesión familiar, lograda merced a la reagrupación familiar, constituye siempre un elemento preventivo del delito. El apoyo a la familia, célula básica de la sociedad, constituye un reto todavía no suficientemente cumplido. La “prueba del algodón” de la coherencia y auténtica universalidad de los discursos religiosos y éticos la va a constituir, una vez más, la respuesta ante el diferente. Sin duda, una antropología fuerte, que ponga en el centro a la persona humana y construya una teoría de justicia que la universalice y afiance, constituirá el mejor basamento para la protección de los derechos de los otros, de los diferentes; y esto, entre otras cosas, como garantía de la dignidad y derechos de todos. Los menores internados. Tampoco podemos olvidarnos de los menores internados en centros, de los que se ocupa un área específica de nuestro Departamento. Todavía quedan pasos pendientes para normalizar plenamente la atención pastoral de manera regular, al modo en que ordinariamente se atiende en los centros penitenciarios. Constituye un derecho de los menores y de las entidades civiles y religiosas para cumplir su misión y hacer más llevadero y más integrador el internamiento en estos centros. Por otra parte, nunca insistiremos bastante en la importancia de la exquisita supervisión de la autoridad pública, garante del bien común, sobre estos centros. Nos sumamos a las preocupaciones expuestas por los obispos católicos norteamericanos del sur cuando plantean los serios interrogantes que provoca la gestión privada de estos centros. A nuestro juicio, la libertad es un patrimonio tan personalísimo del alma humana que sólo in extremis y sólo por el Estado –que ejerce el monopolio de la violencia legítima y es el gestor del bien común- se puede limitar. La libertad humana debe mantenerse extra commercium. Como ha enseñado reiteradamente la DSI, el mercado no debe idolatrarse, ni todo debe quedar en manos del mercado. Seguimos con el máximo interés los esfuerzos de nuestros hermanos que tratan de asegurar una presencia pastoral de la Iglesia en el ámbito de los Centros de Internamiento de Extranjeros. Lamentablemente, todavía se carece de un marco reglado más garantista para con los derechos de las personas privadas de libertad por una irregularidad administrativa (“no tener papeles”) y la cobertura de su atención pastoral integral por parte de la Iglesia católica. La complejidad del problema de la inmigración (también el de la salud mental) obliga a nuestro Departamento a trabajar cada vez más en red con diferentes áreas de atención pastoral de la Iglesia católica, con otras confesiones hermanas, con el tejido social ciudadano y con las administraciones implicadas. Hemos de superar cualquier resabio de cerrazón a la hora de abordar los retos cada vez más diversos y complejos. En estos ámbitos hemos de ejercer una tarea profética ante nuestra sociedad y sus autoridades, para evitar que los listones de efectividad de los derechos humanos no cedan ante el miedo o criterios funcionalistas o utilitaristas. El trabajo en el contexto penitenciario es uno de los más nobles, más complejos y menos reconocido. Por ello exige dedicar a los mismos a los más vocacionados y a los mejores. Sólo de este modo lograremos que el respeto a los DDHH sea pleno y efectivo. Apostar por una adecuada selección, formación ética y profesional y un adecuado reconocimiento social hacia el papel de los trabajadores penitenciarios es una forma efectiva de asegurar la efectividad de los DDHH. Cuando sea preciso, habrá que depurar con agilidad las responsabilidades de malas praxis que no pueden empañar el buen hacer de un colectivo de trabajadores que tienen todo nuestro cariño y reconocimiento. En nuestro campo, no somos ajenos a los esfuerzos que realizan las Administraciones penitenciarias en España y a la probada sensibilidad humana de la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias (Administración Central), Dña. Mercedes Gallizo Llamas, la del Secretario de Servicios Penitenciarios y Rehabilitación (Administración de Cataluña), D. Albert Batlle Bastardas, y la del personal de sus respectivos Departamentos, pero siempre les pediremos más. Nos urgen a ello las necesidades siempre nuevas y cambiantes de las personas presas. Así venimos haciendo desde el reconocimiento a las facilidades que dan a nuestro trabajo y desde la colaboración que nos debemos entre todas las instancias empeñadas en dignificar nuestras prisiones. Creo que hemos logrado una buena síntesis entre la colaboración mutua y la autonomía de cada cual. Ojalá se pudiese generalizar esta tónica a todos los ámbitos de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. 
V.- DISTANCIA ENTRE LA LETRA Y EL ESPÍRITU DE LOS DERECHOS HUMANOS. 
Obviamente como Obispo no me compete presentar soluciones técnicas a los complejos problemas que abordamos en este Congreso. Pero sí puedo, como Pastor guiado por los criterios inspiradores de la Doctrina Social de la Iglesia y por el trabajo desarrollado por los numerosos expertos con que felizmente cuenta la Pastoral Penitenciaria, proponer algunas orientaciones de carácter moral que ayuden a indicar las mejores soluciones a quien en cada caso corresponda. En todo el mundo se constata que “existe desgraciadamente una gran distancia entre la ‘letra’ y el ‘espíritu’ de los derechos de la persona a los que se ha tributado frecuentemente un respeto puramente formal. Nos limitaremos a apuntar algunos campos en los que habrá que mantener una actitud cuidadosa. En nuestra época, en general, ante aquello que genera “molestias” se toleran permisivamente comportamientos que entran en colisión con los DDHH: el aborto se convierte en la cultura popular en un mero “quitárselo” (ahora tornado en cuestionable “derecho”), los ancianos son reducidos, sobre todo en vacaciones, a “población sobrante”, los excluidos de todo tipo acaban constituyendo un excedente social que sobrecarga el gasto público. Por centrarnos en un terreno que es familiar a nuestros técnicos, la quiebra de elementales principios jurídicos, facilitada por una visión funcionalista y utilitarista del Derecho, relativiza la irretroactividad de las leyes penales y el carácter restrictivo del ius puniendi. Se acaban vinculando los derechos humanos al criterio del merecimiento moral, el cual obviamente no alcanza a determinados comportamientos antisociales (delincuencia, terrorismo internacional). Algo parecido podríamos decir del aislamiento penitenciario. Por eso, nos felicitamos por la reducción de personas en primer grado y en régimen de incomunicación en los últimos años. Las condiciones son tan duras y suponen una negación de tal calibre de la sociabilidad humana que el aislamiento debería quedar como una ultima ratio, siempre por el tiempo mínimo imprescindible, afectado por una finalidad concreta mensurable y sometido a un máximo temporal infranqueable. Igualmente sabemos que es una cuestión delicada que exige la ponderación de múltiples variables, pero no podemos dejar de hacernos eco de todas las instancias que insisten en que condenas de duración desmesurada conllevan altísimas probabilidades de daños personales irreversibles. En este sentido, nos causa preocupación la situación de los penados, especialmente en los casos sin delitos de sangre, condenados a penas efectivamente acumuladas que, por diversas vicisitudes, superan los límites legales de cumplimiento y llegan a constituir una auténtica cadena perpetua. Ésta supone siempre la negación del principio de perfectibilidad humana que con tanto ahínco defiende nuestra Pastoral. Probablemente pueda ser una vía que ayude a humanizar estas situaciones la re-introducción reglada de los beneficios penitenciarios que impliquen un efectivo acortamiento de condena. La sociedad debe considerar a las prisiones como algo suyo y a las personas encarceladas como miembros de pleno derecho (salvadas las limitaciones contenidas en la condena judicial). Por eso, nos deberemos comprometer en la aplicación de medidas alternativas a la prisión con más diligencia de la mostrada hasta la fecha (p.e., con los Trabajos en Beneficio de la Comunidad). Como ya se apuntó, lo relacionado con la extranjería es otro de los ámbitos más sensibles a la vulneración de derechos fundamentales. Tenemos que recordar que, incluso en el caso de una democracia consolidada como la española, el Tribunal Constitucional ha tenido que declarar la inconstitucionalidad de determinados preceptos de la Ley de Extranjería que han permitido a nuestra democracia violar durante varios años los derechos humanos de primera generación de reunión, asociación, manifestación, sindicación y huelga de los extranjeros en situación irregular, reducidos de este modo a la categoría formal de no-personas. No podemos aceptar que los rasgos físicos que denotan la condición de extranjero (no siempre con acierto) constituyan el elemento provocador de malas prácticas como identificaciones masivas o detenciones de personas en situación irregular sin la adecuada cobertura legal. Siguiendo con “los diferentes”, quiero reiterar la importancia de diagnosticar y tratar adecuadamente a los enfermos mentales y la conveniencia, señalada por los expertos, de que las Comunidades autónomas asuman sus competencias en esta materia para asegurar el derecho integral a la salud de todos los enfermos, tanto de los que pertenecen a la sociedad en libertad, como la de aquellos que –siempre coyunturalmente, recordémoslo- permanecen bajo la tutela de la administración penitenciaria. La enfermedad mental debe ser siempre contemplada desde la perspectiva del derecho a la salud más que desde un enfoque meramente formalista y jurídico. Sin embargo, es urgente incrementar los contactos entre el ámbito de las Ciencias del comportamiento y el del Derecho, para encontrar soluciones efectivas a numerosos problemas que desesperan a muchas familias: medicación involuntaria, régimen jurídico más garantista en los establecimientos psiquiátricos penitenciarios, centros de crisis, programas de respiro a los familiares, más recursos socio-sanitarios, etc. Igualmente tanto las autoridades como la sociedad deben seguir educando y apostando en la línea de la Justicia restaurativa. Las víctimas deben ser siempre protegidas y reparadas. Sería deseable la constitución de un fondo para que todas las víctimas, especialmente las que han quedado en situación de mayor vulnerabilidad, se viesen inmediatamente reparadas (como ya ocurre en algunos supuestos). Fórmulas de mediación deberían ser también incorporadas al ámbito penitenciario de manera ordinaria (nos consta la existencia de interesantes proyectos piloto) como forma de resolución pacífica de conflictos. Debe proseguirse la apuesta por los Centros de Inserción Social y posibilitar el acceso a estos centros de penados de 2º grado con bajo perfil de peligrosidad. La separación de las madres de sus hijos debería ser la excepción: el interés superior del menor exige una ponderación adecuada que evite la desatención de los niños y su acercamiento a una peligrosa pendiente resbaladiza. Pocas veces el Derecho puede ser un factor tan criminógeno como cuando aparta a los niños de sus padres o, aunque sea en buenas condiciones, los encarcela a ellos con sus madres. Para estos supuestos, sobre todo cuando no exista peligrosidad criminal, deberían arbitrarse fórmulas que no exijan la privación de libertad o, en el peor de los casos, multiplicarse las unidades externas o dependientes. Aunque corregida en parte en los últimos tiempos, con la apuesta por los CIS, la creación de macrocárceles está conllevando la despersonalización de los internos por la dificultad de lograr un efectivo tratamiento individualizado, a causa de la numerosa población reclusa y por la progresiva desvinculación familiar como consecuencia de los largos viajes y grandes gastos que han de realizar los allegados de la persona presa. En todas estas consideraciones no podemos dejar de dirigir la mirada hacia países de nuestro entorno con muchos menos presos por habitante (y bastantes más delitos), incluso hacia algunos otros, como Holanda, que están cerrando prisiones por falta de presos, sin merma alguna para la seguridad ciudadana, merced a su apuesta por medidas alternativas a la prisión. La letra de los DDHH queda en letra muerta sin el compromiso de los juristas y de toda la sociedad en su efectividad. Para ello hay que seguir dignificando y universalizando una atención jurídica de calidad prestada por profesionales competentes y comprometidos. Las incidencias de ejecución penitenciaria deberían queda cubiertas por el abogado de oficio que no puede desentenderse de su defendido. Queda todavía mucho trecho por recorrer. Sin duda, el derecho a la defensa y a la tutela judicial es un imposible sin abogados, jueces y fiscales comprometidos de verdad y con humanidad en su trabajo. Por fin, habremos de estar atentos ante la manipulación de la "alarma social" por los medios de comunicación, que contribuye al aislamiento social del mundo penitenciario y al recurrente “populismo punitivo” de tan fácil instrumentalización política. Apelamos a responsabilidad de los generadores de opinión pública para que profundicen en los postulados de la Justicia restaurativa y eviten la distorsión de la realidad con planteamientos del delito carentes de rigor y de corte emotivista, con apelaciones al miedo como único argumento de autoridad.  
VI.- CONCLUSIÓN 
La Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Christifideles Laici en el nº. 38 dice: “El efectivo reconocimiento de la dignidad personal de todo ser humano exige el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana, (…) tales derechos provienen de Dios mismo”. Por ello, “todo atropello a la dignidad humana es atropello al mismo Dios” (Puebla, 306). Sin duda, los DDHH suponen un importante empujón en la universalización de la satisfacción de las necesidades inherentes a la dignidad de las personas y modulados por la Justicia invitan a construir un “nosotros” colectivo tan ancho como el mundo; algo como lo que anticipó el estoico Meleagro de Gadara: “la única patria, extranjero, es el mundo en que vivimos”. Completando este pensamiento y mostrando que todos los buenos caminos conducen a idéntico fin -en el fondo están señalizados por el Señor que los recorrió primero-, Agustín de Hipona proclamaba “que todo hombre tiene como prójimo a todos los hombres”. Traducido a nuestro ámbito, quiera Dios que los seres humanos seamos capaces de encontrar como respuesta a la criminalidad no sólo mejores y más humanas cárceles, sino algo mejor y más humano que la cárcel. En ese sueño de Dios está comprometida la Pastoral Penitenciaria, con tantos hombres y mujeres de buena voluntad empeñados en la humanización de los sistemas penal y penitenciario. Concluyo. Mis últimas palabras quieren ir dirigidas a los más importantes, a aquellos hombres y mujeres cuyos pesares compartimos; los que dan sentido a nuestra misión y constituyen el corazón de nuestros esfuerzos. Me gustaría ser capaz de asumir la exhortación del autor de la Carta a los Hebreos que pone el listón bien alto: “Acordaos de los presos como si estuvierais encadenados con ellos” (Hbr 13,3). Lamentablemente, estáis entre nosotros en muy pequeño número –con la representación teatral de Yeses se harán simbólicamente presentes en un Congreso que quiere ser el suyo–. A todos los hombres y mujeres privados de libertad por cualquier causa van, por tanto, mis más sentidas palabras finales de cariño, de esperanza y de aliento en sus dificultades. Quieren ser una sencilla rúbrica al callado y evangélico buen hacer de todas las capellanías, siempre dispuestas a mitigar los rigores de la privación de libertad, tratando de ayudar a nuestros hermanos encarcelados a encontrar el sentido y la normalización de su vida. Estáis en el centro de nuestras ocupaciones y de nuestras preocupaciones. Parafraseando a San Ireneo, la gloria de Dios es que el ser humano viva y sea plenamente libre. Ese es nuestro más sentido deseo y nuestro compromiso. Que con la ayuda de Dios, de su Hijo Jesucristo, que abrió todos los cepos de las prisiones injustas y con la protección amorosa de nuestra Patrona, Ntra. Sra. de la Merced, todos pongamos lo mejor de nosotros mismos para lograr que se afiance la cultura de los Derechos Humanos y de la Justicia restaurativa, para que se multipliquen los puentes y desaparezcan para siempre todos los muros y en verdad “el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza”.

