miércoles, 21 de octubre de 2009

Encarcelados y, sin embargo,¿libres? por José María FERNÁNDEZ-MARTOS

José María FERNÁNDEZ-MARTOS SJ1


Los de cartas marcadas: nacidos y crecidos con cadenas
«Son los encadenados por siempre desde siempre».
(MIGUEL HERNÁNDEZ, Las cárceles)

La mayoría de los presos que conozco crecieron con las cartas marcadas. Su cautiverio empezó años antes de pisar la cárcel. Unos, por crecer en familias desestructuradas que no les enseñaron a moderar los impulsos más primarios: «¿Por qué doy puñetazos a las paredes cuando el funcionario se retrasa?»; otros, por pobreza: «Mi madre, siendo yo niña, me dejaba en el suelo atada con una cadena y se iba a trabajar. Venían las ratas y mordían mis orejas. Mire, nunca aparto el mechón de las orejas, para que no vean los trozos que faltan». Hay quien cae en prisión y empieza a liberarse. Me decía una traficante con hachís: «Cuando me cogió la policía, levanté los ojos al cielo y di gracias a Dios porque me sacaba de la espiral en que me había metido; ganar cada vez más dinero para construir más casas a mis parientes en mi país».


Sin embargo, con el primer ingreso, a «Punki» y a todos se les caen los muros encima. Retención de pertenencias. Ventana con barrotes que da a un patio de puro cemento con muros de siete metros. A lo lejos, la torre de vigilancia acristalada, con su «picoleto» paseando. Ningún campo ni pueblo a la vista. Si, en la noche, se oyen las olas del mar o el silbido de los trenes, duele más la prisión. La puerta doble –una de rejas (el «cangrejo»), y la otra de acero, con un ventanuco de 15 cms. para poder observar. La mesa y la cama fijadas al suelo. Para ducharse o pasear, horas marcadas. Veinte horas, o algo menos, de soledad en el chabolo. Así habla «Punki». «Me cogieron sin avisar a mi familia. ¿A quién llamo? ¿A mi hija de trece años? ¿Y dinero para la tarjeta? Cuando me detuvieron, «el compi se abrió» con mi bolsa y mis teléfonos. Sólo recuerdo el del hombre con el que conviví ocho años y del que no quiero saber nada, porque me maltrató. Toco el timbre. Espero. Tardan en venir. Llega la funcionaria y pregunta:

1Me piden que reflexione –¡a mí!–: ¿Sentido de la libertad para el preso?¿Cómo vivir la falta de libertad? ¿Cómo trabajar la libertad interior para no rendirse ante las dificultades y derribar los muros? Lo haré en cuatro apartados.


 «¿Qué quiere?». «Tengo el mono y no tengo dinero, ¿me daría un cigarro?». «Vale, toma dos, pero adminístralos, son los últimos» (...y los primeros, pienso). Me tumbo en la cama, envuelta en la manta para olvidar. Se me va la mente al río cerca de mi pueblo, cuando hice «pellas» con unas amigas, fuimos a coger nidos y fruta en las huertas. Me siento libre corriendo, saltando.


Sin saber por qué, se me va la cabeza al pueblo de al lado, y allí me veo en fiestas y bailando con los mozos. ¡Qué alegría! Me echo a llorar. ¿Por qué? Aquella noche, ese chico me ofreció mi primer porro. ¡Qué risa! Después otro, y otro. Me viene su nombre, su rostro. Me arrebujo más para olvidar. La fantasía me evoca los pasos que me trajeron aquí. Me levanto, tomo un papel y pinto una chica sin brazos, sin piernas, sin suelo. No sé por qué, pero ésa soy yo. Nada puedo alcanzar por mi cuenta; a ningún sitio puedo ir. La funcionaria me invita a pasear. ¿Sola? Dudo. Hace frío. «Señorita: ¿puedo quedarme?». «Sí». Elijo no salir con los escombros de mi libertad. Oigo voces por la ventana, tres chabolos más allá»: «¿Cómo te llamas? ¿De dónde te han traído? ¿Tienes tabaco? ¿Tu “marrón” es muy gordo? ¿Te gustan los hombres o las mujeres?...» Estoy asustada. En juego mi menguada libertad. Me hago la sorda. Duermo agotada del viaje y del cambio. Me caen lágrimas; veo a mi madre, que me dice llorando: «Hija mía, casi no te reconozco. Me das miedo. Vas a acabar mal». Me duermo en sus brazos.


Pregunto: ¿será buena para Punki la privación de libertad Institucional? Pienso –con muchas reservas– que la privación de libertad como sanción por el delito puede ser compatible con la obligación del Estado de salvar la dignidad de toda persona humana. Ahora bien, la Sociedad y en su nombre el Estado delinquen si no crean los medios para cumplir con otros fines de la condena: retribución, prevención especial y general y reinserción social. Tras años visitando cárceles múltiples desde 1959, las formas de privación que he contemplado, se alejan en demasiadas ocasiones de las exigencias de la mínima dignidad.


Tomemos la resocialización. ¿Quedará la Punki resocializada o más «carcelera» y marginal? Para no parecer parcial tomo la opinión del fiscal Antonio del Moral: «No supone ningún descubrimiento constatar el fracaso del sistema penitenciario como elemento de resocialización.
Ni me lo propongo ni sabría sistematizar las causas. Pero es claro que la cárcel en nuestro país, hoy por hoy, no resocializa, lo que no significa que no existan internos que sí se resocializan. [...] Es una ingenuidad acallar la conciencia social haciendo creer que la estancia en prisión tiene una virtud regeneradora por la eficacia del tratamiento »2.
La «privación de libertad», quizá válida en origen, se pervierte por atrofia, aplastamiento, humillación de la libertad que se quiere resocializar. Más aún si esas personas vienen con grandes heridas en el corazón mismo de su libertad. ¡Pedirían orfebres de la restauración!


Punki creció entre gritos, amenazas, palizas4. ¿Resocilizarla? Será en el siglo XXIV3. Algunas –políticas o etarras o del Grapo, se tragaron el brutal error de que su ideal les da derecho a pisar el de todos los que no piensen como ell@s. ¿Piden respeto a su libertad ignorando la ajena? Reeducar esas libertades es harto complejo. Pide sabiduría técnica, cariño y toneladas de paciencia. ¿Lo encuentran?
Primera liberación: aceptar acogiendo. Libera quien los quiere tal como son, por despreciable que sean sus delitos. Eso sólo es posible por un cariño más que humano. Con el Archimandrita Spiridón (no es broma), ha de «tener una caridad absolutamente excepcional»5. Cuesta mucho tratar con una mujer que ha entregado, durante años, a su propia hija al abuso sexual de su propio marido y padre de ella. Aumenta el horror si sabes que al cruzarse esa madre con su hija, en el juzgado, le echó ácido en el rostro y se lo destrozó por denunciarles. Debes «liberarte » del horror y acercarte como a todas, si buscas liberarla. Si alguien mató a su madre a hachazos, te debes «liberar» de la imagen normal del ser humano y de todos tus juicios y condenas. Ése me contaba los vericuetos de su fatídica relación con su madre: «La odié a muerte desde pequeño, pues ella quería tener a una niña y me tuvo a mí. Me maltrataba y me despreciaba. A mi hermana la trataba como una reina.


2Amigo de presos. Director del Colegio Mayor Comillas. Madrid. .
Prólogo de Antonio del Moral García al libro de Julián Carlos RÍOS y Pedro José CABRERA, Mirando al abismo. El régimen cerrado, Univ. Pontificia Comillas y Fundación SM, Madrid 2002, p. 14.
 3Se giró una interna, lesbiana, de 35 años, en su «chabolo» y observé su espalda doblada y deforme: «¿Y eso?». Responde: «Mi padre era un herrero muy bestia. Cuando tenía ocho años, me tiró un martillo de hierro a la espalda y me dejó así. De rodillas, un domingo me pidió perdón porque se iba a suicidar. El jueves siguiente, lo hizo». ¿Escogió ser lesbiana o aniquiló su padre la imagen de bondad en el hombre?
4Haciendo la señal de la cruz sobre la frente, se me hundió el dedo. «Oye, ¿y esto?». «Soy atracadora. Un disparo de un madero. Se abrió el compi, me dejó sola, y me defendí disparando». ¿Edad? 16 años.
5Archimandrita SPIRIDÓN, Recuerdos de una misionero en Siberia, Sígueme, Salamanca 2003, p. 67.


Puesto de coca durante años, un día en que estaba “p’allá” me fui con el hacha adonde estaba sentada. Se escondió detrás de una cortina. Lo último que le oí fue: “¿Vas a matar a tu madre?”».


