lunes, 31 de mayo de 2010

Vía Crucis de la Iglesia de Santa Eulalia de Curtis


El motivo de esta publicación es el de dar a conocer el patrimonio artístico cultural de nuestra parroquia de Santa Eulalia; sita en Santaia-Teixeiro, pronvincia de La Coruña, en la Diócesis de Santiago de Compostela.
De igual manera deseo acercarte a Dios, que lo conozcas y lo trates, al igual que lo hicieron nuestros antepasados y a los que les debemos la vida y el conjunto patrimonial que se da a conocer en este pequeño libro de 40 páginas junto a otras tantas fotografías.
Agradezco al autor Fernando David Cabanas López que generosamente ha querido contribuir con la misma al cuidado y mantenimiento del patrimonio de las Iglesias de Santaia, Teixeiro, Foxado y Paradela, es por ello, por lo que los ingresos son donados en su integridad a las parroquias citadas.


DONATIVO 5€

Si quieres colaborar, ahora es el momento, compra un ejemplar de nuestro VIA CRUCIS DE LA IGLESIA DE SANTA EULALIA DE CURTIS, solicitándolo al siguiente correo electrónico:  teixeirosantaia@archicompostela.org  por tan solo 5 € más gastos de envío por correo ordinario.
Puedes también solicitarlo por escrito a la Parroquia de Santa Eulalia de Curtis. Avda. Castellana nº2. 15310 TEIXEIRO. LA CORUÑA, o comprarlo en las sacristías de las Iglesia de Teixeiro, Santaia, Foxado y Paradela.

jueves, 27 de mayo de 2010

ABRIRNOS AL MISTERIO DE DIOS




      A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
         Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.
         Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
         Jesús nos descubre que este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama "reino de Dios" e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más pobres, indefensos y necesitados.
         Al mismo tiempo, Jesús invita a sus seguidores a que confíen también en él: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí". Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso, invita a todos a seguirlo. El nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al servicio del proyecto del Padre.
         Con su grupo de seguidores, Jesús quiere formar una familia nueva donde todos busquen "cumplir la voluntad del Padre". Ésta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
       Para esto necesitan acoger al Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús: "Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y así seréis mis testigos". Éste Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús, la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad santa.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Ayuda a vivir el misterio de Dios siguiendo a Jesús. Pásalo.
30 de mayo de 2010
                           Fiesta de la Trinidad (C)           
Juan 16, 12-15