lunes, 26 de julio de 2010

MONSEÑOR BARRIO:
“EL CRISTIANO HA DE INTERPRETAR SU VIDA EN CLAVE DE SERVICIO, SABIENDO QUE SERVIR A LOS DEMÁS CONFIGURA SU MANERA DE SER

Santiago, 25 de julio de 2010. Esperanza, servicio y compromiso son tres palabras que pueden resumir la homilía del Arzobispo de Santiago, Julián Barrio, en la Solemnidad del Apóstol en este Año Santo Compostelano 2010. Tras la Ofrenda Nacional realizada por El Rey de España, Juan Carlos I, Monseñor Barrio vertebró sus palabras en cuatro ideas: el sentido de nuestra existencia, la necesidad de Dios por parte del hombre, la vida como servicio y el compromiso cristiano.

Citando la Encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI, Mons. Barrio recordó que “el hombre del tercer milenio desea una vida auténtica y plena, tiene necesidad de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito”. En su homilía, indica que “el respeto por la dignidad de la persona ha de ser la norma inspiradora de todo auténtico progreso social, económico, cultural y científico. Los desafíos de nuestra época están ciertamente por encima de las capacidades humanas: lo están los desafíos históricos y sociales, y con mayor razón los espirituales”.

Como también hizo Su Majestad El Rey, el Arzobispo de Santiago tuvo presente la crisis actual que sufre la sociedad española: “Con Cristo podemos afrontarlos (los desafíos), animando una profunda renovación cultural cristiana y recuperando los valores esenciales como la austeridad, el esfuerzo y la solidaridad sin olvidar la caridad, principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad, para ofrecer a todos la esperanza de un mañana mejor y digno del hombre sobre todo en estos momentos no fáciles”.

Ante una gran multitud de peregrinos, Mons. Barrio explicó que el hombre tiene necesidad de Dios y que no hay lugar para el conflicto entre la ley divina y la libertad humana, porque para el prelado, como indicaba el teólogo Olegario González de Cardedal en su hombre La gloria del hombre, “la libertad recibida de Cristo y el servicio debido al prójimo son los fundamentos de la moral cristiana”. También el Arzobispo recordó las palabras de Benedicto XVI en las que indica que el mayor daño para la Iglesia lo constituye la vida cristiana de sus miembros.

Asimismo, otras claves de la homilía son: la vida como servicio y el compromiso cristiano: “El cristiano ha de interpretar su vida en clave de servicio, sabiendo que servir a los demás configura su manera de ser, y que necesita amar lo que ha de hacer”. Para el Arzobispo Compostelano, “el individualismo infiltrado en la conducta y relaciones sociales, inspira con frecuencia actitudes de vida insolidarias. Perdidos en el anonimato de un mundo sin hogar, nos es difícil mirar desde Dios a los demás. Sólo el espíritu de renuncia gratuita a todo lo propio nos hermana, porque no nace del heroísmo del fuerte y del que da pero no recibe, sino de la acogida del otro y de la experiencia de la propia debilidad”. Y tras descubrir el sentido de nuestra existencia, la necesidad de Dios por parte del hombre y la vida como servicio, el cristiano camina hacia el compromiso, “lleva a ser presencia de la luz de la verdad que nos hace libres y presencia de caridad como transparencia del Maestro en el discípulo”.