Segundo paso: liberar del estigma de ser un delincuente: oír decir a un intern@ «Me han caído quince años de condena» te hace preguntarte: «Qué habrá hecho?». «Quince años» alude a sangre de por medio o acumulación de delitos. Si el otro se adelanta a decir: «Chema, es que soy atracador de bancos desde los 18», habrá que espantar las imágenes de atracadores de tu memoria y el «estigma» de la tal «profesión». El atracador –«desviación social»– rompe tu sistema social y tus estándares morales. El «atracador» no es un mero «infractor» que comete un acto desviado aislado. Ejerce la desviación como hábito: es el resultado final de un largo proceso, posee un carácter, un rol y un calificativo público, un modo de estar en el mundo. ¿Puedes ayudarle a liberarle de ese estigma y de ese modo de vivir? Larga tarea, pero posible.


Tercero: cuidar tu actitud. La cartera con el tabaco, libros y caramelos a repartir ese día en la cárcel, la puedes cerrar recelosamente tras su confesión o pedirle colaboración para repartir con los «carros» (bolsas que cuelgan de los «chabolos» para intercambiar cosas y mensajes).
Si le pides que «te eche una mano» para repartir y mantienes tu cartera abierta y con tabaco, empieza a hacer algo que le saca de su papel aprendido y de su estigma... Más tarde aprenderás cómo ha entrado en ese modo de vivir y cómo, antes de hacerse «atracador», sufrió muchos «atracos» en los hábitos más elementales del vivir: cariño familiar, trabajo, estudio...


Cuarto: dejar que te enseñen. Los lisiados por el pasado dan muchas lecciones de libertad6. Tomo algo que me pasma y me avergüenza: enorme capacidad de aguante. Hoy día –palabra espantosa – le llaman «resiliencia». Conocí a... digamos Icíar. Hace de todo. Toca la guitarra, se viste de estatua de «La Libertad» (¡oh, sorpresa!) para comer y repartir caramelos a los niños, recorrió media España en bicicleta; tiene guía de soportales «para dormir». ¡No se queja de nada y lleva los contratiempos con una fuerza increíble! Si le regalo algo, rápido lo comparte. Si le digo: «Era para ti». Me dice: «Tú harías lo mismo».


6«El carcelero los cogió a aquellas horas, les lavó las heridas y se bautizó enseguida con los suyos; luego los subió a su casa, les preparó la mesa y celebraron una fiesta por haber creído en Dios» (Hch 16,33-34).

Quinto: hacer algo útil (coser, estudiar, pintar...). ¡Hay monjas ocupadoras increíbles! En España estudian formación reglada el 27% de los internos. La mayoría (17,2%), formación básica. Presos sin estudios son el 8%. Hay 1.300 matriculados en la UNED. En 2008, siete obtuvieron el título. Sabemos que fracaso escolar y falta de formación se correlacionan con delincuencia. La redención de penas por el estudio desapareció en 1995, pero facilita permisos y adelanta la libertad condicional. Algunos aprenden a leer y a escribir. Para muy pocos, una carrera. Para todos, volcar su libertad en el propio desarrollo.


Sexto: ayudar a que ayuden. A una del comando Nafarroa que le cayeron más de mil años y que se reponía de sus heridas en la entonces cárcel política de Carabanchel, le pregunté: «¿Se te ocurre algo que te gustaría hacer mientras dura tu convalecencia?». Me dijo: «Me gustaría hacer punto; me enseñó mi abuela». Le llevé lanas y modelos. Me hizo un jersey espléndido, precioso y gordo. Lo pienso usar... si voy al Ártico... ¡Con qué amor me tomaba medidas!


Séptimo: Enseñarle sus derechos, como magistralmente hace Julián Ríos7.


Octavo. Encontrarse con Dios libera. Silvio Pellico, en Mis prisiones, cuenta cómo, en los diez años preso en Spielberg, su decisión de declararse «cristiano en lo venidero» cambió su vida. Ya no se permitió el «menor murmullo contra los jueces», sino que intentó hallar palabras consoladoras para sus semejantes. Reconquistó en la fe la serenidad de su alma. Todos los domingos oigo cinco o seis confesiones recias en la cárcel. ¡Cuánto peso y cuánta liberación para quien descarga en Dios sus culpas...!8


«El Belar» murió de sida, con 29 años, en el Hospital San Carlos. Ganó libertad cuando le asignamos la misión de animar los viajes de las presas del Psiquiátrico de Yeserías. Colocábamos su carrito junto al chófer, y allí cantaba y contaba cosas pintorescas. Un día, en la Eucaristía, tocó leer las Bienaventuranzas. Asistía respetuoso, pero no comulgaba, porque no había hecho la primera comunión. Tuve la homilía y, al dar la comunión, llegué a él –campa de Sonsoles (Ávila)– y me detuvo: «Padre José María, hoy me da a mí la comunión porque “ese” –y señaló la forma que yo sostenía enfrente de él– piensa como yo».

7Julián C. RÍOS, Manual de ejecución penitenciaria, Cáritas, Madrid 2001.
8Experiencia impagable: ver posarse la misericordia de Dios en un corazón que viene de muy lejos

Primera comunión inolvidable... y última también, porque al poco moría. Fue ensanchando su libertad espiritual según disminuía la física. Quería cartones de tabaco para repartirlos a los otros enfermos, para darse el gusto de «morir haciendo algo bueno».


«Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma»
(MIGUEL HERNÁNDEZ, Las cárceles)9


A los verdaderamente libres, no hay cadenas que los aten del todo. Traigo algunos «presos indómitos». En mi Biblia tengo la foto de uno de ellos. Desconocido: Osman Kazazi, líder albanés que aguantó 42 años en la cárcel por su rechazo del marxismo. No tenía ni cama ni colchón, ni un pedazo de madera, ni nada para cubrirse. En las noches del crudo invierno bajo cero, se acostaba con la cabeza sobre un zueco, los pies sobre otro zueco, y el trasero sobre un libro. Así evita el frío suelo de un cemento.


Fray Luis de León, preso bajo la Inquisición en tiempos de Felipe II (1572). Su delito: traducir el Cantar de los Cantares, contra la prohibición del Concilio de Trento de poner en romance la Biblia. Libre él, se atrevió a decir que la Vulgata de San Jerónimo tenía muchas erratas. Para colmo, era de linaje converso. Fue apartado de su cátedra y encarcelado en Valladolid cinco años. En 1576 regresó a su cátedra con su famoso «decíamos ayer...». En Los nombres de Cristo siguió denunciando libremente los excesos de la Inquisición. Uno de los mejores poetas líricos del Renacimiento, no se andaba con poesía a la hora de arrostrar males en su lucha contra la intolerancia. Miguel de Cervantes aprendió en sus cinco años de cautiverio, a «tener paciencia en las adversidades». En 1575, al volver a España, cae en manos de corsarios turcos con su hermano Rodrigo. Llevado a Argel como esclavo, al encontrarle cartas de recomendación de Don Juan de Austria, piden 500 escudos de oro por su liberación. Amante de su libertad, intentó cuatro escapadas, y otras tantas veces le aprehendieron. Capturado, usaba su menguada libertad, asumió la responsabilidad del intento y prefirió la tortura a la delación. Su madre consiguió dinero para liberar a un hijo: «escogió» seguir preso y liberar a su hermano. Otro intento de huida, y cinco meses de cadenas y 2.000 azotes perdonados por la defensa de sus compañeros. Fray Juan Gil lo liberó por 500 denarios, cuando zarpaba con «dos cadenas y un grillo» para Constantinopla. Se dice que el Quijote lo escribió en la cárcel...


9M. HERNÁNDEZ, Obra poética completa, Ed. Zero, Bilbao 1976, p. 363.

Nelson Mandela pretendió equiparar a negros y blancos: 28 años de cárcel y, después, cadena perpetua. Considerado peligroso criminal, rechazó la libertad que le ofrecían a cambio de pactar. Sólo aceptó ser libre si lo eran sus hermanos negros, con la eliminación del apartheid. Es lo que había soñado cuando, en 1964, se defendió ante la Corte Suprema: «Toda mi vida me he dedicado a esta lucha del pueblo africano. He peleado contra la dominación blanca y he peleado contra la dominación negra. He buscado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que todas las personas vivan juntas en armonía e igualdad de oportunidades. Es un ideal que espero poder vivir para ver realiza do. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy preparado para morir»10.
Viktor E. Frankl11, deportado en 1942 y liberado en 1945. Su esposa y sus padres mueren en el campo de concentración. Ya libre, escribió El hombre en busca de sentido, donde expone que, incluso en las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre encuentra una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual. De aquí nace la Logoterapia, apoyada en tres ejes: 1: Libertad de la voluntad para tomar las propias decisiones y escoger su destino. 2: Voluntad de sentido frente a todo determinismo. 3: Sentido de vida, que no se pierde bajo ninguna circunstancia. La terapia descubre lo que da sentido a la persona, desmonta actitudes dañinas y descubre otras nuevas.
Es clave descubrir la presencia ignorada de Dios, que no es un refugio. No hay nada más enfermizo que una vida incoherente. La fuerza de la decisión radica en la propia existencia y es irrenunciable, pues carga con todo lo que fuimos, somos y seremos.