miércoles, 26 de mayo de 2010

EXPERIENCIA Y RECUERDOS DE UN CATEQUISTA DE CONFIRMACIÓN

EXPERIENCIA Y RECUERDOS DE UN CATEQUISTA DE CONFIRMACIÓN 
 No recuerdo quien dijo: “Educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres”. Son sin duda sabias palabras que seguramente habrán sido pronunciadas por Séneca o Aristóteles. ¿A qué viene esto? -os preguntaréis-. Pues viene a que no sabía muy bien como empezar a contaros que el viernes día 8 celebramos en nuestra Parroquia de San Cristovo das Viñas -A Coruña- el sacramento de la Confirmación en el que participaron doce jóvenes (7 chicos y 5 chicas) del barrio. El barrio de Elviña, es una zona con mucha vivienda social y por tanto un lugar que se va deshaciendo, poco a poco, de problemas de convivencia a medida en que la zona va siendo urbanizada, tanto con viviendas como con infraestructuras que llevan a la integración. Por eso, para nosotros, es especialmente grato e importante el número de confirmados, pues somos una iglesia de barrio unida a lo rural. La buena labor de nuestro párroco, hombre joven, entregado a la labor, disponible y actuando siempre como un verdadero cristiano; ha hecho que este acto se desarrollara de forma muy grata. En representación del Arzobispo, nos acompañó su representante, el vicario D. José Luís que es otra persona que empatiza con todas las generaciones pues es hombre de sabias palabras, homilías sencillas que llegan al corazón de todos por su claridad y actualidad. Pero hablemos de los jóvenes confirmados que al fin y al cabo, ellos eran los protagonistas. En primer lugar quisiera compartir con vosotros la gran riqueza que han dejado en mí, estos jóvenes durante los dos años que nos hemos reunido una vez a la semana. El primer año no fue fácil hacer que formaran grupo. A pesar de las dinámicas y facilidad para que incluso eligieran, de vez en cuando, los temas, no acababan de relacionarse como un grupo que comparte, participa y muestra interés. Muchas veces marchaba a mi casa pensando que ni siquiera me habían oído, mucho menos escuchado. Sin embargo nada más lejos de la realidad, pues ocurría que en cualquier momento me daban respuestas basadas en lo que habíamos hablado, precisamente el día que menos creía que me escuchaban. El segundo año el grupo se fusionó más y, una vez finalizada nuestra reunión, pasaban bastante tiempo juntos charlando amenamente. Cuando empieza la preparación yo suelo preguntarles por qué vienen. La mayoría de las respuestas son “por si lo necesito para casarse” o dicen no saber el por qué. Yo les respondo que no lo hagan por eso pero que sea por lo que sea, que no es, de momento, importante el motivo. Siempre tengo la sensación de que van a salir todos en estampida y no volver a la semana siguiente. Mi sorpresa siempre es la misma y mayor, pues en ocasiones acaban trayendo a otros que no pensaban hacerlo. Los jóvenes están ciertamente desnortados y es asombroso observar como les agrada oír hablar del amor, de la convivencia en armonía y como tratan de rebatir alegando los problemas de convivencia de su colegio. Sin embargo quieren escuchar y cuando les dices que si ellos cambian, cambiará el mundo, quedan como diciendo este es un ingenuo, pero en el fono ellos quieren y creen que es posible. Cuando les dices que si quieren ser felices sólo depende de ellos, dudan pero les gusta sentir que pueden lograrlo. Cuando les dices hay que hacer el bien y buscar al difícil, se revelan y a la semana siguiente te cuentan que se han acercado a aquel personaje tan rebelde. Y uno sólo puede decir: valió la pena. Os diré, para no extenderme más que, finalizada la preparación, mi alegría ha sido que me dijeron si no podríamos seguir reuniéndonos el próximo curso. Yo no lo merezco pues yo no he puesto nada, sólo Él pudo hacerlo. Gracias y perdón por mi apropiación. Jesús Peón

domingo, 16 de mayo de 2010

SOR FAUSTINA





Audiencia general de Benedicto XVI sobre Santiago el Mayor




AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 21 de junio de 2006

Santiago el Mayor

Queridos hermanos y hermanas:

Proseguimos la serie de retratos de los Apóstoles elegidos directamente por Jesús durante su vida terrena. Hemos hablado de san Pedro y de su hermano Andrés. Hoy hablamos del apóstol
Santiago.

Las listas  bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este nombre:
Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3,17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no
pretenden medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos personajes homónimos.

El nombre
Santiago es la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf. Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan,
pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida.

Dado que hace mucho calor, quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos de estas ocasiones.
Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de
situaciones muy diversas entre sí:  en un caso,
Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.

Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera:  tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.

Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que
Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san
Lucas, "por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a
Santiago, el hermano de Juan" (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.

Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de
Santiago de Compostela.
Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de
Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del
Evangelio, características del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la "buena nueva", y características de la peregrinación de la vida cristiana.


Por consiguiente, de
Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la "barca" de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la
disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de
la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto
al Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.

Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el
concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús como
Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.

Opera en el Mercado

domingo, 2 de mayo de 2010

MISERICORDIA


Intentar ser como el padre. La actitud de Dios es la acogida, la comprensión y el perdón. Es semejante a lo que me contó hace unos días un joven: "Una mañana cuando me dirigía al trabajo en mi coche recién estrenado fui golpeado levemente en el parachoques por otro automóvil. Los dos vehículos se detuvieron y el chico que conducía el otro coche bajó para ver los daños. Yo estaba asustado, reconocía que la culpa había sido mía. Me daba terror tener que contarle a mi padre lo que me había sucedido, sabiendo que sólo hacía dos días que mi padre lo había comprado. El otro chico se mostró muy comprensivo tras intercambiar los datos relativos a las licencias y el número de matrícula de ambos vehículos. Cuando abrí la guantera para sacar los documentos me encontré con un sobre y en el sobre una nota de puño y letra de mi padre, que decía: "hijo, en caso de accidente, recuerda que a quien quiero es a ti, no al coche". Yo pensé al escuchar este relato: si esto lo hacen los padres y los amigos, cuánto más Dios que es Padre misericordioso. Pensé además, que Dios nos da siempre una nueva oportunidad. No quiero ser sólo el que recibe compasión, quiero ser el que la ofrece. Intentaré ser como el Padre.