Mons. Barrio también recordó que “hoy la comunidad cristiana tiene que dar razón de la esperanza, pero es llevada también al desierto para ver dónde cifra su confianza. Cuando nos invade el pesimismo y sentimos la tentación de abdicar de nuestras responsabilidades terrenas, no debemos ignorar los imperativos de la fe”.

Ya en lengua gallega, el prelado acogió la Ofrenda Nacional, pidió por los Reyes, la Familia Real, todos los pueblos de España e Iberoamérica, pero en especial por el pueblo gallego “para que mantengamos una convivencia solidaria no olvidando nuestras raíces”. Pidió por todos los peregrinos, por los gobernantes y por los frutos de la próxima peregrinación a Santiago del Papa, el 6 de noviembre.


PALABRAS de S.M. EL REY
EN LA OFRENDA NACIONAL
AL APÓSTOL SANTIAGO
EN EL AÑO SANTO COMPOSTELANO 2010

Santiago de Compostela
25 de julio de 2010


Señor Santiago, Apóstol y Patrón de España:

Como en cada Año Santo Compostelano, hoy cumplo con la secular y solemne tradición de presentarte como Rey de España la ofrenda en nombre de todo el pueblo español.

Esta costumbre mantenida por la Corona desde 1643 hunde su razón de ser en nuestras raíces más antiguas y profundas. Refleja el valor que los españoles atribuimos al sentido de encuentro, concordia y unidad que representa tu figura que da nombre e ilumina al más bello de cuantos Caminos conoce la Tierra.

Quiero pedirte una vez más, para España y para todos los españoles -y si me lo permites también para mi familia y para mí mismo-, el beneficio de tu amparo e intercesión.

Me uno así de corazón a los miles de peregrinos procedentes de todos los rincones de España, del resto de Europa y del mundo entero, que -en número creciente- buscan paz, fraternidad y fortaleza de ánimo al abrazarte en Compostela.

Vivimos tiempos difíciles y complejos. El afán de superación, la voluntad de concordia y el compromiso de solidaridad que inspiran el Camino que lleva tu nombre, son-entre otros- algunos de los referentes de carácter individual y colectivo a los que no podemos ni queremos renunciar.

Un conjunto de valores permanentes que tu Camino lleva proclamando a lo largo de los siglos. Valores hoy más que nunca imprescindibles -especialmente en tiempos de crisis- para movilizar los espíritus, nutrir las mejores esperanzas y poder afrontar unidos los problemas que nos aquejan.


Señor Santiago,

Vengo pues a esta imponente Catedral a demandar tu especial protección en este Año Jubilar para todos y cada uno de nuestros hombres y mujeres; para todas y cada una de nuestras localidades, ciudades y Comunidades Autónomas; para el conjunto de España que siempre ha encontrado en ti el aliento para superar retos y dificultades, y para hacer realidad sus mejores ilusiones.

Nuestro país ha forjado en las últimas décadas, gracias a la voluntad de entendimiento y al esfuerzo de todos, una de las etapas más fecundas de su Historia: la más larga en términos de democracia y libertad, con una moderna articulación territorial, al tiempo que la más intensa en crecimiento económico y bienestar social.

Te pido por ello que nos ayudes a conservar y mejorar día a día lo mucho que hemos conseguido, así como a promover el diálogo y el consenso, la tolerancia y el respeto mutuo, el amor a la justicia y a la equidad, para reforzar los pilares de nuestra convivencia en libertad en torno a las reglas y principios que nos hemos querido dar.

Te ruego nos ayudes a superar las dificultades que afecten a nuestra vida colectiva y a resolver cuanto antes la grave crisis económica que atravesamos, de tan duras consecuencias para millones de personas y de familias, particularmente para nuestros jóvenes.

Ilumina por ello al nuestras autoridades y responsables políticos, económicos y sociales para que sirvan con generosidad al interés general y favorezcan siempre la cohesión y el entendimiento entre todos, atendiendo con eficacia a los problemas de nuestros ciudadanos.

Ayúdanos a erradicar el odio, la violencia y la sinrazón de la barbarie terrorista cuyas víctimas y familiares afectados merecen todo nuestro respaldo y, están siempre en nuestros corazones.

Aleja de nosotros los egoísmos e intransigencias. Y ampara, en particular, a quienes menos tienen, a los que sufren, a los enfermos, a los marginados y a los excluidos sociales.


Patrón de España

Te pido que fomentes todo aquello que nos une y nos hace más fuertes, que ensancha el afecto entre nuestros ciudadanos, que asegura la solidaridad entre nuestras Comunidades Autónomas, y que hace de España la gran familia unida, al tiempo que diversa y plural, de la que nos sentimos orgullosos.

No es tiempo de desánimo sino de mucho trabajo y dedicación; tiempo de rigor y de grandes valores éticos, para reemprender juntos, con solidez y planteamientos integrados, el camino de progreso, empleo y mayor bienestar.

Es hora de redoblar esfuerzos animados por la confianza y la esperanza que los españoles debemos tener en una España que, en los últimos decenios, ha sabido sobreponerse a las dificultades y resolver los problemas con la entrega de todos y en el marco de nuestra Constitución.


Apóstol Santiago,

Permíteme que implore asimismo la fuerza de tu manto protector en beneficio del conjunto de este Viejo Continente que tanto debe a tu impulso solidario. Una Europa que se reencuentra siempre en tu Camino y que necesita estar cada vez más integrada para hacer valer su voz en esta era de la globalización.

Iberoamérica -sembrada de ciudades que llevan tu nombre-, así como el mundo entero, también necesitan de tu resguardo para que prevalezcan los motivos de alegría y esperanza sobre el dolor y la desesperación. Para que la paz y la libertad, la justicia y 121 prosperidad, lleguen a todos los confines de nuestro planeta.

Para que la guerra, el terrorismo, la opresión, el hambre, la discriminación y la violación de los derechos humanos, sean proscritos de la faz de la tierra.

Para que sepamos preservar nuestro entorno natural, único e irrepetible, pensando en el presente y en las generaciones venideras.

Haz de la inmensa muchedumbre de romeros que este año llegan a visitarte, portadores de paz, concordia y bienestar en todo el Orbe; y, con ellos, a Su Santidad el Papa Benedicto Dieciséis, a quién acogerá el próximo mes de noviembre -con motivo del Año Jubilar- esta ciudad maravillosa.

Patrón de España,

Neste día quero pedirche en particular por Galicia que fai siglos converteuse na túa morada permanente e que é fogar de acollida fraternal para millóns de peregrinos.

Todos eles acuden a pedir a túa guía e protección ao atravesar emocionados a Porta do Perdón e sair polo Pórtico da Gloria á Praza do Obradoiro. Todos eles disfrutan da beleza, da riqueza cultural desta terra e do dinamismo das súas xentes que souberon irradiar ao mundo enteiro a pegada desta moi querida Galicia.

Pídoche por tódolos galegos que ao invocarte atopan en Ti o reflexo das súas mellores cualidades, o mellor respaldo ao seu amor por esta terra e o orgullo de que quixeras ser o seu Patrón e o de tódolos demáis españois.

Termino acogiéndome a tu favor para que -más allá de este Año Santo Compostelano-, sigas intercediendo por nuestra Patria, por los españoles y por cuantos conviven con nosotros, con el especial afecto que has sabido demostrarnos a lo largo de los siglos y que, estoy seguro, seguirás volcando sobre todos.

viernes, 23 de julio de 2010

Santiago Apostol

HORARIOS de las CELEBRACIONES en la CATEDRAL


VIERNES 23 de Julio de 2010
- Misas del Peregrino: 10h, 12h y 18h
- Novena al Apóstol, 19.30h
            Predica el Emmo. Sr. Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid


SÁBADO 24 de Julio de 2010
- Misas del Peregrinos: 10h, 12h, 13.15h y 18h
- Solemnes Vísperas al Apóstol, 19.30h
            Preside el Excmo y Rvdmo Sr. D. Julián Barrio, Arzobispo de Santiago


DOMINGO 25 de Julio de 2010
- OFRENDA NACIONAL
            Procesión, 10h
            Solemne Eucaristía, 10.30h
            Preside la Eucaristía el Excmo y Rvdmo Sr. D. Julián Barrio, Arzobispo de Santiago
            Realiza la Ofrenda Nacional Su Majestad El Rey Don Juan Carlos
- Misas del Peregrino: 12h, 17h, 18h y 19.30

jueves, 22 de julio de 2010

Nosa Señora dos Remedios de Teixeiro


1.- CONCEPTO DE ADVOCACION MARIANA
Una advocación mariana se refiere a alguna aparición, don o atributo de la Virgen María. La Iglesia reconoce múltiples advocaciones en torno a la figura de la Madre de Cristo, a las cuales se rinde culto de diversas maneras. Existen dos tipos de advocaciones: las de carácter místico, relativas a dones, misterios, y actos sobrenaturales de la Virgen, como son la Anunciación, Asunción, Presentación, etc; y las apariciones terrenales, que en muchos casos han dado lugar a la construcción de santuarios dedicados a la Virgen, como el Nuestra Señora del Pilar, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora de Torreciudad, Nuestra Señora de los Remedios, etc. Estas advocaciones a menudo dan lugar a múltiples patrocinios de pueblos, ciudades países, o de diversas entidades y cofradías. Las advocaciones marianas se suelen nombrar con las fórmulas “Santa María de”, “Virgen de” o “Nuestra Señora de”.
Igualmente, las advocaciones suelen dar lugar en muchos casos a nombres propios femeninos, compuestos del nombre María y su advocación: María del Carmen, María de los Dolores, etc.
Su celebración, transcurre a lo largo de todo el año, pero en la mayoría de los casos, se hace el día 8 de septiembre, el día que la Iglesia celebra las “Apariciones de la Santísima Virgen en los más célebres santuarios”, y en los que litúrgicamente se celebra la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, es decir, el nacimiento de la Virgen María.