10. Otro preso que llegó a Presidente de su país fue Vaclav Havel: opuesto a la invasión soviética de Checoslovaquia, fue encarcelado. Más tarde, presidente de la República y primer presidente de Chequia. Escribe a su mujer: «Otra carta tuya, pero no me la entregarían, porque contenía salutaciones de... conocidos... Tampoco las fotos. Lástima... Es la tercera vez»; «las cartas son lo único que uno tiene aquí, las lee diez veces, les da mil vueltas, y cada detalle le llena de ilusión o le atormenta»; «por primera vez he llorado desde 1977; ...me retorcía de dolor y me negaron poder acostarme después del trabajo». Havel no dejó encadenar la parte desde la cual buscaba sentido: «Aquí las cosas y las personas se revelan en su verdadera sustancia. Desaparece la mentira y la hipocresía »; Havel, agnóstico, carece de la discreta presencia de Dios: «Se abre ante mí el abismo de lo infinito, de lo inseguro, de lo misterioso. Ya no hay tierra firme que pisar; el próximo paso conducirá inevitablemente al vacío, al precipicio».

11Viktor E. FRANKL, La voluntad de sentido, Herder, Barcelona 1988


Entre Havel, agnóstico, y Frankl, creyente, la fe. La cárcel sin fe es doble cárcel. ¡Qué diferencia entre las latinoamericanas –naturalmente creyentes– y las españolas, de fe destrozada por el ateísmo dominante! Veamos esto en insignes creyentes encarcelados.


«Atado está a una columna,
hecho retrato de Cristo,
de la cabeza a los pies
en su misma sangre tinto».
(M. DE CERVANTES, Los baños de Argel)12


Pablo y las cadenas que él teme. Sus cartas desde la cárcel (Efesios, Filipenses, Colosenses, Segunda a Timoteo y Filemón) impresionan por la total ausencia de queja sobre sus miserables condiciones. Por lo visto, no había ninguna humedad, ningún maltrato, ningún ratón, ningún lecho duro, ninguna cadena. Agradece las visitas: «Me ha dado tantas veces aliento y no se ha avergonzado de que esté en la cárcel; al contrario, al llegar a Roma me buscó sin descanso hasta dar conmigo» (2 Tm 1,16-17). Está preso por ser seguidor de su amigo Jesús. No pide que envíen ropa, sino oraciones, para que «el Señor Jesús nos dé ocasión de predicar y exponer el secreto del Mesías, por el que estoy en la cárcel» (Col 4,3-4).


Allí gestó textos que alimentan al pueblo de Dios por los siglos, y también
discípulos: «te ruego en favor de este hijo mío, Onésimo, al que engendré
en la cárcel» (Flm 1,10). Lo que para él es duro puede alentar a otros: «esto que me ocurre más bien ha favorecido el avance de la buena noticia, pues... ven claro que estoy en la cárcel por ser cristiano, y la mayoría de los hermanos, alentados por mi prisión a confiar en el Señor, se atreven mucho más a exponer el mensaje sin miedo» (Flp 1,12-14). Desde la miseria de su encarcelamiento anima a estar «alegres, como cristianos» (Flp 3,1). Y exclama «¡Bendito sea Dios, porque le ha bendecido con toda bendición del Espíritu!» (Ef 1,3).  Pablo teme las cadenas del miedo: «liberar a... los que, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos» (Heb 3,15); las cadenas de la «carne» que afligen a los «llamados a la libertad» (Ga 5,13); de las cadenas de la Ley que impide vivir como hijo en la casa del Padre (Ga ,5); de las cadenas las del infantilismo que esclaviza a «lo elemental del mundo» (Ga 4, 3).


12Miguel de CERVANTES, Los baños de Argel, p. 132.

Boecio (480-524) Su obra más famosa es De consolatione Philosophiae, diálogo con la Filosofía para aclarar por qué los malvados triunfan y los justos no. Aprende que la felicidad consiste en el desprecio de los bienes del mundo y en la posesión del bien imperecedero. Fue compuesta en la cárcel un año antes de ser ejecutado con 44 años Sin citar la Escritura ni a Jesucristo, es obra cristiana. Busca consuelo, luz y sabiduría para distinguir los bienes aparentes –que desaparecen en la cárcel– de los verdaderos, que duran en ella. El bien más elevado es Dios, después la amistad verdadera y la belleza. El final del De Consolatione impresiona: «Luchad, por tanto, contra los vicios; dedicaos a una vida de virtud orientada por la esperanza que eleva el corazón hasta alcanzar el cielo con las oraciones alimentadas de humildad.
La imposición que habéis sufrido puede mudarse, si os negáis a mentir, en la ventaja enorme de tener siempre ante los ojos al juez supremo que ve y que sabe cómo son realmente las cosas» (Libro V, 6: PL 63, col. 862).


Decía de él Benedicto XVI (2008): «torturado hasta la muerte por el único motivo de sus propias convicciones políticas y religiosas, Boecio es símbolo de un número inmenso de detenidos injustamente en todos los tiempos y en todas las latitudes; es, de hecho, una puerta objetiva para entrar en la contemplación del misterioso Crucifijo del Gólgota».


Dietrich Bonhoeffer, dos años preso. En sus cartas se respira libertad. Expresa sin miedo cuanto vive, siente y piensa. Encadenado, traza la «estaciones en el camino hacia la libertad»13 como regalo a un amigo. Primera etapa, disciplina: «Nadie sondea el misterio de la libertad, a no ser por la disciplina». La segunda, la acción: «No hay que flotar en lo posible, sino emprender con valor lo real». La tercera, el sufrimiento: «¡Maravillosa transformación! Tus manos fuertes, activas, atadas están. Impotente..., ves el fin de tus actos. Mas tomas aliento y, tranquilo y confiado, entregas lo justo a manos más fuertes y quedas aliviado». La cuarta, la muerte: «Ven ya, fiesta suprema en el camino hacia la suprema libertad; muerte, abate las molestas cadenas y murallas de nuestro cuerpo mortal [...]. Libertad: te hemos buscado largo tiempo en la disciplina, la acción y el sufrimiento. Moribundos ya, te reconocemos en la faz de Dios».

13. D. BONHOEFFER, Resistencia y sumisión, Ariel, Barcelona 1969, pp. 216-217.

Escribe a sus padres sin «cerillas, ropa interior y toalla», pero «todo lo demás es maravilloso». «Me he dado cuenta de lo poco que (se) necesita para subsistir». Se vive rodeado de Poderes bienhechores, y «esperamos confiados lo que venga. Dios está con nosotros mañana y noche y en cada nuevo día». Esta fuerza interior brilla en ¿Quién soy?: «¿Quién soy? Me dicen a menudo / que salgo de mi celda / sereno, risueño y firme, / como un noble de su palacio. / ¿Quién soy? Me dicen a menudo / que hablo con los carceleros / libre, amistosa y francamente, / como si mandase yo / ¿Quién soy? Me dicen también / que soporto los días de infortunio / con indiferencia, sonrisa y orgullo, / como alguien acostumbrado a vencer»14...


F.J.Nguyen Van Thuan15, obispo, encarcelado 13 años en Hanoi, que al final de su cautiverio saca las notas escritas en la cárcel, a las que denomina «gotas de agua fresca que el Señor ha dejado caer para revitalizarme durante la dilatada peregrinación por el desierto»16. Escribe en Testigos de esperanza17: «Lo he experimentado en la cárcel.
Cuando vivía momentos de sufrimiento extremo físico y moral, pensaba en Jesús crucificado. A los ojos humanos, su vida es derrota, decepción, fracaso. Confinado a la inmovilidad más absoluta, ya no puede dialogar con las personas, curar a los enfermos, enseñar... Pero a los ojos de Dios, ese momento es el más importante, porque es allí donde él ha derramado su sangre por la salvación de la humanidad».


Etty Hillesum18: rompe sus cadenas descubriendo su misión desde Dios. En una cárcel de miserias y necesidades (Auschwitz) se pueden hacer mil cosas buenas. Escojo algunos textos de El corazón pensante de los barracones: «¡Dios mío, confías a mi custodia tantas cosas pre ciosas! Esperemos que tenga buen cuidado de ellas y que las administre con discernimiento» (4-10-42); «son tiempos de terror... Voy a ayudarte, Dios mío, a no pararte en mí... No eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti» (12-7-42); «Me has enriquecido tanto... Permíteme también dar a manos llenas. [...].

14 Ibid., pp. 210-211, 240-241.
15F.X. NGUYEN VAN THUAN, Oraciones de esperanza. Desde la cárcel vietnamita. Monte Carmelo, Burgos 2002.
16F.X. VAN THUAN, op. cit., p. 9.
17F.X. NGUYEN VAN THUAN, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva, Madrid 2000, p. 226.
18Etty Hillesum Un itinerario espiritual: Amsterdam 1941–Auschwitz 1943, Sal Terrae, Santander 2000; El corazón pensante de los barracones. Cartas, Anthropos, Barcelona 2001.


Lágrimas de gratitud inundan mi rostro» (6-9-43); «Quisiera estar presente en todos los campos de que está cubierta Europa,» (3-10-42); «Al atravesar hoy estos pasillos abarrotados, he sido presa de un impulso repentino: he sentido deseos de arrodillarme en el suelo en medio de la gente. Es el único gesto de dignidad humana que nos queda en esta época terrible: arrodillarnos ante Dios» (23-7-42); «el menor átomo de odio que añadimos a este mundo nos lo hace más inhóspito» (23-9-42); «he sufrido mil muertes en mil campos de concentración... Y, sin embargo, encuentro esta vida hermosa y llena de sentido» (29-6-42); «Las amenazas exteriores se agravan sin cesar, el terror crece de día en día... Yo me refugio en la oración..., y salgo de ella más concentrada, más fuerte, más unificada» (26-6-42).


En su cumbre, escribe: «He roto mi cuerpo como el pan y lo he repartido entre los hombres, pues estaban hambrientos y venían de largas privaciones». En su último viaje a Auschwitz dejó caer sobre la vía, por las rendijas del vagón, papelitos escritos a lápiz: «Christien: Abro la Biblia al azar y me encuentro con esto: el Señor es mi Cámara Alta19.
Estoy sentada sobre mi mochila, en medio de un vagón de mercancías abarrotado. Papá, mamá y Mischa van algunos vagones más lejos.... Hemos abandonado el campo cantando, papá y mamá con mucha calma y valor...»20.


Y nosotros, paseando por la calle:
con alguna libertad de sutiles cadenas
«Del hombre el alma está a la carne atada, y así en su ser mejor,
pero no maniatada; que nunca una pradera se siente encarcelada
bajo un arco iris; ni el hombre por sus huesos al ser resucitados».
(G.M. HOPKINS, La alondra enjaulada)21


Libertad es lo muy poco que podemos hacer de nosotros con lo mucho que otros ya esculpieron en nosotros. No es un todo compacto que se posee o no. Somos libres en áreas, pero atados –sutilmente– en otras muchas. Hay quien sale, entra, viaja, cambia de lugar, de pareja... y en todos esos escenarios le apresa el «qué dirán».

19 La cita de de Etty no es literal; es posible que sea el salmo 17 (18): «El Señor es mi roca y mi baluarte».
20. En ese tren viajaban 987 personas. De los judíos, sólo sobrevivieron ocho.
21Gerard M. HOPKINS, Antología Bilingüe, Trad.: Manuel Linares, Sevilla 1978,p. 163.

Hay quien trabaja frenético para hacer un día lo que quiera y está preso del furor de ganar dinero. Juego, bebida, comodidad, cobardía... son cadenas. La libertad es tierra prometida, siempre más allá, «cuando desterremos de nosotros los cepos, empezará a brillar nuestra luz» (Is 58,9.10). Hay quien cree campar y manipular a su antojo; Dios los desvela: «pensaban los malvados que controlaban a la nación santa, mientras yacían prisioneros de las tinieblas, en el calabozo de una larga noche» (Sab 17,2). La libertad verdadera es temida22.


Romper sus cadenas es romper las propias: «El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos... Entonces romperá tu luz como la aurora, enseguida te brotará la carne sana...; pedirás auxilio, y te dirá: “Aquí estoy”. Cuando destierres de ti los cepos, ...brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía» (Is, 58,6-10)

22 E. FROMM, El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona 199821.


 @SAL TERRAE Octubre 2009-II

Pastoral Penitenciaria. Sal Terrae Octubre 2009-I


PRESENTACIÓN 
LOS PRESOS 


A muchas personas en nuestra sociedad (investigadores, agentes sociales, gestores, funcionarios, jueces, abogados, políticos...) les afecta e interesa la vida de los presos y las presas y el siempre complejo mundo de las prisiones. A otras personas en nuestra sociedad (familiares y amigos de víctimas y agresores, voluntarios, agentes de pastoral...) también les afecta, muchas veces muy de cerca, la mencionada realidad. 
Todas ellas podrían conocen bien y de primera mano que la mayoría de las personas encarceladas poseen poca cultura y escasos recursos humanos, sociales y económicos; que prácticamente la mitad de ellas han estado, en mayor o menor medida, enfangadas en el mundo de la droga; y que, como señala la segunda colaboración de este número de Sal Terrae, la mayoría de ellas «crecieron con las cartas marcadas, pues su cautiverio empezó años antes de pisar la cárcel». 


Los datos más recientes indican que España cuenta en la actualidad con un alto número de reclusos y reclusas (76.000). Como se acaba de señalar, son personas con un pasado particularmente oscuro y difícil y cuya vida presente está caracterizada y marcada frecuentemente por el miedo, la violencia, la soledad, la impotencia, la esterilidad, la falta de autonomía. Y, sobre todo, por la falta de libertad, una de las pérdidas más dramáticas para los seres humanos. 


Es precisamente en este marco de referencia anteriormente descrito en el que encajan las cuatro colaboraciones del número de octubre de 2009 de Sal Terrae. 


«La cárcel sumerge a muchos sumergidos». La frase es de Juan Carlos Ríos, quien en su colaboración pretende reflexionar críticamente sobre el sistema penal español en el marco del estado social establecido por la Constitución española. En un primer momento, el autor recuerda y resalta 
la compleja relación que existe entre víctima, infractor e imposición de una pena. Posteriormente, posibilita a los lectores y lectoras de la revista «entrar» en las prisiones desde esta doble perspectiva: instituciones resocializadoras e instituciones despersonalizadoras. 


«Libertad es lo muy poco que podemos hacer de nosotros con lo mucho que otros ya esculpieron en nosotros»: así concluye José María Fernández-Martos su artículo sobre el sentido de la libertad en la vida de los presos y las presas: ¿cómo la entienden?; ¿de qué manera viven su carencia?; ¿cómo trabajan la libertad interior? El autor articula su reflexión a través de la vida de presos y presas de nuestros días; igualmente a través de «presos y presas ilustres» (San Pablo, Miguel de Cervantes, Victor Frankl, etc.), cuyo testimonio escrito sigue generando tanto interés en muchas personas de nuestra sociedad. 


Muy al principio se la denominó «pastoral carcelaria»; hoy se la conoce como «pastoral penitenciaria». Ésta busca, sin embargo, una nueva denominación que exprese mejor su naturaleza y misión en relación con sus destinatarios: delincuentes y víctimas. Tras presentar las connotaciones de la pastoral penitenciaria y el perfil personal y la tipología delictiva de sus destinatarios, José Sesma dedica varias páginas a las preocupaciones y ocupaciones de la pastoral penitenciaria, tanto en la prisión como en la «postprisión»: aumento de la población penitenciaria, indefensión, los penados extranjeros, los enfermos mentales, la «muerte social», etc. 


Muchas de las personas que han tenido contacto con presos y presas lo han repetido en más de una ocasión: son conmovedores e interpeladores los testimonios orales y escritos de los reclusos y las reclusas. 
Una de ellas, que conoce y trata muy de cerca a unos y otras y cuya identidad mantenemos en el anonimato, nos acerca precisamente a esas vidas frágiles, rotas, trágicas y dramáticas, a través de la multitud de cartas que sus amigas encarceladas le han escrito en los últimos años. 
Se trata de fragmentos epistolares sobre la propia vida de las reclusas antes de estar en la cárcel, mientras estaban en ella y cuando quedaron en libertad. Son «voces contra el muro» en la «fábrica del llanto y en el telar de la lágrima»; son, probablemente, el mejor y más cualificado testimonio sobre esa cárcel que «sumerge a muchos sumergidos». 