2.- EL NOMBRE DE MARIA

María es el nombre que se usa en los evangelios para referirse a la madre de Jesús de Nazaret. Para los cristianos católicos, ortodoxos, anglicanos y otros grupos cristianos orientales, son más usadas las expresiones «Santísima Virgen María», «Virgen María» y «Madre de Dios». En el Islam se usa el nombre árabe Maryam. Para los hebreos el nombre no era un simple apelativo, estaba íntimamente ligado a la persona, por ello usaban nombres que describían la personalidad, el carácter, así era muy usada la expresión "su nombre será tal" cuando se le quería designar una misión o un carácter especial al niño/a que iba a nacer.

María es un nombre conocido en el Tanaj o Antiguo Testamento por haber sido nombre de la hermana de Moisés y Aarón, originalmente escrito como Miryām, la versión de los Setenta lo menciona como Mariám, el cambio en la primera vocal señala tal vez la pronunciación corriente, la del arameo, que se hablaba en Palestina antes del nacimiento de Cristo. Al igual que con los nombres de Moisés y Aarón, que fueron tomados con sumo respeto, el de María no se usó más como nombre común, pero la actitud cambió con el tiempo y fueron puestos como señal de esperanza por la era mesiánica. En el texto griego del Nuevo Testamento (versión de los Setenta) el nombre usado era Mariám. María sería probablemente la forma helenizada de la palabra; y aunque en la Edad Media se le buscaron significados bastante más piadosos que exactos, actualmente y según los últimos estudios: "Alteza" o "Ensalzada" serían los significados más próximos al nombre de origen hebreo.

Vida

María es mencionada por su nombre por primera vez al escribirse el evangelio más antiguo, el evangelio según san Marcos, pero de forma tangencial. En el evangelio según san Mateo se la menciona con motivo de la narración de la concepción milagrosa de Jesús y de su nacimiento y huida a Egipto. Aquí el evangelista menciona que es María aquella de quien habló el profeta Isaías al decir: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Enmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".

El evangelio según san Lucas es el que más datos da sobre María, al desarrollar con más detalle los temas de la infancia de Jesús, algunos de los cuales se amplían más abajo: la Anunciación, la Visita a Isabel, el Nacimiento de Jesús, la Presentación de Jesús en el Templo (aquí el anciano Simeón le profetiza: a ti misma una espada te atravesará el corazón, aludiendo al dolor de María durante la Pasión de su Hijo) y la pérdida de Jesús y su hallazgo en el templo. También es san Lucas quien dice que María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. En el evangelio según san Juan, Jesús hace su primer milagro a pedido de ella, en Caná. Y en la cruz, la entrega como madre a san Juan mismo, y san Juan es entregado a María como hijo. Muchos teólogos han visto en esta entrega la proclamación simbólica de María como Madre de la Iglesia, es decir, de todos los cristianos, figurados en la persona de Juan.

También se le menciona en los Hechos de los Apóstoles como miembro destacado de la comunidad cristiana primitiva.

Padres y familia

Los padres de la Virgen se llamaban Joaquín y Ana. Estos datos los sabemos por el Protoevangelio de Santiago, uno de los evangelios apócrifos más famosos y tomado como referencia para muchos datos piadosos sobre la vida de la Virgen María. Sin embargo, no se tiene certeza de si María tuvo hermanas. La duda subsiste por ciertos datos del evangelio de San Juan y San Mateo que citan a una "hermana de su madre" quien sería la tal María de Cleofás. Hegesipo menciona a esa María como esposa del hermano de José y por tanto cuñada de María pero no elimina la posibilidad de que sea hermana de la Virgen.

Matrimonio

Los evangelios hacen aparecer a María cuando narran la concepción de Jesús. Según lo que narran se puede ver que María en ese momento era prometida de José de Nazaret. Los relatos evangélicos se inician después de los desposorios de María con San José. El evangelio según san Lucas dedica dos capítulos a la concepción e infancia de Jesús. Es en San Lucas también donde es llamada “llena de gracia”, "bendita entre todas las mujeres", y "madre del Señor". Según la tradición judía de aquel momento, los jóvenes varones se desposaban entre los dieciocho y veinticuatro años, mientras que las jóvenes mujeres a partir de los doce años eran consideradas doncellas, y a partir de esa edad podían desposarse. El matrimonio judío tenía dos momentos, desposorio y matrimonio propiamente dicho: el primero era celebrado en la casa de la novia y traía consigo acuerdos y obligaciones, aunque la vida en común era preciso. Si la novia no había estado casada antes se esperaba un año después del desposorio para llegar a la segunda parte, el matrimonio propiamente dicho, y en donde el novio llevaba solemnemente a la novia desde la casa de sus padres a la de él.

Anunciación

La presencia de María en los relatos bíblicos comienza con la narración de la aparición del Arcángel Gabriel a María, según lo relata el evangelista San Lucas: "Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre que se llamaba José, de los descendientes de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel, le dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo; bendita eres tú entre las mujeres."
La Visita a Isabel
María, ya embarazada, visita luego a su prima Isabel, ya que el ángel Gabriel le había anunciado que también ella, aunque ya anciana, estaba encinta, señal de que para Dios no hay imposibles. Viaja María a la ciudad de Judá, que actualmente se conoce como la ciudad de Aim Karim situada a seis kilómetros y medio al oeste de Jerusalén. Al llegar María los evangelios narran que el niño que tenía Isabel en su vientre dio un salto que fue interpretado como de alegría, Isabel reconoce luego a María como la "Madre de su Señor" y la alaba. María responde a Isabel con un canto de alabanza ahora llamado Magnificat", canto inspirado en varios salmos que María debía conocer En él, María predice que “todas las generaciones la llamarán bienaventurada”
Nacimiento de Jesús

Lucas narra el nacimiento de Jesús señalando todas las circunstancias del suceso: “Ante un edicto de César Augusto que ordenaba un censo, José y María viajan desde Nazaret en Galilea hacia Belén en Judea. Estando en Belén, llegó la hora de dar a luz y María tiene que tener el parto en un pesebre ya que todos los lugares estaban llenos”.

María en la Iglesia Católica

A pesar de ser una figura casi oculta en los evangelios (con pocas menciones), la atención sobre la persona de María fue creciendo con el paso de los siglos, apareciendo en las reflexiones sobre ella todo tipo de virtudes y cualidades.
Ya en el Concilio de Nicea, celebrado el año 325 d.C. se dio a su figura un papel muy importante. En el I Concilio de Constantinopla, celebrado el año 381 d.C., se entabló una disputa entre Nestorio, patriarca de Constantinopla, y Cirilo, obispo de Alejandría. Esta disputa se acabaría en el Concilio de Efeso afirmando y proclamando a la Virgen como “Agia kai Theotohos”, (Madre de Dios), por la doble naturaleza de Cristo: la humana y la divina.
En el siglo VII ya eran muy frecuentes las fiestas marianas, así se conmemoraba la Anunciación, la Natividad, la Purificación o Dormición de la Virgeni.
En el siglo X se popularizó el Ave María y en siglo XI se rezaba el Angelus por las tardes, hasta que en el siglo XV se implantó el sábado como día de la semana dedicado a la Virgenii.

Cuestiones teológicas

Como ya hemos mencionado, la Iglesia le da a María el título de theotokos, 'Madre de Dios', en el Concilio de Efeso. Según la teología católica, es correcto denominarla de esta forma, pues, Jesús unía en una misma persona dos naturalezas (la humana y la divina), y cuando se habla de María como Madre de Dios se refiere a María como madre de Jesús en toda su persona (humana y divina). Por tanto, es correcto, el referirse a María como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, y Esposa del Espíritu Santo. Su razonamiento lógico es el siguiente; "Si Jesús es Dios y María es madre de Jesús, entonces María es Madre de Dios". La encarnación significa que en un instante la segunda Persona de la Trinidad, el Verbo, de naturaleza divina, asumió plenamente la naturaleza humana, sin menoscabo de su condición divina, al ser concebido milagrosamente en María. Como fue instantánea y esencial, María en ese momento empezó a ser madre de Jesús: Hombre-Dios.