La justicia penal vista desde sus consecuencias

Julián Carlos RÍOS MARTÍN1

«Enseñar a mirar “la otra cara” del derecho penal
ha de otorgar el coraje de dirigir la mirada de frente
a la obscenidad de la “justicia penal en las consecuencias”»

(M. PAVARINI)


1. Introducción

Hablar de realidad penal y penitenciaria e intentar universalizar sus conclusiones es una osadía: nadie tiene el monopolio absoluto de la verdad ni es conocedor completo de la realidad; a lo sumo, de una parte más bien pequeña. El sistema penal, las instituciones y personas que lo definen, enmarcan y aplican, forman un poliedro de múltiples caras.
Tener una visión global de todas y hacer una valoración ponderada de la realidad es una tarea dificilísima incluso para un observador participante (policía, juez, fiscal, abogado, víctima, infractor, funcionario de prisiones...). Es sencillo comprender la dificultad de la elaboración intelectiva de los sistemas y fenómenos sociales, cuyo proceso pasa por varios filtros antes de su elaboración: interés público y político de la institución en la que se trabaja, ideología personal, experiencias vitales, clase social, influencia de medios de comunicación, entre otros muchos.

El derecho penal cumple una función concreta en el sistema social. La ley y la doctrina penal se han encargado en cada etapa de definirla y expresarla –retribución, prevención general (positiva y negativa) y reinserción social–. Son las funciones declaradas. Frente a ellas surgen espacios de sombra que se escapan al ciudadano y a la mayoría de los operadores jurídicos. Estos espacios generan información importante, pero el legislador, aun conociéndola, la desoye en su tarea de creación de las normas penales. Zonas de la realidad sin iluminar, en las que penetrar y hacerse presente es tarea nada fácil. Es aquí donde surge el enfrentamiento entre lo declarado y lo oculto; la tensión entre la legalidad y una parte de la realidad: el derecho penal desde los fines legales y el derecho penal desde las consecuencias de su aplicación.

1Abogado. Profesor de Derecho Penal en la Universidad Pontificia Comillas (ICADE). Madrid.
Uno de los factores explicativos de la crisis de legitimidad del sistema penal reside, no sólo en su evidente incapacidad para dar respuesta satisfactoria a los requerimientos de la colectividad y de las víctimas ante el conflicto delictivo, sino también en las consecuencias destructivas, tanto físicas como mentales, que genera la pena de prisión en las personas condenadas1. A pesar de ello, asistimos desde hace ya bastante tiempo a una utilización desmesurada del Derecho penal2.

Las reformas penales están recogidas en las Leyes Orgánicas 7/2003, de 30 de junio, de medidas de reforma para el cumplimiento íntegro y efectivo de las penas; 11/2033, de 29 de septiembre, de materias concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros; 15/2003, de 25 de noviembre, de modificación de la LO 10/95; y 20/2003, de 23 de diciembre, dirigida a castigar la convocatoria ilegal de un referéndum; 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas para la protección integral contra la violencia de Género. El incremento del número de penados desde la entrada en vigor de estas leyes es desproporcionado respecto de los últimos cinco años. A 2 de junio de 2009, hay 76.000 reclusos en España: una tasa de 166 por cada 100.000 habitantes; es el país de Europa con más número de personas presas.
Ello no se debe tanto a los nuevos ingresos cuanto a las dificultades para salir no viene acompañada de una disminución efectiva de la criminalidad, ni de un sentimiento de mayor seguridad subjetiva de los ciudadanos ni, por nadie, de confianza en la administración de justicia, que suele ser percibida como institución ineficaz, debido a una «supuesta benevolencia » en la cantidad de pena que los Juzgados y Tribunales imponen3 en determinados delitos.


2Para una mayor información en estos aspectos es bueno leer los siguientes libros: VALVERDE MOLINA,J., La cárcel y sus consecuencias, Ed. Popular, Madrid 2004; RÍOS MARTÍN, J.C: y CABRERA CABRERA, P.J, Mil Voces presas, UPCO, Madrid 1999; ID., Mirando el abismo: el régimen cerrado, UPCO, Madrid 2003. MANZANOS BILBAO, C., Cárcel y marginación social, Gankoa, Bilbao 1997.

3La vinculación de la eficacia del sistema penal con la cantidad de pena –castigo– como instrumento de solución del conflicto casi siempre será percibida como ineficaz por la ciudadanía. Una sencilla razón avala esta hipótesis. El dolor y la violencia que la víctima puede sentir nunca se calmará con la imposición de penas, por muy elevadas que sean, ni siquiera con la reclusión perpetua ni la pena de muerte. La vuelta a la calma emocional de la víctima necesita un enfoque diferente: el duelo terapéutico, que es consecuencia del dialogo, el conocimiento, la comprensión y el perdón.


El corte acentuadamente retribucionista de esta evolución, de una parte, está dejando de lado la función reinsertadora de las penas, que cada vez cuenta con menor condescendencia social; de otra, las necesidades reales de las víctimas –escucha, información y cuidado para sentirse reparado– no coinciden en muchos aspectos con las pretensiones procesales –estigmatización como testigos de cargo para fundamentar la sentencia penal.

A pesar de ello, hay que reconocer como positiva la eficacia preventiva del sistema penal contemporáneo, que permite el tránsito de la venganza privada al monopolio de la violencia por parte del Estado a través de un sistema articulado de normas que describen comportamientos lesivos y sus consecuencias jurídicas. Es más, la ausencia de un sistema penal generaría graves consecuencias; sirvan como ejemplo de prisión. Éstas son las consecuencias del modelo de «tolerancia-cero» importado de los EE.UU., que basa su existencia y expansión en el miedo. El modelo de mediación y conciliación que se propone en este trabajo, al cuestionar el fundamento y las consecuencias del sistema de «tolerancia-cero», que consiste en el incremento desmesurado del número de personas presas, ataca directamente a quienes quieren obtener réditos económicos de la ejecución penal.

Las empresas de seguridad privada y las que se encargan de gestionar las prisiones privadas, en España, de momento, todas las de menores, pueden cuestionar la mediación, porque supondría la reducción drástica de sus clientes. Y ello no sólo por el posible incremento de penas alternativas a la prisión –no ingresos en la cárcel–, sino también por la concienciación social de formas alternativas, dialogadas, de solucionar los conflictos, así como en una redimensión de la inseguridad y del miedo.

Los actos de venganza privada en los países en que la administración de justicia penal no funciona, o incluso en países de nuestro entorno, donde la organización de vigilancia privada violenta de vecinos que residen en zonas en que la delincuencia no es controlada, por la ausencia de efectivos policiales. Se trata de la violencia que indirectamente genera la propia administración del Estado, no sólo por el abandono de inversión suficiente en ámbitos sociales de prevención de conductas delictivas: extranjería, pobreza, enfermedad mental, marginación, toxicomanías4, sino también por la ausencia de inversión en medios policiales, encomendando la protección ciudadana a la dudosa gestión privada de las empresas de seguridad5, que ocupan un sector económico con enormes beneficios6.

No obstante, y a pesar de la necesaria función protectora y preventiva del sistema penal, hay que hacer una reflexión crítica del mismo. Sin ella, corremos el riesgo de incrementar innecesariamente la intransigencia, la violencia personal e institucional y, por ende, el sufrimiento. La gestión del conflicto delictivo es algo más que el castigo infligido a quien comete el delito: «quien la hace la paga», expresión que se divulga desde determinadas opciones políticas y desde los medios de comunicación que les dan cobertura.

4Quien haya visitado los patios de, al menos, cuatro prisiones sabe perfectamente de lo que hablamos. La cárcel es el espacio institucional que recibe el fracaso social: la pobreza, la marginación, la ausencia de educación no violenta e igualitaria, la enfermedad mental, las toxicomanías y las consecuencias de esta sociedad consumista, de gratificación inmediata. Para profundizar en este tema ver: WACQUANT, L., «Voces desde el vientre de la bestia americana» (Prólogo), en (Daniel Burton-Rose, Dan Pens y Paul Wright [eds.]) El encarcelamiento de América: una visión desde el interior de la industria penitenciaria de EE.UU., Virus Editorial, Barcelona. Vid. Tb, Los mitos cultos de la nueva seguridad, en Políticas sociales en Europa. Tolerancia cero, Ed. Harcer, Barcelona 2004.

5En el trabajo elaborado para la Fundación Encuentro (CECS 2003) básicamente por policías y guardias civiles, se dice que la evolución de la seguridad privada en nuestro país no guarda relación directa con la evolución de la criminalidad. El incremento del personal de seguridad privada se produce tanto cuando aumenta la delincuencia como cuando ésta desciende.

6Para intuir las consecuencias de la industria del sistema penal, visitar http://www.correctionscorp.com/index.html, de la empresa privada que gestiona más cárceles en los EE.UU., aprovechándose económicamente del dolor y el sufrimiento del sistema penal e introduciéndose e incorporando en éste un carácter privado y de lucro al que tiene que ser, en todo caso, siempre público; sorprende la campaña de atracción de inversores y los resultados económicamente espectaculares. Ver también , que contiene una importante variedad de documentos antiprivatización. España se ha gastado 7 millones de euros en tecnología Israelí para el control de medios telemáticos.


La violencia y la incomprensión hacen del sistema penal, a pesar de ser un instrumento necesario, un encuentro de perdedores. Pierden las víctimas y sus familias, que ven cómo el actual sistema procesal no repara el daño sufrido (a lo sumo, si el infractor tiene bienes, el pago de la responsabilidad civil), ni les escucha, ni acoge, ni reconoce, ni les posibilita un encuentro verdadero y seguro con el infractor. Debe acudir al juzgado y someterse a una agotadora y ritualista parafernalia procesal difícil de comprender. Al final, no recibe una explicación, y se le sustrae el elemental derecho a la verdad, una verdad que está en no pocas ocasiones en manos del agresor. Termina desconociendo el futuro que le espera a la persona condenada y por qué a él se le eligió como víctima o si volverá a serlo en un futuro más o menos cercano. Estoy convencido de que muchas víctimas pierden humanamente, y tan sólo les queda el sentimiento de venganza y la responsabilidad civil, si el infractor tuviera dinero. Pierden el infractor, su familia y sus amigos. El primero se ve condenado a una experiencia incierta en el tiempo, no sólo de privación de libertad, sino de destrucción física, psíquica y relacional.
Pierde la seguridad ciudadana, porque los delitos y la reincidencia, con las políticas de ley y orden en detrimento de las políticas de cohesión y justicia social, aumentan, aunque desde la tribuna política los mensajes sean los contrarios. Pierden los jueces, que son incomprendidos en su difícil tarea de juzgar; son escasamente apoyados por su órgano de representación, en nada escuchados por el Ministerio de justicia y, ante situaciones complejas, sometidos a críticas y acoso público de los medios de comunicación. Pierden los funcionarios de prisiones, que, ante la masificación de las cárceles, ven cómo apenas pueden desarrollar su trabajo en unas mínimas condiciones de seguridad personal y de eficacia profesional. Perdemos todos, salvo el interés de una «clase política» que a través de mensajes públicos y de modificaciones legales –huérfanas, éstas, de previos estudios científicos y guíadas por intereses electoralistas– intentan esconder una realidad que a algunos se nos antoja bien distinta.


2. Algunas reflexiones sobre el contexto socio-político del sistema penal

Como hemos indicado en la nota 2, España es el país de Europa con mayor número de personas recluidas en centros penitenciarios. Las cárceles españolas cuentan con 76.000 reclusos. Este incremento comenzó en el año 2002 y coincidió con las campañas sobre inseguridad ciudadana auspiciadas en los medios de comunicación por los partidos políticos mayoritarios (PSOE y PP). Las políticas de tolerancia-cero, importadas de EE.UU., encuentran el aplauso en la sociedad gracias a la influencia del temor, únicamente fundado de forma excepcional por las campañas realizadas por los medios de comunicación. La oposición intenta instrumentalizar el tema para «abrir brecha» en el electorado del partido gobernante: un hecho que hace que éste extreme sus políticas de «ley y orden», buscando soluciones al complejo fenómeno criminal únicamente desde perspectivas represivo/policiales. Así, desde las tribunas políticas, se lanzan mensajes con la supuesta solución para «barrer las calles»: la intervención policial en coordinación con el incremento de los servicios de seguridad privada. Las demás políticas preventivas y correctoras de la injusticia social que están en la base de muchos pequeños delitos se silencian reiteradamente por los partidos políticos, que buscan réditos electorales a corto plazo.

A partir de este momento (2002) se incrementó desproporcionada-mente el número de personas presas: comienzan a salir menos y a entrar más. La política del Ministerio del Interior que dirige la actividad penitenciaria intensifica los límites para el acceso al tercer grado y los permisos; paralelamente, se inicia una profusa actividad legislativa en el ámbito de ejecución penal, que culmina con la LO 7/2003, que impone límites de acceso a este régimen de vida en semilibertad (período de seguridad), el incremento del límite máximo de penas y el pago de la responsabilidad civil. Coetáneamente, se inicia una campaña pública/política de inseguridad ciudadana en la que se vincula al extranjero con el delito; campaña que finaliza con la modificación de la Ley de enjuiciamiento criminal y la potenciación de los «juicios rápidos», en la que se dedica un enorme esfuerzo personal e institucional de la maquinaria judicial en detrimento de otros ámbitos judiciales más importantes.

Estos hechos han causado una justificada crispación en el cuerpo social; pero éste, lejos de intentar dimensionar real, global y racional-mente el problema, se ha dejado arrastrar por declaraciones y manifestaciones neo-retribucionistas, fomentadoras de la represión, que han sido vertidas de forma reiterada por los medios de comunicación y que han quedado plasmados, como hemos expresado, en las reformas penales.
Esta creencia, popularmente extendida, en la vinculación entre inseguridad ciudadana y ausencia de represión lleva, sin embargo, de manera inexorable y lógica, a planteamientos y conclusiones simplistas, poco rigurosos, equivocados y, a menudo, peligrosos.

Existe inseguridad ciudadana en cuanto al delito: no se puede negar. Pero la inseguridad vital que generan los inalcanzables precios de las viviendas, la precariedad absoluta de los contratos laborales y la desarticulación del Estado Social también alcanza a una buena parte de los ciudadanos, generando sensaciones objetivas de vulnerabilidad. Para combatir la inseguridad vinculada al delito son necesarios unos medios policiales bien formados y remunerados. Pero no es suficiente. Las soluciones a este problema son más complejas que las propuestas simplistas con las que se pretende abordar políticamente: exclusiva solución policial, penal y de fomento de la venganza social a través de la información morbosa de los medios de comunicación. Nada es más vendible políticamente en este momento, en que prima la seguridad muy por encima de la libertad (con renuncia expresa a cohonestar ambas, como debería ser), que incrementar la cantidad de años de prisión, someter a condiciones más estrictas su ejecución, llenar las cárceles hasta el hacinamiento y aumentar los clientes del sistema penal, tanto de modo formal como informal. Acaban por aniquilarse, definitivamente otras opciones viables, más humanas y eficaces: la neutralización del miedo al otro; el reto de saber coexistir con el diferente; el ser al tiempo iguales pero diversos; la capacidad de gestionar los conflictos sin eliminar a la otra parte, desde el diálogo y no desde el monólogo violento. El paradigma constitucional de la orientación reinsertadora de las penas está guardándose en el baúl de los recuerdos, mientras, precipitadamente y sin sosegado debate, damos paso a un peligroso principio «tolerancia-cero» difícilmente compatible con la cultura de los derechos y las garantías jurídicas.

Nadie que conozca mínimamente la realidad penitenciaria de nuestro país puede ignorar que las cárceles están llenas de pobres, tanto españoles como extranjeros (casi ya el 36%), de personas con procesos de socialización absolutamente carenciales. El 50% son drogodependientes y delinquen para conseguir droga; otro elevado porcentaje de gente trae droga a España o trapichea con ella como única forma de sustento.
No se trata de justificar el delito, sino de comprenderlo en sus raíces profundas, para poder intervenir positiva y eficazmente. Algunos que llevamos varios años trabajando en espacios donde se genera y está presente la exclusión social (barrios, juzgados, cárceles...) podemos afirmar que en estos momentos el Estado social que establece la Constitución española está en vías de extinción. A este respecto, me pregunto qué sería más indicado para la convivencia social: ¿calmar los deseos de venganza a través de condenas de varios años en cárceles hacinadas, violentas, despersonalizadoras, excluyentes, fomentadoras de abusos de poder o, por el contrario, intentar, siempre que sea posible, buscar alternativas a estos lugares de castigo, en los que, tras un análisis y estudio de los motivos que llevan a las personas a cometer delitos, se promueva una intervención personal y social en su entorno (familia, barrio,
actividad laboral...), a fin de evitar el deslizamiento de estas personas hacia nuevas conductas delictivas? Una contestación libre de prejuicios y estereotipos manipulados pasa, ineludiblemente, por dos necesidades.
La primera se traduce en un esfuerzo por conocer la realidad segregadora de la cárcel y, por tanto, por descubrir la instrumentalización de la legalidad con fines de control, castigo y segregación; la segunda se concreta en un intento de asunción, por parte de los miembros de la sociedad, de una responsabilidad compartida en el entramado pobreza-delincuencia, que nos conduce inexorablemente hacia una búsqueda de soluciones humanas y eficaces que no se corresponden directamente con la represión penal, sino con la administración de una justicia que repare el daño, que equilibre desigualdades sociales y que, en último extremo, con las debidas garantías jurídicas, juzgue conductas buscando soluciones reales a los conflictos delictivos. Soluciones que pasan, en bastantes ocasiones, por la evitación del encierro carcelario.