En 1854, se produjo la proclamación, por parte del Papa Pío IX del dogma de la Inmaculada Concepción: María fue liberada del pecado original en su propia concepción, de manera que vivió una vida completamente sin pecado. Por tanto, la Iglesia Católica considera dogma de Fe que "la Santísima Virgen, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio concedido por Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de pecado original"
Finalmente en 1950 se declaró el dogma de la Asunción de la Virgen: María fue Ascendida al Cielo al finalizar sus días en la tierra, y desde allí intercede ahora ante su hijo por quienes le suplicamos y pedimos por nuestras necesidades, problemas y sufrimientos.

Apariciones de María

Las apariciones de la Virgen María que suceden a lo largo de la historia crean en la humanidad un camino de oración mariana y todo un resurgir de santuarios dedicados a la madre de Dios. Entre los más conocidas hemos de destacar las apariciones de la Virgen del Pilar al Apóstol Santiago en Zaragoza, en torno al año 40 d. C. Luego aparece la Virgen del Carmen a través de San Simón Stock.
En la Edad Media aparece en Puy, aproximadamente sobre el año 1400 y lo hace bajo la advocación de la Virgen de la Candelaria. Esta vez se le aparece a dos pastores guanches en Canarias, España.
En el siglo XVI la aparición a San Juan Diego en México bajo el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe.
En el siglo XIX aparece en La Salette a los pastores Melanie Calvat y Maximin Giraud (1846), en Lourdes (1858) a Santa Bernadette Soubirous y en Fátima (1917) a los pastorcitos Lucía dos Santos y Francisco y Jacinta Marto. Otro ejemplo lo encontramos con las apariciones en la región de la ex-Yugoslavia, en el pueblo de Medugorie en Citluk, Bosnia y Herzegovina, donde 6 niños, desde el día 24 de junio de 1981, aseguran que se les aparece la virgen (o como ellos le llaman en su lengua "gospa") de manera frecuente y donde actualmente los videntes - hoy ya adultos - dicen que continúan teniendo las visitas. Prácticamente cada santuario mariano tiene como origen una revelación o un fenómeno extraordinario vinculado a María.

María en el Islam

En el Islam se llama Maryam bint Dāwud (مريم بنت داود), esto es, María hija de David. Es considerada ejemplo de mujer virtuosa y tiene tanta relevancia como su hijo Jesús (ʿIsà عسى), a cuyo nombre se añade casi siempre el laqab o filiación "ibn Maryam" (بن مريم), esto es, "hijo de María".

Según el Corán, la madre de María, esposa de ʿImrān (عمران) esperaba tener un hijo varón a quien dedicar al servicio del Templo, siguiendo la tradición familiar. Dio a luz a una niña, en quien sin embargo se cumpliría la tradición, pues fue asignada al servicio sagrado. Fue confiada a la tutela del profeta Zacarías, quien se sorprendía, al visitar a su ahijada en el oratorio en el que ésta se encontraba retirada, de que siempre contara con alimentos que le eran enviados por Dios.

Como en la tradición cristiana, a María le fue anunciada la concepción divina de Jesús por un ángel. El Corán insiste, sin embargo, en que aunque tuvo un hijo por voluntad de Dios sin la intervención de un varón, Jesús carecía de naturaleza divina. En el Corán tampoco existe José: María dio a luz sola en el desierto, al que se había retirado con este propósito y en el que se alimentaba de dátiles y del agua de un riachuelo colocado allí por Dios. El hijo, por su parte, tiene en el Islam la consideración de profeta o enviado de Dios María tiene en el Islam la envergadura espiritual de un profeta, sin serlo. En el Corán, el mayor error de los judíos en lo que a Jesús y María se refiere no es, como asumen los cristianos, el supuesto hecho de haber matado al hijo (cosa que, por otra parte, la tradición islámica niega que hicieran), sino el hecho de haber menospreciado y dudado de la virtud de la madre.
Una tradición atribuye a Mahoma el dicho de que cuatro son las mujeres más destacadas ante Dios: Asia, esposa del faraón, que cuidó de Moisés, y que creía en la palabra eterna de Dios pese a la opresión de su esposo y de su entorno; María la madre de Jesús; Jadiya, la primera esposa del profeta, que fue la primera creyente y lo apoyó en las épocas más difíciles de adversidad, y Fátima, su hija menor y madre de sus nietos los imames Hasan y Husain.

3.- NUESTRA SEÑORA DE LOS REMEDIOS

Nuestra Señora de los Remedios es una advocación mariana que representa a la Virgen María. Numerosas ciudades han tomado a esta advocación como su patrona, y muchas iglesias y templos están consagrados a su nombre, entre ellos, el de Teixeiro.

Concepto de Remedios

Remedios” etimológicamente significa medicina, da idea de “lo que cura y restablece la salud” y está en relación con la asistencia que ofrece la Virgen y su Maternal Protección en todas nuestras necesidades cuando se le demanda amparo, consuelo y alivio.

Historia

La devoción mariana de Nuestra Señora de los Remedios fue llevada acabo por la Orden de la Santísima Trinidad, los llamados Trinitarios. La Orden de los Trinitarios fue una de las muchas órdenes religiosas que se extendieron por Europa durante la Edad Media. Muestra analogías con la Virgen de la Merced, patrona de los mercedarios, estos también rezaban a Nuestra Señora de los Remedios, como los Trinitarios, el segundo domingo de Octubre, y al igual que ellos se dedican también a la redención de cautivos. A este respecto hay que comentar que cuando D. Juan de Austria al mando de la flota de la Santa Liga contra los turcos, se encomendó a Nuestra Señora de los Remedios, por celebrarse ese día su festividad en el convento trinitario de Valencia, y la batalla concluyó con el triunfo en Lepanto por parte de las tropas cristiana. En la actualidad, el 7 de Octubre es la festividad de Nuestra Señora del Rosario, pero hubo un tiempo en que parece ser que, tanto los trinitarios como los mercedarios, en ese día celebraban Nuestra Señora de los Remedios.

La Orden Mercedariaiii: la situación histórica concreta en España en el siglo XIII, es el encuentro de dos credos religiosos: la fe cristiana y la fe musulmana. El encuentro de estos dos mundos religiosos y culturales acarrean muchos enfrentamientos y luchas violentas, marcadas por la dominación de los musulmanes de los territorios cristianos. En ese ambiente de confrontación surge la cautividad de cristianos, que son sometidos, para que abandonen la fe y abracen el  credo musulmán. Un piadoso mercader cuyo nombre es Pedro Nolasco siente la llamada  a dar una respuesta frente a esta dura realidad.
San Pedro Nolasco nació hacia el año 1180. Sus antepasados habían llegado a Barcelona en el siglo II, posiblemente inmigrantes Irlandeses. Con una rica fortuna y con tradición de mercaderes y militares. Fue formado en un sólido hábito de oración siendo joven asiste por la noche a la oración a un monasterio cercano. A los 15 años fallece su padre, queda heredero de una gran fortuna. Es posible que su madre ya hubiera muerto, por lo que decide desprenderse de sus bienes para dedicarlos a la redención de cautivos. Antes de fundar la Orden, se dice que ya habría redimido a unos 300 cautivos en la ciudad de Valencia. Esto provocó admiración y anhelo de imitarlo, en muchas personas. Entre los años 1203 y 1218 se establece una comunidad de hombres esforzados a cargo de San Pedro Nolasco que hacen vida común en el Hospital de Santa Eulalia. En este período San Pedro Nolasco tuvo la visión sobre natural mediante la cual la Virgen María le manifestó el deseo de su Hijo Jesús para que fundara una Orden de Redentores que fueran en ayuda de los pobres cautivos. Desde entonces la Orden creció considerablemente hasta hacerse presente en muchos países. San Pedro Nolasco, después de una vida plenamente entregada al prójimo, con su obra floreciente, entregó su espíritu a Dios el 13 de Mayo de 1249 en la ciudad de Barcelona. 

La Orden de la Santísima Trinidadiv: es una familia religiosa fundada por el francés San Juan de Mata (1154-1213), de origen provenzal, con Regla propia, aprobada por Inocencio III el 17 de diciembre 1198 con la bula Operante divine dispositionis; a la que se unió la praxis de San Félix de Valois (cofundador de la Orden). Es la primera institución oficial en la Iglesia dedicada al servicio de la redención con las manos desarmadas, sin más armadura que la misericordia, y con la única intención de devolver la esperanza a los hermanos en la fe que sufrían bajo el yugo de la cautividad. Con rasgos profundamente evangélicos, Juan de Mata funda un nuevo y original proyecto de vida religiosa en la Iglesia que conecta la Trinidad y la redención de cautivos: la orden es Orden de la Santísima Trinidad y de la redención de cautivos, las casas de la orden son casas de la Santa Trinidad para la redención de los cautivos, y los hermanos de Juan de Mata son hermanos de la Santa Trinidad y de la redención de cautivos. La Regla escrita por Juan de Mata es el principio y fundamento de la Orden Trinitaria. Adaptada a través de ochocientos años por la tradición, y principalmente por el espíritu y la obra del Reformador Juan Bautista de la Concepción, se desarrolla en las Constituciones trinitarias aprobadas por la Santa Sede. La tradición trinitaria considera a san Felix de Valois cofundador de la Orden y compañero de Juan de Mata en el desierto de Cerfroid, en las cercanías de París. Aquí se estableció la primera comunidad trinitaria y se la considera casa madre de toda la Orden. En su origen la orden nació con la intención de liberar a los cristianos que, habiendo sido capturados por los piratas, permanecían esclavos a lo largo de muchas ciudades costeras del Mediterráneo africano. Uno de los esclavos cristianos que fue liberado el 19 de septiembre de 1580, gracias al trinitario Fray Juan Gil quien logró reunir los 500 ducados oros exigidos para su libertad, lo fue Miguel de Cervantes Saavedra justo cuando el ilustre escritor ya se encontraba atado con "dos cadenas y un grillo" en una de las galeras de Azán Bajá lista para zarpar rumbo a Constantinopla.