3. Acerca de la tensión entre tratamiento penitenciario
y desestructuración personal

La cárcel es un instrumento coercitivo en manos del Estado cuya actividad
viene regulada por el Derecho positivo, pero cuyas normas se interpretan desde criterios políticos de seguridad ciudadana, incompatibles algunos de ellos con la seguridad jurídica de un Estado de Derecho. Simplemente, hay que acudir a las resoluciones de clasificación de las Juntas de tratamiento o del Centro Directivo, en las que los mantenimientos de grado y las regresiones carecen de una mínima fundamentación de hecho y de derecho.

Al ser la cárcel una institución regulada por el Derecho, se provoca con frecuencia que la función que se le otorga se construya desde enfoques estrictamente jurídicos. Ello motiva una confusión entre realidad y legalidad que da pie, en no pocas ocasiones, a la falacia deóntica de confundir el ser (la realidad penitenciaria) con el deber ser (los mecanismos legales que regulan la actuación penitenciaria). Por ello, es necesario no limitarse a un enfoque estrictamente jurídico, ya que sería parcializar la realidad de la prisión, que, por otra parte, es el núcleo principal de su propia naturaleza. El enfoque jurídico está destinado a estudiar la manera de regular y legitimar, es decir, de formalizar los sistemas de organización y reproducción de los aparatos punitivos. En cambio, el enfoque sociológico, de tipo universal, va a suponer un cuestionamiento de las respuestas punitivas y va a descubrir el papel legitimador y justificador de las leyes cuando tratan de establecer las finalidades y funciones formales de las instituciones carcelarias.

Por ello no se pueden desconocer otras formas de abordar la ejecución  de la pena de prisión, pues en ello el Estado se juega la legitimidad de la regulación normativa del ordenamiento penal, la dignidad de los ciudadanos presos, de los trabajadores penitenciarios, de la seguridad ciudadana, de la reparación positiva de la víctima, del cumplimiento de la orientación constitucional de la pena de prisión.
¿Confiarían os ciudadanos en un sistema penal cuya ejecución destruyera social y personalmente a los penados? ¿Confiarían los ciudadanos en un sistema, en el que pueden entrar algún día, que segrega, separa, aísla y no aporta soluciones a los conflictos que subyacen al delito?
Consideramos, por ello, necesario adentrarnos, aunque sea someramente, en las consecuencias sociales y psicológicas de la pena de prisión, tema del que no se habla y que condiciona absolutamente la legitimidad de esta pena.

3.1. Legalidad resocializadora

Según el mandato constitucional, se considera la prisión como una institución resocializadora y, por tanto, destinada a la preparación para la
reincorporación de los presos a la sociedad. La Ley pretende significar, como dice la Exposición de Motivos de la L.O.G.P., que «el penado no es un ser eliminado de la sociedad, sino una persona que continúa formando parte de la misma, incluso como miembro activo». Para ello, la prisión intenta crear en los presos, a través de un tratamiento reformador, formas de comportamiento social diferentes de las que motivaron su ingreso en la institución penitenciaria. Este proceso reeducador tiene un doble objetivo. Por un lado, dotar de habilidades sociales y medios adecuados al preso, a fin de que aprenda a afrontar y a superar su situación personal y social. Por otro, movilizar los recursos comunitarios.
No obstante, de la búsqueda de la reinserción social, en cuanto fin buscado por la propia pena privativa de libertad, no se puede responsabilizar exclusivamente al preso, sino que se debe poner el énfasis en la idoneidad de los medios que la institución penitenciaria utiliza para la consecución de tal fin. Se trata, en consecuencia, de orientar el esfuerzo resocializador, no sólo en el cuestionamiento del propio sistema penal, sino también en la modificación de la propia estructura carcelaria, para evitar los efectos desocializadores y desestructuradores que aquélla provoca en el preso y en su familia.

3.2. Realidad despersonalizadora

Para la consecución de un mínimo de orden en espacios cerrados, hacinados, la cárcel y las personas que se dedican a su organización fomentan una régimen de vida en el que los reclusos pasan a ser una cifra, una unidad que se mueve en torno a un sistema automático de vida, a fin de conformar estrictos esquemas de dominio y disciplina para la consecución de aquellos fines. El énfasis en la seguridad, en evitar la fuga, en el control de la vida del preso en cada momento y, por tanto, en su sumisión, convierte la prisión –en sí misma anormalizadora, en función de su consideración de «ambiente total»– en un hábitat que transmite al recluso una gran violencia.

El ingreso en prisión comienza con una interrupción o, como ocurre con frecuencia, con una pérdida de la relación del preso con su medio familiar, social y laboral. Esta ruptura con el mundo exterior va a provocar el comienzo de procesos de distanciamiento y desarraigo.
Además, implica el alejamiento de los valores, de las normas de comportamiento y de las leyes del mundo exterior, originándose así un sentimiento de desamparo, de vacío normativo y de rechazo social. A partir de este momento, las personas reclusas comienzan a sufrir una indeterminable experiencia de convivencia que las conduce, a través de una adaptación anormalizadora, a un medio social caracterizado por la omnipresencia de relaciones de dominación, disciplina, obediencia irracional, estancia obligada, sumisión permanente y tensión violenta en las relaciones, a una quiebra del yo y una pérdida definitiva de los roles y status sociales anteriores al ingreso. La adquisición de una nueva identidad, como consecuencia de la alteración de la identidad personal y de la forma de ser anterior, viene impulsada por el aislamiento de su entorno social y la imposición de los nuevos marcos de referencia psicológicos y relacionales de la prisión. Ello hace que la cárcel se convierta en un auténtico sistema social donde el preso no puede prever las situaciones, circunstancia esta que motiva el origen de un permanente peligro y de un notable estado de ansiedad.
Las pautas de comportamiento cambian. La actitud permanente de desconfianza ante todos los que le rodean, frente a compañeros, los funcionarios, e incluso la propia familia, se hace manifiesta. Esta actitud viene motivada por la necesidad de desarrollar mecanismos de defensa, de autoconservación, en un ambiente hostil y agresivo. Esta actitud se generaliza, y la desconfianza se convierte a veces en un sentimiento o deseo de venganza hacia categorías abstractas (policía, sociedad) y se dispara hacia las personas más cercanas ante la necesidad de descargar la tensión y la angustia acumuladas. Al ser la institución penitenciaria una estructura poderosa frente a la cual el recluso se vivencia a sí mismo como débil, se ve obligado a autoafirmarse frente a ese medio hostil para mantener unos niveles mínimos de autoestima.
En este contexto, con frecuencia, el preso adopta una actitud violenta y agresiva. Ello origina la intervención de los mecanismos penitenciarios de disciplina que motivan, la pérdida de posibilidades de obtener permisos, regresiones de grado, imposibilidad de acceder a situaciones de contacto con el exterior, aislamiento, etc. Estados o modos de vida que conllevan un agravamiento en la anormalización y en la desestructuración personal.

Por otra parte, el internamiento carcelario origina una depravación sensorial (vista, oído, olfato) y una alteración de los ritmos vitales anteriores al ingreso. Esta alteración es provocada por la relación de dependencia absoluta a la institución, debido a que la reglamentación de todas las actividades vitales (comida, sueño, ocio, relaciones personales) está dirigida al control de todos los actos, a fin de evitar la autonomía del preso y su capacidad de reacción. Esta situación conduce a un proceso de infantilización, de pérdida del rol de adulto, creando un sentimiento íntimo de dependencia absoluta que altera su identidad personal y social, su autoimagen y la conciencia de sí mismo. El miedo al aislamiento, que implica un sentimiento profundo de soledad y angustia vital ante la pérdida de puntos habituales de referencia, la tensión permanente, la violación de la intimidad motivada por el hacinamiento físico y psíquico, las humillaciones y amenazas, la monotonía, el tiempo vacío... agravan esta situación.

Al salir de la prisión, existe una serie de condiciones objetivas que influyen en el desarraigo social. En este sentido, los graves trastornos psíquicos originados por la cárcel, la dificultad para relacionarse y mantener relaciones empáticas hacia otros seres humanos, sin manipular ni engañar (actitudes necesarias aprendidas en la cárcel), la falta de posibilidades de trabajo, la carencia de habilidades socio-laborales, la situación familiar y del entorno social próximo y, en no pocas ocasiones, la necesidad de un tratamiento socio-sanitario ante graves problemas de salud, sobre todo creados por el consumo de drogas, hacen casi imposible la inserción social y la no reincidencia en las conductas delictivas. No dejan otras posibilidades. La cárcel sumerge a muchos sumergidos; la sociedad o los factores de control se encargarán de ratificarlo. Esta actitud tan poco propicia del Estado y de la sociedad, que sólo exige que el delincuente sea castigado, echa por tierra toda política preventiva y resocializadora.