La tremenda importancia histórica de esta Orden, sin alarde de exageración, es que la Orden de los Trinitarios equivalió a la primera versión de la Cruz Roja en tiempos de la Baja Edad Media.

La Cruz Trinitaria

El símbolo de la Orden es la Cruz Trinitaria, que presenta dos versiones:
1.- Una primera versión de cruz "patada", cuyos extremos presenta unos ensanches que semejan "patas", con la misma disposición vertical roja solapada a la horizontal azul.
2.- Una segunda versión de cruz de franjas sencillas, que consiste en una franja roja vertical, superpuesta a otra azul horizontal, ambas del mismo tamaño.
Aunque la segunda versión de la cruz se considera más actualizada por representar a los reformados de la Orden de Trinitarios (los Descalzos), parece ser, según algunas fuentes, que la forma de franjas sencillas era el primer modelo de sus fundadores, a la cual quisieron retornar los reformadores.
Respecto a los colores, existe, no obstante, un tercer color, que pasa desapercibido muchas veces a las fuentes hagiográficas, que es el blanco, como fondo donde se traza la cruz bicolor. Este es el sentido que presentaban los primeros hábitos de la Orden, que se acompañaban de un escapulario de color blanco, que disponía de una abertura para introducir la cabeza y dejaba caer hacia la espalda y hacia el pecho sus extremos; en la parte delantera figuraba la cruz bicolor.
Los tres colores de la cruz, de base provenzal, se han identificado por algunos autores con los tres colores de la bandera francesa, como símbolos inconfundibles del país galo; si bien, es evidente, que sería en todo caso al revés. Pero lo que es indudable es su simbolismo hagiográfico de lo que representan los tres colores: el blanco (fondo o englobante), el azul (horizontal o yacente) y el rojo (vertical o descendente); colores identificadores de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, respectivamente, como elementos fundamentales de la Orden. Observando, que las dos aspas que se cruzan, no se funden en el centro, sino que se solapan entre sí y sobre el fondo, indicador de que las tres Personas son distintas y se diferencian; pero todas forman un mismo Todo.
La reforma de la Orden Trinitaria fue obra de San Juan Bautista de la Concepción (1561-1613). Nacido en Almodóvar del Campo (C. Real) el 10 de julio de 1561 y fallecido en Córdoba el 14 de febrero de 1613. Fue canonizado por Pablo VI el 25 de mayo de 1975, y propuesto a la Iglesia como un santo de la renovación. En Valdepeñas (Ciudad Real) se establece la primera comunidad de trinitarios descalzos. Con el breve Ad militantes Ecclesiae (1599) el papa Clemente VIII da validez eclesial a la Congregación de los hermanos reformados y descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad, instituida para observar con todo su rigor la Regla de san Juan de Mata. Hoy la única rama de trinitarios existente es la fundada por Juan Bautista de la Concepción, pues los trinitarios calzados desaparecieron en 1897, con el fallecimiento de su último superior general, padre Antonio Martín y Bienes. Juan Bautista de la Concepción fundó 18 conventos de religiosos y uno de religiosas de clausura. Vivió y transmitió a sus hijos un intenso espíritu de caridad, oración, recogimiento, humildad y penitencia, poniendo especial interés en mantener viva la entrega solidaria a los cautivos y a los pobres.
La relación de los trinitarios con la Trinidad, como centro vital y fuente de la caridad que redime, es un tema central en sus vivencias y enseñanzas. Aunque poco conocido, Juan Bautista de la Concepción está en la constelación de los grandes escritores místicos españoles del siglo de Oro. Se trata de un autor con una deuda histórica, pues si bien tiene el puesto que se merece en los altares, no se le ha colocado aún en la hornacina del altar de la literatura espiritual que le corresponde.
En la obra literaria del reformador trinitario se encuentra toda clase de materias espirituales. Su personal vivencia de la unión mística le dicta profundos tratados sobre la unión con Cristo, los dones del Espíritu Santo, la experiencia de la cruz y el conocimiento espiritual Su doctrina espiritual se orienta a la unión personal con Dios Trinidad, presente en lo más profundo del alma. Para él la perfección está en abandonarse al amor transformante de Dios. La santificación del creyente es el proceso de asimilación a Cristo crucificado. Cristo es nuestro ideal, nuestro camino; su cruz, nuestra cruz, es la fragua de la santidad. Juan Bautista de la Concepción es un escritor original y profundo en las ideas, popular y rico en la expresión. Tiene una prosa armoniosa, con largos periodos, tintada de humor, de anécdotas, de ejemplos y referencias al reino vegetal, mineral y animal. Domina y conoce a los santos padres de la Iglesia y la Biblia y es su referencia obligada y constante.

Los Trinitarios en la actualidad

A partir de la reforma colectiva que supuso para la Iglesia el Concilio Vaticano II, en la Orden Trinitaria se inicia un fuerte proceso de renovación, de búsqueda de la propia identidad, de recuperación del carisma del fundador y de respuesta a los signos y a los retos del último cuarto del siglo XX.
Las nuevas Constituciones, aprobadas por el capítulo general de 1983 y confirmadas por Roma en 1984, recogen y traducen el carisma fundacional, plasmado en la Regla, a la nueva situación histórica y a sus retos, definiendo los elementos esenciales de la identidad trinitaria:
la unidad originaria, carismática, de mística trinitaria y servicio de redención y misericordia. La Santísima Trinidad como fuente de la caridad que se traduce en el servicio de la redención y misericordia: "Gloria a la Trinidad y a los cautivos libertad".
la vivencia de la Trinidad sintiendo la vocación trinitaria como llamada a ser signos del misterio del Dios cristiano dando testimonio personal y colectivo de que el Dios de Jesús es amor, libertad, comunión, Trinidad, el Dios de los hermanos en cautividad.
el servicio de liberación realizado en formas diversas: escuchando las nuevas cautividades desde donde vuelven a oírse los gemidos que llegaron al corazón del fundador.
La Orden Trinitaria, junto con toda la Familia Trinitaria, celebró, del 17 de diciembre de 1998 al 17 de diciembre de 1999, el VIII Centenario de su Fundación (1198-1998) y el IV Centenario de la Reforma (1599-1999). Ochocientos años de historia de un proyecto evangélico propio iniciado en la Iglesia a finales del siglo XII por el francés San Juan de la Mata.
La Familia Trinitaria, desde distintas partes del mundo, proclaman la verdadera libertad para los que carecen de ella, promueven la dignidad de los pobres y oprimidos, acogen a los refugiados, emigrantes y transeúntes, ayudan a los más necesitados, anuncian el evangelio en tierras de misión, son solidarios con los perseguidos a causa de su compromiso con el evangelio y ejercen el ministerio pastoral según la índole propia de su carisma. Trinitarias y trinitarios, nacidos "para gloria de la Trinidad y la redención de los cautivos", son hoy en la Iglesia y para el mundo testigos del Dios Trinidad y apóstoles de la redención.
La Orden Trinitaria, en la actualidad, está dividida en siete provincias religiosas, tres vicariatos y dos delegaciones, está hoy presente en: Italia, España, Francia, Alemania, Austria, Estados Unidos, Canadá, México, Guatemala, Puerto Rico, Colombia, Brasil, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, India, Madagascar, Polonia y Congo

Algunos Santos Trinitarios

La semilla trinitaria sembrada por San Juan de Mata ha dado abundantes frutos de santidad a la Iglesia Católica:
1.- San Félix de Valois, santo (?-1212), íntimo colaborador de San Juan de Mata, uno de los ermitaños que constituyeron la primera comunidad trinitaria de Cerfroid, cofundador de la Orden Trinitaria.
2.- San Juan Bautista de la Concepción, santo (1561-1613), nacido en Almódovar del Campo (Ciudad Real), místico y escritor, reformador de la Orden Trinitaria, maestro de vida espiritual, testimonio de vida de oración, penitencia y apostolado. Sus restos descansan en el convento de los Padres Trinitarios de Córdoba.
3.- San Simón de Rojas, santo (1552-1624), nacido en Valladolid, una vida dedicada a la enseñanza y al gobierno de sus hermanos. Consejero de grandes personajes de la Corte Española, gran apóstol de la devoción a la Virgen María, fundador de la Congregación del Ave María para el servicio de pobres y enfermos; institución que aún existe en la Plaza del Doctor Cortezo de Madrid.
4.- San Miguel de los Santos, santo (1591-1625), nacido en Vic (Barcelona), figura señera de la mística española, maestro de literatura espiritual, patrono de la juventud trinitaria y de la diócesis de Vic (Barcelona), considerado por la devoción popular abogado contra el cáncer.
4.- BIOGRAFIA DE SAN JUAN DE MATA.
Nació en Francia en la frontera con España Es el fundador de la Comunidad de la Santísima Trinidad, o Padres Trinitarios.

Vida

En la juventud estudió el bachillerato y se dedicó tanto a la equitación como a la natación. Mostró desde joven aptitud por la meditación solía pasar tiempo en una ermita cercana a la ciudad. En la ciudad de París obtuvo un doctorado y posteriormente fue ordenado sacerdote. En su primera misa tuvo una visión en la cual observó a un monje con una cruz color rojo y azul salvaba a ciertos prisioneros de perder su fe. Consultó sobre su visión a San Félix de Valois y tras platicar sobre la posibilidad de iniciar una nueva orden ambos partieron hacia Roma para conseguir el permiso. La orden fue aprobada por Inocencio III y se les concedió el uso de un hábito blanco con una cruz roja y azul en el pecho.
Juan de Mata fue el primer superior general de la nueva orden trinitaria, y junto a su co-fundador Felix de Valois recorrieron Africa en busca de esclavos. El entonces rey de Francia Felipe Augusto les permitió conseguir fondos para liberar prisioneros en África que habían sido capturados por piratas mahometanos, lo cual ocurría con cierta frecuencia y los cuales para evitar torturas comúnmente renegaban de su fe católica. Por cada prisionero que se rescataba había que pagar una gran suma de dinero y los trinitarios iban de ciudad en ciudad buscando limosnas para salvarlos.

Virtud y hechos

San Juan de Mata trató siempre de no ser reconocido por sus obras y decía: "Hay que amar el permanecer oculto y el no ser conocido".
Un religioso trinitario, el Padre Juan Gil, rescató en el año 1580 al célebre autor Miguel de Cervantes, autor del Quijote, que estaba preso de los musulmanes desde 1575.
Actualmente los padres trinitarios se dedican a dar auxilio espiritual y apoyo moral a los presos. Jesús prometió que en el día del Juicio Final dirá a muchos de los que estarán a su derecha: "Venid benditos de mi Padre, porque cuando Yo estuve preso me fuisteis a ayudar. Todo lo que hicisteis con los demás aun con los más humildes, a Mí me lo hicisteis"v
5.- INOCENCIO III
Papa nº 176 de la Iglesia católica de 1198 a 1216. Noble de familia italiana, por su procedencia estudió Teología en la Universidad de París y luego Derecho Canónico en Bolonia. Incluso antes de ser elegido Papa ya era una personalidad respetable y connotada. Por esto Celestino III lo nombró Cardenal y, tras su fallecimiento en 1198, en una votación unánime fue elegido como Sumo Pontífice el 8 de enero de ese año por el Colegio Cardenalicio, el cual vio más tarde satisfechas sus perspectivas para con Lotario. Parte de la gran energía que desplegó como Pontífice, se debe a haber sido un Papa inusualmente joven, no habiendo cumplido aún los 37 años al momento de su elección.
Su influencia no pasó desapercibida para nadie. Sus prédicas siempre fueron sustentadas en su propio ejemplo, su estilo de vida humilde dentro de la curia romana fue muy destacable. Además sus grandes dotes como diplomático permitieron adherir a Roma los territorios adyacentes de esta hasta Rávena, las Marcas, Ancona y el antiguo ducado de Spoleto. También es conocido por haber convocado El Concilio IV de Letrán de 1215, por medio del cual dictó un reglamento que dio forma a la Inquisición pontificia.
Estado de la Cristiandad al advenimiento de Inocencio.
El Papado de Inocencio III se inició en medio de varias convulsiones sociales. En varias regiones de Europa, el Feudalismo estaba cediendo terreno a una nueva sociedad burguesa, en medio de la llamada revolución del siglo XII. A la vez, los estados nacionales se estaban fortificando, y los reyes, particularmente los de Francia e Inglaterra, se perfilaban como nuevos actores de importancia en el mapa político. En Oriente, la Cristiandad debía lidiar con la amenaza de un poder musulmán fortalecido por Saladino, que había conseguido desbancar a la Tercera Cruzada. Siendo la Iglesia Católica una de las entidades más poderosas de Europa, no podía hacerse oídos sordos a todos estos sucesos. La propia Iglesia atravesaba por un período complejo. El impulso de los cistercienses, adalides de ésta durante el siglo XII, había decrecido, y nuevas doctrinas como la de los cátaros, valdenses y patarinos se estaban propagando. Era evidente que el nuevo Papa debería actuar con resolución para mantener el rol de la Iglesia.

Mentalidad

Jugaron un papel en la mentalidad de Inocencio, su origen noble o aristocrático, y su formación como teólogo y jurista especializado en Derecho Canónico. De esta manera, a Inocencio le pareció natural el aseverar que la Iglesia Católica tenía la plena potestad ("plenitudo potestatis") sobre toda la Cristiandad. Basándose en el texto de Mateo XVI, en que Cristo confiere las llaves del Reino de los Cielos a Pedro, afirmó la plena soberanía de la Iglesia incluso sobre el Emperador. Se reservaba Inocencio III intervenir en política cuando, a su juicio exclusivo, hubiera razón de pecado ("ratione peccati") en el actuar de los príncipes, puesto que éstos estaban para velar sólo por el bienestar físico de sus súbditos, mientras que el Papa estaba para velar por la salvación de las almas, empresa ésta más valiosa que la primera en términos morales.
Para demostrar este ideario en signos prácticos, Inocencio III siempre prefería ser llamado con el título de Vicario de Cristo, por lo cual a su persona le incumbía el trato de los asuntos del cielo y de la tierra. Parece ser que fue el primero de los Papas que se proclamó con este título.

Política internacional y Relaciones con el Imperio

Las ideas políticas de Inocencio se vieron reflejadas a la muerte del Emperador Enrique VI, donde impuso su autoridad pontificia para autonombrarse como árbitro y calificador de los pretendientes al trono, aunque este anhelo había sido estampado anteriormente en su encíclica “De contemptu mundi”. Sostenía que el Imperio procedía de la Iglesia no sólo "principaliter" (en su origen), sino también en sus fines ("finaliter"), por lo que a pesar de que los príncipes electores alemanes tenían el derecho jurídico a nombrar un nuevo Emperador, esta elección debía ser ratificada por el Pontífice.
Sin embargo, su política respecto de Alemania siempre fue problemática. Promovió a Otón de Brunswick como "antiemperador" de la Casa Welf contra Felipe de Suabia, de la Casa Hohenstaufen, pero cuando este último fue asesinado en 1206 y Otón fue coronado en Roma como Otón IV, ambos se pelearon. Recurrió entonces Inocencio III a su pupilo, Federico II de Alemania, quien a la sazón gobernaba Sicilia. Otón invadió Italia militarmente, pero debió retirarse. Federico, a la vez, invadió Alemania. El desastroso resultado de la Batalla de Bouvines, que Otón libró contra Felipe Augusto de Francia, en 1214, selló su suerte, y Federico alcanzó la corona de Alemania, sin haberse desprendido de Sicilia, lo que puso al Papa en una situación incómoda, que Inocencio no alcanzó a resolver debido a su fallecimiento.

Otras relaciones europeas

Con respecto a Francia, Inocencio intervino en los problemas de Felipe II de Francia con su repudiada esposa. En este terreno, Inocencio consiguió convertir la hostilidad inicial de Felipe en una cooperación amistosa, que le valió su alianza contra Otón IV de Alemania. También Inocencio favoreció a Felipe invitándole a la Cruzada Albigense. También intervino en la proclamación de Kalojan en Bulgaria. Tuvo también una dura controversia con Juan de Inglaterra, conocido también como Juan Sin Tierra. En 1205 falleció Hubert Walter, arzobispo de Canterbury. Juan intentó nombrar un candidato, pero Inocencio decidió que tal cargo fuera ocupado por Stephen Langton, reputado teólogo de la Universidad de París. Ante la porfía de Juan, Inocencio lanzó el interdicto sobre Inglaterra en 1208, y la excomunión contra Juan en 1209. Juan resistió hasta 1213, y finalmente cedió ante los deseos de Inocencio, llegando incluso a reconocerse como vasallo de la Iglesia, como medida desesperada para evitar que los franceses pudieran invadir sus dominios (que ahora eran eclesiásticos).
Estos y otros asuntos políticos demostraron que Inocencio se sentía realmente un Rey de Reyes, con capacidad de arbitrio sobre la política europea.