Una vez centrada la cuestión en estos términos, no dudamos en afirmar que el protagonista esencial del que va a depender el cumplimiento de los fines legislativos de la pena es la administración penitenciaria y, junto a ella, sus responsables políticos. Éstos deberán utilizar los medios necesarios para evitar los efectos desocializadores de la prisión, porque no todos los problemas que tiene ésta para conseguir sus metas resocializadoras le vienen dados desde fuera. Es más, los principales obstáculos se encuentran dentro de la misma cárcel. Es ahí donde hay que buscar las causas de su inutilidad y su ineficacia. Si se observa con realismo la praxis y los preceptos legales y reglamentarios que regulan el sistema penitenciario, pronto se observará que existen instituciones, modelos y datos difícilmente compaginables, cuando no simplemente contrarios a las metas resocializadoras que teóricamente se propone alcanzar.

Los responsables de la administración deberán cuestionarse la eficacia de los equipos de tratamiento, el cumplimiento de la función encomendada a los psicólogos, educadores o criminólogos, la objetividad de la observación, clasificación e intervención educativa con los presos...
Por otro lado, este cuestionamiento debería extenderse a los abusos de poder de ciertos funcionarios, así como a la concesión de beneficios a cambio de la sumisión a la omni-reguladora y destructiva disciplina penitenciaria. Sin olvidar, el fin exclusivamente disciplinario que actualmente se otorga al permiso, obviando, por tanto, la importancia esencial del contacto del preso con el exterior a través de aquél o de la concesión de medidas alternativas no prisionizadoras. Porque, en último término, «reinserción» implica favorecer el contacto activo recluso-comunidad, siendo preciso que la administración penitenciaria inicie un proceso de potenciación de los contactos sociales del recluso, atenuando la pena cuando ello sea posible, o bien haciendo que la vida dentro del establecimiento penitenciario se asemeje lo más posible a la vida en libertad. En último extremo, cabe señalar que el tratamiento ha sido eclipsado por el régimen, por la desconfianza de la institución en el cambio positivo de las personas, por el elevado coste económico que unas medidas reales de tratamiento supondrían (aunque al final serían menos costosas socialmente si realmente previene futuros delitos), por el incremento de riesgos al tener que aplicar libertades y excarcelaciones, por las ideas retribucionistas que existen en el ámbito penitenciario y en amplios sectores sociales. 

lunes, 12 de octubre de 2009

FERIA DEL CABALLO TEIXEIRO 2009



Es un placer acudir a la Feria de Teixeiro, donde siempre los amantes de los caballos se llevan un grato recuerdo. No solamente participa la escuela hípica, si no también todo el pueblo y su comarca, disfrutando de una jornada agradable y fraterna en familia y amistad.


Muchos se traen su merienda y comen a la sombra de la frondosa vegetanción de esta comarca. La música alegra el espíritu humano y del corazón emanan los más puros sentimientos al compás de la armonia del caballo al andar.


En esta fiesta, cuya andadura en Teixeiro hace su segunda edición, año a año, afluye mayor número de participantes haciendo más amena un siempre caluroso día de agosto.


Animamos desde esta página a todos aquellos que en el futuro deseen participar en dicho evento se pongan en contacto con las oficinas municipales del Concello de Curtis.






viernes, 9 de octubre de 2009

NOVENA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS REMEDIOS

NOVENA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS REMEDIOS

DE TEIXEIRO- LA CORUÑA

 

La Novena consiste en oraciones continuas por espacio de nueve días en honor a algún santo/santa, en nuestro caso, es a Nuestra Señora de los Remedios de Teixeiro, del municipio de Curtis (La Coruña).

 

El fin es alcanzar de Dios alguna gracia por su intersección.

 

¿Por qué razón son durante nueve días, ni más ni menos, estas oraciones repetitivas, y no son de ocho o diez días?

 

Sea cualquiera que fuese el número de días que se emplee en las oraciones, la misma pregunta se reproduciría y nunca se probaría nada.

 

No entra dentro del campo de las supersticiones esta práctica, ni tampoco en vanas observancia como pretenden incrédulos o heréticos, o practicantes e otras religiones distintas al uso de la Santa Iglesia Romana.

 

La alusión a un número cualquiera no es supersticiosa sino cuando encierra alguna ridiculez, y no tiene ninguna relación con el culto a Dios ni de las verdades que debemos profesar; al contrario, es laudable, aunque no sirviera más que para inculcar un hecho o un dogma que es esencial no echar en olvido. Así entre los patriarcas y los judíos el número siete era sagrado, por que hacia alusión a los seis días de la creación, y al séptimo que era el día de reposo; esta era por consiguiente una profesión continua del dogma de la creación. El quinto día de da la fiesta de las Expiaciones, los judíos  debían ofrecer un sacrificio de becerros, en número de nueve; no creemos que este número tuviese nada de supersticioso, aunque no sepamos la razón de esto.

 

En la Iglesia Cristiana, el número tres a llegado a ser sagrado, porque es relativo a las Personas de la Santísima Trinidad. Como este misterio fue impugnado por muchas setas de herejes, la Iglesia puso el mayor esmero en multiplicar la expresión de él en su culto externo; de aquí la triple inmersión en el bautismo, el Trisagio o tres veces santo que se canta en la liturgia, los signos de cruz repetidos tres veces por el sacerdote durante la misa… Por lo misma razón el número nueve, o tres veces tres, llegó a ser significativo: Así se dice nueve veces Kyrieeleison,, tres veces en honor de cada Persona divina, para demostrar su igualdad perfecta. Creemos que una novena tiene el mismo sentido y alude al mismo objeto; lo cual no sólo es una cosa sumamente sencilla, sino también muy útil.

 

Si por ignorancia una persona piadosa se figurase que a causa de esta alusión el número nueve tiene una virtud particular, y que si una novena debe tener una mayor eficacia que no una decena, sería preciso perdonar su sencillez, e instruirla acerca de la verdadera razón de la devoción que practica (vanas observancias).




Fernando Cabanas López

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Evangelio del Domingo 11 de Octubre: 28TOB

Pueblo Sacerdotal

viernes, 2 de octubre de 2009

Evangelio según San Marcos. Domingo 4 de Octubre






PALABRAS DE VIDA
La Salle

4 OCTUBRE 2009
27º TIEMPO ORDINARIO (B)
Mc 2,10-16











Lectura del santo evangelio según San Marcos
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: - «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?» Él les replicó: - «¿Qué os ha mandado Moisés?» Contestaron: - «Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio.» Jesús les dijo: -«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.» En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: - «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.» Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: - «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

ACOGER A LOS PEQUEÑOS (J. A. Pagola)

El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer,  era una creencia popular.
Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen  entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.
Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes, ha puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos. Se han olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.
Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús.
La razón es muy profunda pues obedece a los designios del Padre: «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.
El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.
El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.                        




DISCERNIMIENTO, DIÁLOGO Y ORACION


Para la revisión de vida

ü      ¿Cuál es mi posición respecto al matrimonio católico? ¿Qué pienso sobre las parejas separadas y vueltas a casar? ¿Hay recelos contra ellas? ¿Considero justa la norma según la cual esas personas deben ser excluidas de la comunión? Confronto mis posiciones y las disposiciones de la iglesia católica con el evangelio de Jesús.

Para la reunión de grupo

ü      Tomar el relato de la creación completo, y comentarlo desde una perspectiva de género, con ojos sensibles a la igualdad del hombre y de la mujer.
ü      Hacer lo mismo desde un punto de vista ecológico, enjuiciando la forma como estos textos presentan la relación del hombre con la naturaleza.
ü      ¿Debemos los cristianos hacer que se sancione por ley civil la legislación canónica? ¿Por qué los cristianos no podemos pedir que se exija a todos los ciudadanos lo que nos exigimos a nosotros en razón de nuestra propia fe? Comparar esto con fundamentalismos de otras religiones.

Para la oración de los fieles

v      Oremos por nuestras iglesias, para que las acciones pastorales que en ellas realizamos sean en verdad un signo creíble del amor y acogida de Dios a los más débiles.
v      Por quienes dirigen la sociedad para que desde sus puestos de responsabilidad y gobierno impulsen políticas de justicia y reconocimiento a la dignidad de la mujer.
v      Por nuestras mujeres, para que sepamos ver en ellas la presencia tierna del Padre que nos invita a trabajar por el bien de todos y todas.
v      Por nosotros, por nuestros grupos, por las parejas de nuestra comunidad, para que en lugar de tanta teoría nos empeñemos en dar testimonio del amor y la misericordia entre nosotros mismos.

Oración comunitaria

Dios de amor y de bondad que has sembrado en cada corazón las semillas del bien y de la justicia; haz que despojándonos de nuestras tendencias de dominio, volvamos a tu proyecto original de armonía y de equilibrio en nuestra relación con los demás, en la relación entre hombres y mujeres, y en la relación con nuestra madre. Nosotros te lo pedimos inspirados en Jesús, nuestro Hermano Mayor, Transparencia tuya. Amén.