Historias de la Iglesia Antigua

En pro de defender la Cristiandad por sobre todas las cosas, impulsó la cuarta Cruzada a Tierra Santa en el año 1202. Sin embargo, los enredos de Venecia, uno de los principales financistas de la expedición, llevó a los cruzados a tomar primero la ciudad de Zara, enclave bizantino en la costa de Dalmacia, y después saquear dos veces la ciudad de Constantinopla en 1204, poniéndole fin al Imperio Bizantino, todo esto pese a las excomuniones que Inocencio fulminó contra los cruzados, por haber vuelto las armas que debían ser dirigidas contra los musulmanes, hacia hermanos cristianos.
Ante el problema de los cátaros, Inocencio envió a varios legados, y autorizó las prédicas de Domingo de Guzmán, para tratar de reconvertirlos. En enero de 1208, el asesinato de Pierre de Castelnau, legado pontificio en el sur de Francia, precipita los acontecimientos. Inocencio llama a la Cruzada para extirpar la herejía, dando origen así a la Cruzada Albigense. Aunque habrá núcleos de resistencia hasta varias décadas después, ya en 1215 Inocencio se siente seguro de sus resultados, hasta el punto de convocar a un Conciilo Ecuménico para resguardar la ortodoxia católica. Paralelamente, la Cruzada Albigense le da un poderoso impulso a Francia, al permitírsele la anexión de la región del Languedoc.

El Concilio de Letrán

A poco tiempo de culminar su vida y su pontificado, en 1215 convocó al IV Concilio de Letrán, uno de los más importantes de la época, en el cual se trataron temas políticos y en especial se dictaron deberes y derechos para prácticamente todas las clases sociales. Destaca “Omnis Utriusque Sexus”, en el que se obliga a todos los adultos cristianos a recibir al menos una vez al año los sacramentos de la confesión y la eucaristía. Por otra parte cabe destacar su incondicional apoyo a Santo Domingo de Guzmán quien fundó la orden de los dominicos y a san Francisco de Asís quien fue creador de la orden de los franciscanos y las clarisas. De este modo fue el precursor de una importante reforma eclesiástica. El 16 de junio de 1216 Inocencio III fallecía en la ciudad de Perugia a la edad de 55 años.
6.- LOS ORIGENES DEL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LOS REMEDIOS DE TEIXEIRO
El paraje en donde se ubica el santuario formaba parte de los lugares sacros, en los que el pueblo celta celebraba alguna de sus creencias religiosas; no hay más que fijarse en los siguientes detalles importantes: primero un cruce de caminos, segundo, un árbol milenario al lado del templo, y tercero, una fuente. Ambos son elementos indispensables para el culto celta. Más tarde, con el cristianismo, estos lugares serían santificados mediante la construcción de pequeñas ermitas, como es el caso de Teixeiro.
Hay datos fiables de que en el año 995 existía ya una pequeña ermita consagrada a “Nosa Señora”.
En el año 1116 aparece una mención del santuario, al que se le denomina como “casa de oración”; pero es en 1622 cuando sufre se realiza su primera gran ampliación; la realiza el sacerdote Jorge Varela das Seixas, nacido en el lugar de Maques, el cual era devoto de Nuestra Señora de Teixeiro, desde niño, y cuando se le presentó la ocasión, engrandeció, dotó y adornó cuanto pudo la ermita de su devoción.
En el año 1791, siendo párroco Juan José Manuel de la Rúa y Figueroa, se vuelve ampliar la ermita, alargándola y dándola más capacidad.
En 1945, Restituto Ventoso Maneiro vuelve a ampliar la capacidad del santuario y en el año 1948 Manuel Barbazán Cantelar vuelve ampliar y modificar la capacidad de la iglesia, dejándola como está en la actualidad.vi


7.- HISTORIA DE LA COFRADIA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS REMEDIOS DE TEIXEIRO
Introducción
Cualquier cofradía nace y crece conforme a un proceso:
Primero: ha de existir un santo, una santa, una virgen, etc. (es decir, una imagen religiosa) a la que se le de una devoción especial.
Segundo: que exista en los devotos unas creencias arraigadas en cuanto a los favores percibidos por intercesión de la virgen, santo, santa, etc. Y tercero: que haya un compromiso que establecido entre el santo, santa, etc. y los devotos, se respete a lo largo del tiempo, por ejemplo, el de celebrarle la fiesta un día concreto del año con asistencia a la novena, tal y como hacemos nosotros en Teixeiro con Nuestra Señora de los Remediosvii.
La imagen en torno a la cual nació, creció, evolucionó y llegó hasta nosotros una devoción especial, en lo esencial (cara , manos…) existía ya en el 995. Por aquel entonces la llamaban, sencillamente, Nuestra Señora.
Pasa el tiempo y la venerada imagen se considera propia del pueblo y se le reconoce, algo así como un territorio de Gracia en el cual atiende, acoge y cuida de sus devotos. Por ello con la influencia de los cistercienses le añaden al nombre primitivo, el título de propiedad: Nuestra Señora de Teixeiro.
La historia evoluciona, llegan las modas, también en lo religioso, y se le pasa a denominar Nuestra Señora del Buen Suceso en Teixeiro. Este título lo mantuvo, a juzgar por los documentos, durante corto tiempo.
Por el motivo de celebrar la fiesta, desde el principio, el día ocho de Septiembre, día de la Natividad de María, adquiere durante un periodo de tiempo considerable, ese título: Nuestra Señora de la Natividad.
Últimamente, desconocemos los motivos, las razones y los fundamentos, pero desde los años 1920, se le llama Nuestra Señora de los Remedios. Esta es la historia transmitida por los documentos.
A esta antigua imagen, aunque se le cambiase de invocación durante siglos, siempre se la veneró con una piedad auténtica y verdadera. Por ello “desde tiempo inmemorial a esta parte” existió una “hermandad” o “congregación” de devotos que le tributaban un culto especial, sobre todo en su festividad.
Pero esta “hermandad” o “congregación” carecía de Ordenanzas y Constituciones. Y sin ellas, según las normas de entonces, no adquiría la dignidad de Cofradía.
Para conseguirlo, y elevarla a los honores de Cofradía, el día 19 de Marzo de 1708 se reúnen la hermandad y, en nombre de todos los “congregantes”, para tener ordenanzas “por donde se pueda regir y gobernar, para mayor permanencia (sic.) y reximen… hazemos y hordenamos:
las Constituciones y Ordenanzas de la Cofradía de Nuestra Señora sita en Teixeiro”
Contenido
Están redactadas muy en consonancia con la terminología de la época y con los puntos y exigencias comunes al esquema de toda cofradía.
Para hacerlas comprensibles, distinguimos:
Creencias:
- La existencia de la ermita y de la imagen“desde tiempo inmemorial a esta parte” de la cual “hemos recibido infinitos bienes… por esta deboción.
- Las innumerables indulgencias que pueden lucrar… los cofrades.
- Por ello hacen partícipes de estos “bienes”, “indulgencias”, “protección” al Papa, Obispo, Párroco, Rey y a todos los vezinos que deseen entrar en la Cofradía”.
Compromisos:



  • Puesto que se trata de una Hermandad tan estimada y valorada, una vez admitido un miembro, “se de la condición que sea”… no “expelerlo nunca”.



  • Pagar lo establecido a la entrada y “en cada año”. Dicho de otra forma: “pagar el anal”.



  • Participar activamente en cada acto de la Cofradía: reuniones, día de la fiesta, rendir cuentas, elección de mayordomo, funeral de cada cofrade…



  • Hacerlo todo “en servicio de Dios” y “de Nuestra Señora.
Rito:



  • Preparación para la fiesta: vísperas solemnes oficiadas “por seis sacerdotes” y acompañados de “todos los cofrades”.



  • Fiesta: Deben celebrarse seis misas rezadas. La mayor, la última, “con mucha solemnidad y con seis sacerdotes”. “El mayordomo de cada año, invitará a los cofrades a una comida de hermandad”, en la que se ofrecerá “pan, carne y vino”.



  • Durante el año: “Celebrar y asistir a veintiocho misas… ofrecidas por los cofrades vivos y fallecidos…”




  • Entierro de los cofrades: Cada cofrade tiene derecho a que celebren con “seis achas y doce velas” al cual “deben asistir todos los cofrades”.
La cofradía perduró hasta 1856.
Esta era la Cofradía de Nuestra Señora que dejó de funcionar en el año 1856; pero aún hoy quedan muchos resquicios de esa piedad y devoción que se vivió entre los cofrades y generación tras generación fue pasando, llegando hasta los tiempos presentes.
Se pretende ahora recuperar dicha Cofradía y adaptar su normativa de funcionamiento a la época actual.


BIBLIOGRAFIA
2.- El resto de la bibliografía es la que figura reseñada a los pies de página.
@Manuel García Souto
i En el siglo VI el emperador bizantino Mauricio prescribió para todo el imperio la celebración de la fiesta de la Asunción (Dormición de la Virgen) el día 15 de Agosto, celebrándose en Occidente desde la época de Carlomagno –siglo IX- aunque parece que su celebración se introdujo por Inglaterra, desde donde se transmitió a Normandía, Francia, Roma y a todos los países europeos.
ii El sábado estaba santificado por el ayuno desde la Antigüedad y posiblemente se dedicó a María por iniciativa de Alcuíno.
iii http://www.mercedarios.net
v San Mateo 35,40
vi Santa Eulalia de Curtis, S. Vázquez Rouco, Teixeiro 2002, pág. 321-336

vii Santa Eulalia de Curtis, S. Vázquez Rouco, Teixeiro 2002, pág. 297